Por Carlos Alonso Chimal Ortiz
Tengo muchos recuerdos buenos y manos de cuando yo empecé a ser un “Godín”, más malos que buenos. Pero les voy a platicar de mis primeras andadas de “Godín”.
Yo era un chamaco de 22 años. Al principio, antes de dejar el nido, pues cooperaba con una lanita para la luz, el teléfono, el gas y comida. Además era una mínima parte. Me quedaba bastante para hacer y comprar mis cosas, mis películas, porque soy un amante del cine.
Ahí empezaron mis primeros pininos, porque escribía críticas de cine en una revista zonal. Lo mejor fue cuando iba viajando en un Metrobús y me di cuenta que unas chicas iban leyendo mi reseña de cine. Me dieron ganas de levantarme del asiento y decirles:
–¡Soy yo! ¡Yo escribí eso y espero les sirva de algo!
Pero sólo me quedé con una sonrisa cuando ellas leían mis cosas chuscas que yo redactaba, porque sí, ya había escrito antes, o medio escribía. No lo sé. Pero cuando andaba en esas andadas yo ya era un “Godín” y, esa vez, con una jefa enojona y yo aguantando maltratos y demás. Pues yo era un joven, no tenía nada que perder.
Un viernes nos invitó al equipo donde trabajaba. Éramos como 12, pero sólo accedieron a ir como cuatro a esa cena que ella iba a pagar. Fuimos una compañera y tres compañeros. A mi jefa no sé qué le paso. Ahora la veo y es diferente. Ya tiene un hijo y es a toda madre. Siempre lo ha sido, pero en ese entonces estaba en su papel y fuimos a esa cantina a comer.
Después de unas horas, ya con los estragos del alcohol y ella bien contenta, se le ocurrió decirnos que el próximo viernes nos íbamos a su casa de Acapulco, que saldríamos temprano y nos íbamos “¡chingue a su madre!”
Todos dijimos que sí y hasta echamos un brindis por ella. Pedimos más tragos y todos felices.
El lunes que regresamos a trabajar –pues yo era su asistente– le dije, “oye mmmm… ¿te acuerdas que nos invitaste el viernes a tu casa de Acapulco?”
Lo dije porque realmente la quería chingar y además, si se iban, pues yo saldría temprano ese día.
Me dijo que sí acordaba de todo, un poco dudosa, y le dije que qué bueno, que cumpliera y ya.
Llegó ese viernes y en la mañana. Les dijo que si habían quedado en algo se cumplía. No sé por qué, pero dos compañeros ya iban con sus maletas en los carros, uno con su novia, otro con su esposa, y la otra no se acordaba, pero dijo que no había problema, que le hablaba a su novio y nos lanzábamos.
Dieron las tres de la tarde de ese viernes y dijo “vámonos a Acapulco”. Les di la bendición y me dijo “ni madres, tú vas con nosotros”.
Tenía 24 pesos y un “Negrito” en mi mochila. Ahora se llaman “Nitos”, por eso de la discriminación racial.
Les comenté que no tenía dinero y una de mis compañeras, que le había avisado a su novio pero no le contesto, me dijo que no me preocupara, que ella me prestaba. ¿Pero yo qué chingada necesidad tenía de pedir prestado?
Entonces me obligaron a ir. Pasamos por mi casa antes de partir. Subí corriendo y sólo dije:
–Me voy a Acapulco, es un asunto de trabajo.
Tomé dos bermudas, tres playeras, tenis, chanclas, una toalla, desodorante, y me lancé a la aventura.
Me subí a uno de los tres carros y pasamos por el novio de esa chica que me prestó los 500 pesos. Él no sabía nada. Le dio la orden, se subió al carro y nos fuimos.
Llegamos a Acapulco como a eso de las 10 de la noche. Pasamos por unos tacos y cervezas para cenar. Di cien pesos de cooperación. Me quedaban 400. Estuvimos en la casa ya en Acapulco platicando y como a las dos de la mañana a dormir.
Sábado 9 am.
Todos despiertos y al súper a por pan, jamón y demás cosas para desayunar e irnos a la playa. Me quedaban 300 pesos.
Ya en la playa ellos comían. Pidieron comida y yo pedí una empanada de 25 pesos. Les dije que no tenía hambre. Me quedaban 275 pesos. Llegó la tarde y nos fuimos a la casa a bañar y a arreglar para salir a bailar. De plano les dije que no mamaran, que no tenía dinero, y nos quedamos en la alberca. Les inventé un malestar de barriga y me quedé en esa casa mientras todos ellos se iban a bailar y a cenar. Yo me quede en esa casa fingiendo.
Salí yo solo. Encontré unas seis cervezas y me fui a la alberca. Comí botana y el jamón que sobró. La pasé muy bien conmigo mismo. Botaneaba, nadaba y tomaba cerveza. A las once de la noche me salí de la alberca todo arrugado. Me metí a ver la tele y a tomarme un ron que estaba en la alacena. Me dormí.
Domingo 8:21 a.m.
Al otro día ya estaban todos crudos. Creo que llegaron como a las seis de la mañana y, como ya era domingo, decidieron que fuéramos a comer a la playa. Gasté 100 pesos en una tarjeta de teléfono para hablarle a mi novia y decirle que ojalá estuviera conmigo. Le canté un par de canciones. Después unos niños me vendieron unos dulces de coco y no sé cómo, pero me quedé con 28 pesos.
Estábamos en ese restaurante con alberca y playa. Todos pedían para desayunar y yo me hacía pendejo en la orilla de la playa argumentando que estaba bien y quería ver ese escenario tan hermoso. Pero mi barriga hacía ruidos porque me exigía comida.
Llegaron mis compañeros a darse un último chapuzón en el mar y me dijeron que había botana, pero pues yo no quería por la pena de no traer dinero. Les di las gracias y me aventé al mar. Nadé un rato y cuando salí ellos ya estaban en la mesa tomándose unas cervezas. Moría de sed y hambre. Estaban jugando póker.
–¿Le entras?
¡Va! No tengo nada que perder. ¿28 pesos?
Aposté mis 28 pesos y no sé por qué empecé a ganar. Ya tenía 236 pesos y pedí una empanada de camarón y una coca cola. Con los 52 pesos restantes los aposté y gané más. Ya tenía 347 pesos. Pedí otra empanada y una cerveza. El resto lo di para las gas de regreso, pero ya había comido y tomado una cerveza.
Llegué a mi casa bronceado, con una hueva tremenda y todo volvió a la normalidad. Fui a la esquina con doña Lupita y le pedí una torta cubana y una coca bien fría.
Me la comí mientras recordaba que hay fines de semanas muy locos, que a veces tienes y otras no. El martes fue quincena y fui con mi novia a cenar y al cine.
Así pasa a veces.