El perro siempre delimita la cocina

Por Sergio Antonio Aparicio Flores

Foto: Eréndira Negrete

El perro siempre delimita la cocina. El terreno al que le es prohibido pasar pero que siempre hace su mayor esfuerzo por tocarlo al momento en el que alguien lo pierde de vista. Esa cocina a la que el sol ha robado su potente rosa mexicano y hoy en día es de unos cuantos tonos más bajo.

Esa maravillosa cocina que sin duda cuenta con vida propia.
La ubicación privilegiada en las faldas del Ajusco es algo que presume a diario. En días buenos te permite ver hasta el lago de Texcoco, acompañado de un reflejo rojizo y seductor, provocado por los primeros rayos del alba al tocar el agua. En los malos, la contaminación del Valle de México apenas si te permite ver SixFlags.

No hay espacio para un solo adorno más en las paredes deslavadas de esta solitaria cocina. Al parecer, a la dueña le molestan los espacios minimalistas. La prueba fehaciente de ello son los incontables platos y cestos de tortillas que abarrotan el lugar.

La cocina que ha visto desfilar un sin número de platillos, sazonando y albergando la felicidad de una familia por más de treinta años, es el cuartel general de ese joven pastor alemán.

Las horas de entrenamiento que se le han dado para bloquear sus instintos animales son inútiles. Día con día es presa de ellos y traspasa líneas enemigas para llegar a su anhelado premio que, en este caso, sería cualquier alimento menos sus “culeras croquetas”. Me imagino que así les llama él.

En la pared de entrada que está pegada al refrigerador hay una mancha obscura ocasionada por las largas horas que pasa el perro ahí. Imagina cruzar esa línea marcada por dos diferentes tipos de piso. Además, si alguien abre su electrodoméstico favorito, tiene la oportunidad de olfatear disimuladamente el tesoro más grande al que puede aspirar: una salchicha.

En esta cocina estilo mexicano siempre hay una puerta abierta, un cajón mal cerrado o una prensa francesa con restos de café. No podemos olvidar al perro hambriento que no aparta la mirada del tenedor mientras recorre el camino entre el plato y la boca.

Sinceramente creo que ese perro es el mejor amigo de aquella vieja cocina. Aquella cocina que siempre había estado sola y que ahora pasa sus horas fungiendo como la cómplice perfecta de un can travieso, cuyo único trabajo del día es idear la forma de conquistar su codiciada presea.

 

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