Por Carlos Daniel Salgado Pérez
Años, incluso décadas han transcurrido desde que Acapulco se convirtió en más que un centro turístico. El centro del mundo para quien disfruta de la playa, la fiesta, el reventón y la cultura.
Si bien el Puerto no es la capital de Guerrero, estado del que forma parte, lo es simbólicamente debido al atractivo turístico que, en toda persona que lo ha pisado, deja algún grato recuerdo o una memoria imborrable.
Hoy Acapulco no pasa por su mejor momento. Sus mejores años han quedado atrás y la gran reputación que durante tanto tiempo se forjó se ha visto empañada por problemas de corrupción e inseguridad. Temas concurrentes en México pero que hace 20 años parecerían impensables en el Puerto que vivía de noche, el paraíso, Acapulco.
Los turistas ya no se pasean por la playa o la costera sin preocupación alguna. A las siete de la noche sus gestos sugieren temor y prisa por llegar al hotel en el que se encuentran hospedados. Más preocupante es que los residentes, los siempre cálidos acapulqueños, se han tornado secos, serios, reservados…
Para poder calificar un lugar, así como un ser o un evento, es fundamental analizar el entorno y su contexto histórico, geográfico y social. A simple vista Acapulco aún cuenta con una de las bahías más hermosas del mundo. Todavía es capaz de atrapar al visitante y dar placer a su pupila, sin embargo, involuntariamente se ha rodeado de elementos que impactan negativamente en su identidad.
–Si me vas a grabar tengo que hablar bien. No sé si me estén escuchando y no me gustaría meterme en algún problema, pero aquí entre nos te puedo decir que las cosas en Acapulco no están bien. Nosotros sabemos perfecto lo que dicen las noticias, pero créeme, no es cierto, tiene años que la ocupación hotelera no se acerca al cien por ciento. El turismo en Acapulco ha disminuido mucho, hay que aceptarlo– dice Paco, de 15 años, vendedor de empanadas en la playa.
–Sí hay medios que nos hablan de lo que están pasando. Mucha gente se está enterando– respondo.
–Yo sé. Sí me he leído periódicos chilangos, y bueno, del país en general, pero por eso te lo digo. Lo que dicen sobre lo que está pasando no es nada, hacen que parezca como que no es muy grave. Seguramente hay alguien que se los prohíbe o no sé. Yo voy en secundaria y ya me he hecho de la idea de que el narcotráfico maneja a todos los medios del país, pero si supieran– replica Paco.
Voltea a su alrededor como cuidándose, con un rostro que transmite miedo. En efecto, al ser entrevistado ante la cámara el chamaco presume lo que cuenta el gobierno guerrerense y se dice orgulloso del “crecimiento turístico de Acapulco en los últimos años”.
Culmina la conversación y, a pesar de ya haber terminado su venta del día, sale corriendo con mucha prisa y girando una que otra vez como para asegurarse de que nadie lo fuera siguiendo.
Arribó el atardecer. El sol comienza a sumergirse en el imponente Pacífico mexicano y, tanto vendedores como turistas, comienzan a recoger sus pertenencias y aceleran su paso rumbo a sus respectivos hoteles u hogares.
Con cierta tranquilidad me doy otro chapuzón en el mar y ya casi con la playa vacía. Me retiro tranquilamente, sin sentir peligro alguno pero, eso sí, invadido por una nostalgia ya internada en el calor acapulqueño.
Melancolía, extrañeza, incluso un poco de desesperación son los sentimientos que experimento al caminar por la tradicional Costera Miguel Alemán.
Durante los últimos 50 años, Acapulco se ha caracterizado por su dinámica e inigualable vida nocturna. Hoy, la escaza actividad se ve reflejada en distintos aspectos.
Se han triplicado las ofertas para asistir a bares, antros y centros nocturnos. Antes, cuando el cielo se había pintado de negro y las estrellas habían hecho su aparición, no había lugar con capacidad para más personas decididas a festejar solos, con amigos, en pareja o en familia.
Ahora, la música suena cada vez más baja y, al voltear a admirar los grandes hoteles ubicados sobre la costera, uno se encuentra con una diversión común, de rutina, no de destino turístico. Las televisiones encendidas y las habitaciones repletas han sustituido el goce y el entretenimiento alguna vez mágico en esta ciudad.
Acapulco atraviesa tiempos duros. Corrupción, droga y el mal manejo de la clase política han empañado sus virtudes y se han encargado de enmudecer el sonido de las olas, esas que antes fungieron como instrumento musical y ahora son sólo coristas.
La magia está ahí, aunque poco a poco parece emparejarse al sol y sumergirse en estas emblemáticas olas.