Por Argel Jiménez
El subsuelo tiene una falsa calma. De la estación Zócalo salen pocas personas del vagón del Metro. En los andenes, los granaderos aguardan con su escudo en mano a que algo pase. Observan el caminar de la gente sin ninguna gana. Algunos más se comunican con sus hijos para preguntar como están. Otros miran el reloj para ver a qué hora regresan a su casa.
La única salida abierta es la que está afuera de la Suprema Corta de Justicia de la Nación (SCJN), pero no hay paso hacia la plancha del Zócalo; cercada como en los tiempos manceristas, no se permite el paso a nadie. La circulación peatonal sólo se puede hacer por la calle Venustiano Carranza.
Un policía que impide la entrada a la estación del Metro comenta, ante la pregunta de una señora, que el contingente de la Marcha de los 43 normalistas desaparecidos de Ayotzinapa, “ya entró desde hace rato. La señora lo vuelve a interrogar: “Oiga, ¿y no se puede pasar?”
“No. Está prohibido el paso”, remata el policía.
Ella no da crédito a esa respuesta y camina sobre Venustiano Carranza, buscando una respuesta verdadera. “No puede ser posible. Son las cinco de la tarde y no se ve ningún mitin. Sólo se ven los del FRENAA”.
Sobre las aceras, pequeños puestos en el piso ofrecen cubrebocas, cinturones, chalinas y una que otra cosa para comer. El ir y venir de la gente resulta de un día sin pandemia. La gente esquiva a los que van lento, rozando las bolsas o los cuerpos de los otros y otras. Aquí, la sana distancia, que vengan uno por familia, y la sugerencia de que vengan por apellidos, simplemente no existe.
Es preciso caminar sobre la Calle Carranza hasta Motolinía y así alcanzar la calle 5 de Mayo, en donde un pequeño contingente de simpatizantes de AMLO esperan que la marcha que entrará por esa calle llegue.
Cargan banderas con la efigie de su líder, o banderas tricolores, y otros más escriben en cartulinas las últimas consignas de ocasión, recargados en casetas telefónicas o en planchas de acero que protegen las entradas de los negocios.
Una cuadra antes de llegar a la plancha de la Plaza de la Constitución, un grupo de granaderos también impide el paso. Los negocios tratan de hacer su vida cotidiana entre motos de agentes de tránsito que van y vienen a toda velocidad. Los pocos turistas que hay aceleran el paso, mientras algunos jóvenes ofrecen micas y armazones. De manera paulatina empiezan a llegar los reporteros de medios independientes que tratarán de narrar y filmar el evento.
Antes de que llegue el contingente, los policías ordenan a todos los negocios que bajen las cortinas. Los empleados obedecen de inmediato y por ese momento dejan encerrados a sus clientes.
La camioneta del mitin se acerca poco a poco y el discurso que se escucha es el de un estudiante que dice: “En la Normal Raúl Isidro Burgos no somos delincuentes, ni vándalos; en nuestra escuela nos enseñan a sembrar la tierra, hay clases de artes plásticas y carpintería”.
El contingente se acerca donde están los partidarios del presidente, que les abren paso. Con el puño en alto o con celulares graban la llegada. Otros gritan “justicia”, y otros más cuentan hasta el 43. Dan la bienvenida a las y los padres y madres de los jóvenes desaparecidos.
El discurso del joven, que porta un pantalón de mezclilla y una chamarra guinda, habla también de la represión que ejerce hacia los normalistas Rutilio Escandón, gobernador de Chiapas, y se pregunta: “¿Qué clase de Transformación es esta?… No se resuelve nada (de los 43 desaparecidos). Queremos que, a finales de año a más tardar, se resuelva el caso”.
Finaliza diciendo que todos los partidos son iguales PRI, PAN, PRD, Morena.
El contingente pasa justamente a la altura del campamento de FRENAA. Algunos de sus simpatizantes alzan el puño en señal de apoyo. Otros, con celular en mano, graban la avanzada del mitin y dan aliento a los manifestantes, que van entrando a la plancha del Zócalo.
Pero no les contestan: “¡Culeros! ¡Culeros! ¡Obrador! ¡Obrador! ¡Fuera FRENAA! ¡Fuera FRENAA!” Les “pintan” dedos o les mientan la madre. El ánimo de apoyo del movimiento de la ultraderecha se va apagando poco a poco ante el repudio generalizado.
Por un instante, la explanada se convierte en la metáfora de todo el país, en donde se juntan gritos de apoyo a AMLO y repudios hacia el tabasqueño por parte de movimientos de izquierda y de derecha, y en donde nadie dialoga con el OTRO. Predomina el caos y la polarización.
Mientras, la gente se acomoda para que dé inicio el mitin. El orador llama a mantener una sana distancia en la medida de lo posible.
En el costado derecho del templete, que se colocó frente a Palacio Nacional (viéndolo de frente), se colocan los estudiantes de la Normal Raúl Isidro Burgos. Todos lucen el cabello a casquete corto. Algunos visten un conjunto deportivo con chamarras mitad color azul rey y azul marino, y la palabra Ayotzinapa en la parte trasera. Complementan su vestimenta con tenis o huaraches, como testigos de su andar por la Ciudad de México.
Aglutinados detrás de las 43 fotos de los normalistas desaparecidos, que sostienen otros 43 estudiantes, gritan con todas sus fuerzas y convicción, abriendo lo que más pueden sus bocas: “¡26 de septiembre no se olvida, es de lucha combativa!”
El orador hace mención a la estrategia del gobierno federal anterior, el de Enrique Peña Nieto, en la que su principal apuesta fue “pensar que iban a quedar en el olvido los 43 jóvenes normalistas (pero no fue así)…
“Y ellos (los funcionarios) van a terminar refundidos en la cárcel… No podemos permitir que esto quede en la impunidad”. El muchacho remata su discurso señalando que “la justicia empieza a llegar con la detención del Ministerio Público Federal (que encubrió a Tomás Zerón).
Es el turno del abogado Vidulfo Rosales. Recuerda que los padres de los normalistas (campesinos e indígenas) mandaron a sus hijos a la Normal Raúl Isidro Burgos con la ilusión y esperanza de que fueran maestros en las comunidades indígenas.
Mientras habla, algunos jóvenes lucen impacientes. Con aerosoles en mano corren juntos hacia Palacio Nacional. Saltan las vallas y empiezan a pintar paredes. Se suscitan varios conatos verbales entre los mismos manifestantes y un bloguero.
Los policías en ningún momento se acercan. Sólo los del grupo Marabunta y un grupo de funcionarios de la Ciudad de México tratan de mediar.
Más adelante, Vidulfo Rosales comenta que si las empresas hacen trabajar a sus trabajadores en plena pandemia, ellos se cuestionaron: “¿Por qué los pobres no podemos salir a protestar?”.
Cierra el mensaje indicando que, a pesar del desgaste (emocional al que han sido sometidos), así como las diversas enfermedades que han sufrido los padres, “aquí seguimos”.
La señora Carmelita, madre uno de los normalistas desaparecidos, recalca que ellos no se han cansado porque luchan por sus hijos y extrañan no poder abrazarlos. También recuerda que “les tenemos respetado su espacio en la casa, en donde duermen y comen”. Y lanza una sentencia: “¡Si no encuentran a los 43, no habrá Cuarta Transformación!”
El turno es de la señora Cristina. Recuerda que “han caminado lejos de su casa, su comunidad, su familia y su trabajo”, y agradece que, gracias al apoyo popular, “ustedes nos han dado fuerza (para seguir)”.
El acto termina cantando “¡Venceremos!”, himno que les dice más a los movimientos de izquierda en estos tiempos que el mismo Himno Nacional.
Cuatro petardos son lanzados a las ventanas de Palacio Nacional y otro dos a la puerta principal de la Suprema Corta de Justicia de la Nación. Los medios de comunicación corren para grabar lo sucedido y los demás a ver lo que pasó.
Sobre la calle Pino Suárez están estacionados los camiones que llevarán a los estudiantes, padres y madres a su lugar de origen. Esperan, como dice la canción:
Por un día distinto/ sin apremios ni ayuno/ sin temor y sin llanto/ y porque vuelvan al nido/ nuestros seres queridos.
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