(Primera parte)
Rivelino Rueda
IXTAPA ZIHUATANEJO.— “¡Ven para acá cabrón!” “¡Incumpliste una orden cabrón!” El niño de ocho años llora y se abraza a la pantorrilla de mamá, embarrada de bloqueador solar. Son cuasi órdenes militares, porque “es una guerra”, me dice “El Tequi”.
La contraluz del sol a esa hora en las playas de Guerrero me impide ver los tatuajes de “El Tequi”, pero del lado izquierdo de pecho, donde está su corazón, está el rostro de ese niño que llora y moquea en la carnosidad de su madre.
–¿Es él?—pregunto señalando a su pecho y después al niño.
–Es él, Ricardo. Es al que más quiero.
–¿Por qué? Son tres…
“El Tequi” para. Se sirve otro ron y dice despacito: “Es-que-si-no-aprende-se-lo-va-a-cargar-la-verga”.
***
El grito es fuerte, enérgico, como una orden militar. Ricardo no escucha por el estruendo de las olas al reventar en la playa. Marco, el hermano mayor, lo reta a echarse un clavado. “El Tequi” insiste desde su camastro, pero al no tener respuesta le dice a Michelle, unos dos años mayor que el pequeño Ricardo, que vaya por él, que “teníamos un acuerdo”.
El padre de los niños observa el regreso de Ricardo. Cabizbajo y pateando la arena se planta frente al “Tequi”, con el rostro sudoroso y un cuerpo macizo. Es bajo de estatura pero sin duda es de esos tipos “correosos”.
“Teníamos un trato y los tratos se cumplen”. El niño sólo asiente. Comienza a hacer pucheros y a arrojar las primeras lágrimas que corren por sus mejillas hinchadas por el sol. La mamá sólo mira la escena desde otro camastro.
La cabeza de “El Tequi”, casi a rape, presenta unas 30 pequeñas cicatrices. En la ceja derecha se observa una más grande, de unos siete centímetros. La mujer que ahora habla es la misma que está tatuada en la pantorrilla izquierda del padre de familia, desde el tobillo hasta la rodilla: “Son sus vacaciones. Ya se disculpó varias veces”.
“El Tequi” aprieta las mandíbulas y responde firme, sin gritos: “Acuerdos son acuerdos. Hicimos un trato y los tratos se cumplen”. La instrucción del jefe de familia es terminante, como si de un código militar se tratara, como si fuera un pacto entre adultos. Ricardo se acurruca en el camastro a un lado de su madre y solloza.
Vienen de Lázaro Cárdenas, Michoacán, a una hora en carretera de este puerto guerrerense. “El Tequi” se levanta y se dirige al bar del hotel por otras “margaritas”.
En el centro de su pecho está tatuado el rostro del niño que dejó llorando hace unos minutos por un desconocido castigo, por haber roto un “pacto” entre ellos.
Más arriba, debajo del hombro, se observa el “rayón” a una sola tinta de Marco, el hijo mayor, que se encuentra parado a la orilla del mar, mojándose los pies, tal vez esperando a Ricardo o tal vez indeciso por zambullirse solo en el oleaje de las cinco de la tarde. A la misma altura, pero en el brazo izquierdo, está el tatuaje con el rostro de Michelle, “la de en medio”, quien juega sola escarbando la arena.
Ya en la zona del hotel, del otro lado de las regaderas para quitarse la arena, tres adolescentes de entre 14 y 18 años –que también portan la pulserita amarilla que establece que todo el consumo de alimentos y bebidas es gratis—no pierden de vista a “El Tequi”, dejan los vasos de plástico con whisky en las rocas o Torres 10, y corren a cuidarle la espalda a unos cinco metros de distancia. Los tres portan esos pequeños morrales llamados “mariconeras”, cruzados en el pecho.
El michoacano llama a uno de ellos para que lo ayude con las bebidas y regresa a su camastro en la playa. El joven que lleva las bebidas escucha algunas instrucciones de quien parece ser su jefe y regresa con sus compañeros, quienes siguen con su faena de empinarse todo el whiskey y el brandy a su alcance, pero sin perder de vista en ningún momento a “El Tequi”.
***
“Dicen que es un jefe de plaza de La Familia Michoacana y que los muchachos que lo acompañan lo cuidan. Vienen cada diciembre desde que nació el primer niño. La verdad es que dejan muy buenas propinas”, comenta el mesero de uno de los restaurantes del hotel.
–También hay muchos de Jalisco, ¿no?
–Si, del cártel de por allá, ¿cómo se llama?
–Cártel Jalisco Nueva Generación.
–Ese mero, pero ellos dejan mejores propinas, los michoacanos como que andan en crisis desde hace unos tres años. También vienen de Guanajuato, de grupos de por allá, no se crea. Esos apenas le están agarrando el gusto a Ixtapa.
–¿Y no han tenido algún problema?
–Peleas de borrachos solamente, nunca balazos, aunque vienen armados. Aquí es como una “zona neutral”, es como si llegando aquí firmaran una tregua.
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