Por Karina Hernández
Araceli tenía treinta años. Pudo tener muchos planes para su futuro. Quizá pensó en cambiar de trabajo, salir de aquella fábrica de balastras y conseguir algo más cerca de su casa.
Ella pudo pensar en que ya era el momento para tener un hijo con su novio. O dos, o tal vez tres. Llevaban 4 años de relación.
Él, a lo mejor, pensó en casarse con ella y crear una familia. Pero tal vez Araceli no quería esto. Pudo haber trabajado años para ahorrar e irse a viajar, sola. Ella podría haber querido conocer el mundo. Ver todo aquello que durante 30 años no vio, no conoció y ahora jamás conocerá.
Nunca podrá concluir aquellos planes que tenía, no le pedirán matrimonio, no tendrá hijos o no viajará porque la vida le fue arrebatada al ser atropellada.
Era de noche, aproximadamente las once del año 1994. Salía junto con su pareja del trabajo, cerca de Toreo. Esperaba, debajo de la banqueta, el transporte que la llevaría a casa, justo a diez minutos de Metro Observatorio.
Después de un largo día, sus planes acabaron al ser arrollada por un auto del cual se desconoce el número de placas y modelo. Su novio, parado sobre la cera, únicamente vio lo rápido que se acercó aquel carro hacia Araceli, segundos después, la miró tendida en el piso.
Ella no es la única que ha sido despojada de la vida. Incluso, a pesar del tiempo transcurrido, los peatones siguen muriendo a causa de los accidentes viales.
En 2015 fallecieron 739 personas tras ser atropelladas, esto únicamente en la Ciudad de México. A finales del mismo año las fotomultas iniciaron su función y en 2016 se redujo a 626. Pero continúa siendo una cifra alta, incluso supera a las 566 víctimas por atropello en 2014, fecha en la que esta medida no existía.
Las calles se han vuelto el debate entre la vida y la muerte, especialmente aquellas dentro de las delegaciones Iztapalapa, Gustavo A. Madero, Venustiano Carranza y Cuauhtémoc, las cuales conservan el 53.5% del total de los homicidios culposos en la ciudad. Pero el resto no se salva, incluso la delegación Álvaro Obregón ha sido escenario de atropellos fatales, siendo que se encuentra en la posición seis de la lista.
Entre uno de ellos está el de una joven de entre 23 y 30 años que fue arrollada alrededor de las 5:00 am el 6 de marzo de este año. En aquel crucero de la colonia Cristo Rey que todos temen cruzar, donde los semáforos de repente dejan de funcionar.
En esas calles donde, como en otras, los peatones tienen ocho posibilidades de cruzar, pero en cualquiera existe el mismo riesgo a morir, a que sus planes del día, de la semana y de la vida, dejen de existir, siendo olvidados y, en otros casos, sin siquiera saber quién se los ha arrebatado.
Como muchas situaciones, ella se suma a la larga e interminable lista de los olvidados. Aquella mañana amaneció con reportes de personas que veían un cuerpo de una muchacha tendida en el piso y con un largo camino de sangre que salía de su cabeza. No había un carro, una patrulla o alguien que pudiera identificar placas, modelo del auto o decir lo que sucedió, no había nada más allá de un cuerpo despojado de la vida.
En la CDMX, más del 14% de los responsables de un atropello decide huir del lugar, pisa el acelerador sin mirar por el retrovisor el cuerpo que abandona. Sin saber si aquella persona ha muerto o quedó herida, simplemente se va dejando incertidumbre en la familia de la víctima.
Alejandro fue atropellado el 15 de septiembre del 2017 cuando regresaba de estar en Zona Rosa con sus amigos, esperaba la luz verde del peatón para poder atravesar la calle e ir al suburbano de Tlalnepantla.
Al hacerlo, un auto lo envistió golpeando sus piernas, sintió cómo su rostro se impactó en el vidrio y calló al piso.
“Me pegó en las piernas y por el golpe salte al parabrisas y mi cara se estrelló en él”.
El conductor no respetó la luz roja, además de conducir mientras hacía uso del celular, ambos actos prohibidos por el reglamento de tránsito. Alejandro, dentro de su miedo, llegó a pensar que no volvería a caminar, el chofer bajó rápidamente y se hizo responsable de todos los gastos médicos. Corrió con la suerte que otros no tienen.