Cómo llegar en una noche a Mictlán

Texto y fotos: Abril Giselle Rodríguez Martín del Campo

Todo sucedió un viernes de quincena. Era una noche de novela, con aroma a caguama y lentejuela.

Recuerdo haber bailado toda la noche, hasta que se me corrió el maquillaje y la poca vergüenza que quedaba.

Luego, se me acercó un tipo estrambótico que, entre copas y la oscuridad, encontré atractivo. Susurró a mi oído con delicadeza: 

—Te invito un trago y después un taco.

Al calor de los besos, pregunté si traía auto para movernos a un espacio más íntimo. Respondió que no, que traía un buey. Emocionada respondí:

–¡Pues órale wey!

Llegamos a su casa e inmediatamente sentí desconfianza. Noté algo extraño. No tenía mayonesa. Dejó de darme buena espina el asunto.

Pasamos por la sala y me presentó a Lucho, su mascota. La presumió como tierna y cariñosa. Con cierto recelo traté de creerle.

Entramos a la habitación. Prosiguió a encender una vela y dejé de mirarlo guapo. Me tomó por la cintura con firmeza y suscitó: 

–¡Acaríciame, que todo tuyo soy!

Le  propuse una mejor idea: jugar a las 50 sombras de Grey. Una vez que lo tuve atado a la cama, huí despavorida.

Supongo tardé un rato en despertar. El último recuerdo que tengo es de mi chancla atorada en la escalera y yo rodando por ella.

La cuestión es que no olvidé como Cenicienta una zapatilla. Yo dejé mi pata tirada en el jardín.

Como pude me incorporé. Asustada, noté que flotaba. Traté de convencerme mil veces que eran los estragos de la cruda y continué mi camino.

Terminé en un sitio donde creo había gente. Escuchaba voces, pero no podía verles. Yo les preguntaba desesperada si por ahí pasaba un camión que me dejara en Taxqueña.

Alcé mis ojos al cielo y apareció un gigante de huesos que, en tono serio, vociferaba: 

“¡Aquí el único camión que pasa te lleva a Mictlán, transborda en Pantitlán!”

Una vez que me supe difunta, me convirtieron en ave de rapiña. Triste, emprendí mi vuelo por las nubes con Poe sía.

Al llegar, una mujer me negó el paso. Argumentó que no había espacio en el cielo para dos bipolares, que sólo había uno, y que ese era de dios todo poderoso.

Con resignación, depresión y manía, descendí al Inframundo. Me recibió la muerte y, entre carcajadas, señalaba un letrero que decía: 

«Este es un sitio de castigo divino, no el hospital psiquiátrico Fray Bernardino».

Instagram: @apriliszaratustra

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