Un mezcal con Robert

Por Gonzalo Sánchez Toledo

 

 

Querida y recordada Valentina:

En época futbolera, como la recién pasada, uno de los mejores lugares que se transforman en parroquia para ir a limpiar el alma de sufrir y gozar con un partido de fútbol, de esos que se juegan cada cuatro años, es alguna de las tantas cantinas que aún quedan en la ciudad. Lamentablemente van en retirada. Signo de los tiempos diría algún coleccionista y reproductor de lugares comunes.

Así y todo, en estos especie de templos, la palabra placer se deja ver en toda su magnitud. Es un lugar que evoca un pasado glorioso, luminoso, de tertulias trasnochadas, y hoy, además del recuerdo y la nostalgia, queda el instinto de sobrevivencia, de no dejarse morir así no más. Son como museos de la memoria donde puedes refugiarte por un rato con buena comida y tragos sin ir al pasado. Es el pasado que viene, se adapta y adquiere formas personificada en seres que diríamos de la tercera edad, según ciertos parámetros, pero la energía que derrochan parece más bien de adolescentes frente a sus primeras conquistas.

No es extraño ver entonces, en tardes de sábado o domingo, rematar en una cantina bailadores de danzón, pachucos y abanicos de la mano de señoras ágiles y graciosas a la hora del baile, y maestras en el arte de la delineación de cejas.

Definitivamente, Valentina, saborear un tequila o un mezcal en una cantina tiene otro sabor. El ambiente te hace ver a los futbolistas en la pantalla de la tv como bailarines del Bolshoi y da lo mismo el marcador. Lo que importa es la mezcla de cada elemento donde intervienen todos o casi todos los sentidos. Hay algunos de estos bares que cuentan con cantante, normalmente sentado dada su avanzada edad pero capaz de contagiar al más amargado y hacerlo bailar como prueba de un verdadero milagro.

En uno de estos bares estaba una tarde lluviosa de verano. Mi mesa con una completa y envidiable botana. Los comensales en su mundo, en la pantalla y en el fútbol. A un costado mío una mesa con un par de tipos jugando dominó. Me fijo en uno y el parecido es sorprendente. Quizás unos años más, o unos años menos, pero no hay duda que perfectamente es posible confundirlo con Robert De Niro. Incluso el lunar en el lado derecho de su mejilla es el mismo. Le pregunto al mesero por ese parroquiano y con una tranquilidad como quien se amarra un zapato me dice que es el mismo Robert De Niro. El verdadero, el Taxi Driver, Jake LaMotta, Vito Corleone, Michael y otros que desfilan en mi mente a una velocidad que no alcanzo a retener, materializado en una cantina entre todo este collage. Me animo hasta su mesa y le pregunto si es él. Mientras deja caer con su mano derecha la ficha dos con seis, me dice: ¡Sí, claro!

Me cuesta creer que esté en esta ciudad jugando dominó en una cantina como cualquier hijo de vecino. ¿Y qué hace acá?, le pregunto.Vine a jugar unas partidas de dominóMe refiero a la ciudad. ¡Ah!, me gusta. Trato de venir tan seguido como puedo, pero los proyectos, compromisos no me lo permiten.¿Pero cómo es que está en la ciudad, y en este bar y nadie se entera? Claro que se enteran. Por ejemplo, cuando entré aquí, me trajeron las fichas de dominó, un corto de mezcal y la botana sin picante porque me enchilo.

Pienso si me habla en serio. O sea, ¿es cliente habitual? Bueno, lo de habitual es relativo, pero sí vengo todo lo que puedo. ¿Y por qué en esta cantina? Porque aquí todo mundo está de acuerdo con lo que digo, cosa que me da igual, porque de joven consentir todos mis dichos me subía el ego, pero ya no. Además, en este lugar nadie se para de su mesa para preguntarme ¿es usted Robert De Niro? Lo siento, no quise… No te preocupes… además yo ya estoy acostumbrado; en tantos años… Siempre he tenido la curiosidad en saber cómo hizo para subir tantos kilos en Raging Bull.

Pone ojos sin enfocar, frunce el ceño, como en sus películas y dice: Todos los días fue una lucha por comer y comer, pizzas, pasteles, pastas, y cerveza, claro. No me gusta recordar todo eso. Pero le valió el Oscar. Sí, y también una depresión. Disculpa, ¿puedo tratarte de “tú”? Claro, en inglés es lo mismo, tú o usted. ¿Puedo invitarte un tequila? Prefiero mezcal, si no te importa.

Fui a la barra por un par de mezcales y aproveché para preguntarle al cantinero hasta qué hora está De Niro y cómo se va de regreso. Me dice que casi siempre se va hasta cerrar y según las copas que haya tomado lo vamos a dejar. ¿Lo van a dejar? Pongo cara de incredulidad y el cantinero me retruca: Acá siempre llevamos a los clientes hasta su casa, conducimos sus coches y a la mañana siguiente se los regresamos. Más aún si se trata de Robert. Vuelvo a la mesa con los dos cortos.  ¡Salud! Le digo que extraño esos filmes, sus películas, épicas, oscuras, violentas, con anti héroes que la sociedad, al final, redime. Me dice: Yo ya no estoy para esos papeles. Para eso está Di Caprio, o Christian Bale, por nombrar un par… Llevas más de 40 años en el cine, ¿qué debe ocurrir para que digas “hasta acá llego”? Seguiré viniendo a esta cantina hasta encontrarme con Travis Bickle, saludarlo y me diga ¿Me estás hablando a mí?

 Esta ciudad, Valentina, da para todo.

 

 

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