Adiós, romance, hasta siempre

Por Miguel Osorio Martínez

Fotos: Eladio Ortiz

Qué poco espacio para el romance tiene el amor hoy en día. Qué poco tiempo para lo espontáneo, para empezar una carta y arrugarla y tirarla y empezar de nuevo. Hoy, con suerte pasamos 3 minutos decidiendo el ‘emoji’ correcto, el que ha de conseguir que tu “dulce Dulcinea” no se escandalice porque este sábado preferiste salir con tus amigos.

Sostengo que debido a esta era digital y a la casi imposible tarea de desvincularse de ella, se ha deformado en nosotros, los Millenials, el sentido del romance, el llamado natural del ser humano a la ternura y la empatía por ese ser que se te presenta ideal.

A pesar de esto, que no es para nada el hallazgo del hilo negro, nadie puede negar haber tenido un primer amor de verdad, una primera aventura romántica que, por la cuestión cultural y la manipulación de Walt Disney, no haya procurado hacer mágica, especial, literaria…

Teníamos 16 años. Una versión mía con granos en la cara y tono de voz indefinido, caminaba despreocupado de la mano de una “güerita” delgada y de ojos verdes cuya risa no paraba. He de reconocer que esa risa me sonaba a cielo.

Ese viernes era especial. La rebeldía propia del enamorado nos había llevado a decidir que, en vez de asistir a la obra de teatro escolar, nos perderíamos por ahí. ¿A dónde? Quién sabe, sólo queríamos hacer de ese viernes, un viernes especial.

Dieron las 2 de la tarde y, a hurtadillas, salimos de la prepa. Yo cargaba ambas mochilas y entrelazados de manos, mi “güerita” y yo caminábamos paralelos a la avenida. ¿De qué hablábamos? No lo sé, juro que cuando estábamos juntos, una atmósfera etérea nos trasladaba a un plano existencial donde nada más había, solo mi mano con la suya, solo su boca, su voz, su mirada y la pasión que, sin explicación aparente, nos abrasaba.

Sin haber pactado previamente nuestro destino, “la ruta de los amantes” nos llevó a las puertas del Parque de la estrella, una reserva de bosque que el gobierno mexiquense adecuó como parque. Seguimos el paso trazado hasta dar con un puente de madera que separa la sección del parque del bosque mismo. Un par de metros más adelante encontramos un espacio abierto y bien iluminado, apartado del bullicio de paseantes y niños jugando. Algunos troncos derribados servían como buen respaldo y nos tiramos sobre la hierba.

–Siempre vamos a estar juntos, ¿verdad?

–Siempre…

No recuerdo si elucubrábamos los confines de la galaxia, la inmortalidad del cangrejo o si simplemente, en silencio, compartíamos un dialogo que ya trascendía este mundo. Recuerdo que en un momento nos quedamos de costado, mirándonos, prometiéndonos el universo, las horas por contar… recuerdo sus ojos fijos y sus manos temblorosas, y cómo mi boca se acercaba a la suya y nos volvíamos presas de ese bellísimo monstruo que pedía a gritos salir.

Las hojas caídas, el atardecer y el canto de una parvada que volaba en círculos fueron testigos de un momento que se volvía eternidad en nuestra piel, un tatuaje del alma. Los besos, las caricias, esa llama que hizo de nosotros un solo suspiro, nos transportaban a un lugar donde nada más existía, y sabíamos que habría de ser solo nuestro por siempre.

Y pasaron los minutos, las horas… y abrazados, para nosotros el tiempo no era sino oportunidad de prolongar esa perfección.

Una inesperada llamada de ese indeseable ser, catalogado en los bestiarios fantásticos como “suegra” cortó de tajo la atmósfera romántica. “¿Ya acabó la obra, Dany?”.

Partimos de regreso al auditorio escolar, donde sus padres habrían de pasar por ella, y a quienes seguro inventó una historia genial y plausible de la mejor obra de teatro que había visto.

Como a todo, el tiempo se encargó de desgastar ese amor  y esa forma de vivirlo. Como en todo, la magia acabó por ser truco y el amor eterno nos duró, a lo mucho, un año más, para luego volar en las alas de otras mariposas.

Nuestros senderos se bifurcaron y conocimos el amor en otras bocas, vivimos otras vidas. Pero ese día, ese día sí ha de ser eterno. Sé que “siempre estaremos juntos. Siempre”. Sé que siempre tendremos ese día y ese bosque. Sé que siempre tendremos aquel día de abril.

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