Por Sebastián La Mont
Los soldados recordaban casi nostálgicamente como hace tres meses habían estado paseando en las playas del sur de Vietnam o visitando las aldeas dándoles dulces a los niños. Parecía que la guerra era un cuento de hadas los primeros 30 días después de que los reclutas completaran su entrenamiento en Hawái.
Cuando por fin se les dijo a los hombres que avanzarían a zonas de combate todo mundo estaba emocionado. A pesar del reclutamiento forzado muchos se habían unido al esfuerzo por patriotismo, detener al comunismo y pelear por los Estados Unidos y la intrínseca libertad que uno obtiene por ser norteamericano. Esa mentalidad, la que te lleva a viajar al otro lado del mundo para dispararle a gente que no conoces, por razones que realmente no tendrían que importarte.
La hora de recreo acabó. La realidad del combate golpeó a la familia en Charlie cuando murió Bill Weber. El primer caído; lejos de casa, familia y amigos. Un francotirador del Vietcong (VC) con muy buena puntería o suerte mató a alguien con quién se habían convertido en guerreros. Los próximos dos meses serían similares. Si no eran emboscadas, las malditas minas se llevarían las piernas de alguien.
Los soldados cuentan como una “Bouncing Betty” separó el torso de Bobby Wilson de sus piernas. No se puede pelear contra un campo minado. Los hombres de infantería siempre están en el terreno. Sí la misma tierra que pisas es hostil por las cosas que ocultas entonces realmente no hay ningún lugar seguro.
Esta fue la realidad de la Compañía Charlie del cuerpo de los Marinos estadounidenses durante dos meses.
La provincia de Quang Ngai era conocida como Pinkville, así la coloreaban en los mapas para determinar que era una zona de conflicto y muerte. En algún recóndito lugar del área se encontraba la pequeña aldea de “My Lai”. También, según reportes de inteligencia. El 48 batallón de infantería del VC, estaría presente al día siguiente en el poblado. Con ello volvió el ánimo a la compañía. Tras tres tortuosos meses por fin se enfrentarían al enemigo cara a cara. Podrían por fin disparar de regreso sin sentir la impotencia, humillación y desesperación de abrir fuego contra los árboles que ocultaban a los letales fantasmas de Vietnam.
Era el 16 de marzo de 1968 y la actividad matutina comenzó muy temprano. Se les ordenó a los hombres cargar el triple de la munición que generalmente llevarían. ¿Qué pasa por la cabeza de un hombre que tiene que dejar agua o comida para hacerle espacio a las balas en la mochila? Pero está era la oportunidad que esperaban desde que llegaron. La guerrilla era temible escondida en túneles, árboles y matorrales, pero cara a cara sería diferente. La compañía podría probarse a sí misma en combate directo.
Pero había un problema, las fuerzas de Vietnam del Norte no estaban ahí. Estaban literalmente del otro lado de la provincia a 150 millas de distancia. La información estaba mal.
Alrededor de nueve helicópteros de transporte escoltados por seis naves de combate transportaban a los hombres de Charlie. Supuestamente antes de aterrizar estaban bajo fuego intenso, pero la investigación militar posterior reveló que solamente se incautaron tres armas en la aldea.
Los tres batallones avanzaron simultáneamente en la aldea sin encontrar resistencia. En algún momento alguien mató a un civil y fue decisivo. A partir de ahí todo se iría cuesta abajo. Los marinos, al no ver soldados del Vietcong, asumieron que los campesinos eran o miembros o simpatizantes y empezaron a ejecutarlos. Ronald Haeberle, un fotógrafo de la armada, era parte de la compañía y se conoce lo que pasó ese día en gran medida por las imágenes que posteriormente revelaría al mundo. Según comenta, era una cuestión de “dispararle a todo lo que se moviera, una completa carnicería”.
Había posiciones fortificadas, búnkeres en donde se escondía la población cuando pasaban los bombarderos franceses hace unos años, ahora eran los yankees. Los marinos empezaron a aventar granadas adentro de estos, solamente se escuchaban los gritos desde adentro. Usaron armas automáticas para terminar el trabajo. Los crímenes sexuales tampoco se hicieron esperar, mujeres y niñas por igual fueron violadas antes de ser ejecutadas.
Los pozos fueron envenenados, las casas saqueadas y quemadas, los campos de arroz destruidos. Pero las zangas que se usaban como desagüe, esas serían empleadas para tirar los cadáveres y la gente que quedaba viva, posteriormente reunida en el centro de la aldea marcharía hasta ahí para ser ejecutada y desechada. La sangre inundaba la aldea.
Los helicópteros de reconocimiento tenían una fatalidad de 40 a 50 por ciento para los pilotos. Ese día el que se encargaba de pilotear era Hugh Thompson. Al principio estaba confundido, Lawrence Coulbourn, su artillero empezó a disparar sobre las líneas de árboles que rodeaban My Lai, nadie regresó los tiros. Empezaron a volar bajo para intentar comprender una situación que cada vez era más clara. Vieron a un hombre patear y posteriormente ejecutar a una mujer moribunda en el camino. Más tarde descubrieron que era el Capitán Ernest Medina, el oficial de más alto rango en la compañía Charlie. Fue en ese momento que comprendieron lo que sucedía.
El piloto siguió volando sobre el área. Pasó por la zanga llena de cuerpos donde vio cómo los soldados le disparaban a los civiles. Decidió hacer algo, llamó a un amigo suyo que piloteaba un helicóptero de transporte de personal y bajó a ver a cuanta gente podría salvar. Observó a un grupo de gente corriendo de los militares, calculó que tendrían 30 segundos para vivir si no intercedía. Le ordenó a Lawrence dispararle a los soldados si estos abrían fuego en contra de los civiles o él. Salvaron a doce personas, de los pocos afortunados.
Se estima que murieron 507 personas en la masacre de My Lai. Las investigaciones no empezarían hasta el siguiente año cuando un reportero, Seymour Hersh, encontró la historia y una semana después se publicaran las fotos de Haeberle.
Paul Meadlow uno de los hombres que más se señala como responsable de la masacre pisó una mina días más tarde y le dijo a los demás: “Dios me ha castigado por lo que hicimos, y también los castigará a ustedes”. Más allá de las conciencias que perseguirían a los soldados de la compañía Charlie, el único que sufrió repercusiones fue el teniente William Calley, quien estuvo unos meses en prisión antes de recibir un indulto del presidente Nixon.
En la guerra la verdad y la justicia siempre son las primeras víctimas.
(Ejercicio de momento histórico)