Por Camila Montserrat Ayala Espinosa
Foto: Edgar López
Murmullos convertidos en gritos, plegarias transformadas en juramentos y la promesa social de una inconformidad latente, enmarcaron lo que pareció una catarsis sanguínea. Nuevamente un plasma, un flujo ideológico se desenvolvía en el centro del país.
La pintura roja, el tono de la sangre que incitaba a la protesta, había provocado que el azul de los jeans de Lucía se oscureciera. Ella no podía darse el lujo de comprar unos nuevos (con gran dificultad tenia para comer y más aún para estudiar).
Su familia no había tomado a bien que no se quedara en una preparatoria de la UNAM. La joven de apenas dieciséis había fallado el examen de COMIPEMS. Una matrícula reducida, una educación precaria en la secundaria pública y que sus padres fueran humildes, además de casi ignorantes, eran los dogmas a los que se tenía que enfrentar.
Ahora estaba en una escuela de nivel medio superior del Gobierno del Distrito Federal. Lucía no se daba por vencida, a partir de su falla leía a diario, preguntaba a sus profesores dentro y fuera del aula, pues su meta seguía siendo el estudiar derecho en Ciudad Universitaria.
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Bien y mal, ley y política, factores que conviven, que permanecen en una dualidad sistemática y que son por siempre latentes en la obra Les misérables de Victor Hugo, en donde sus personajes viven ante la intemperie del infortunio, y que al igual que los estudiantes Lucía González, Paris Del Moral y Juan Daniel López Ávila, osan enfrentarse a los huecos de este orden social. Exigen las garantías de un Estado de derecho.
Es la 1 de la tarde. El Zócalo capitalino se estremece. Tambores y gritos de apoyo en son de Juan Daniel y en rechazo al mandatario Enrique Peña Nieto inundan el espacio que está frente a las puertas de Palacio Nacional.
Los estudiantes de la Preparatoria Felipe Carrillo del GDF se preparan. Todos se registran en una lista, en la cual se deben anotar números telefónicos de familiares. Además, se colocan cuerdas para delimitar la composición del grupo. A los extremos deben estar los hombres y las mujeres en medio. Esta vez no se llevaran a nadie. Esta vez no golpearan a un alumno, a un estudiante, a un joven de 18 años indefenso. Esta vez revivirán lo que hace ya casi un año pasó.
“Compas, nada de ponerse gorras o bufandas sobre el rostro, para que no digan que somos provocadores, no dirán que somos delincuentes”, grita uno de los organizadores.
“Cuando termine la marcha quiero que todos nos vayamos juntos. Juntos venimos juntos nos vamos”, finaliza otro miembro del grupo.
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Un colectivo de mujeres sentadas en el concreto de la plancha de la Plaza de la Constitución está pintando pancartas. Entre ellas está Lucía, ella lidera, les dice a todas qué colocar:
“Once detenidos, exigimos justicia”
“Todavía nos faltan 43”
Una de las mujeres voltea, señala al horizonte y dice
–“¡Ahí está!”
Juan Daniel ha llegado. No habla, sus ojos son llorosos, sus ojos son tristes y están fijos en el vacío. Él fue uno de los once detenidos hace un año, en la movilización del 20 de noviembre por la desaparición de los 43.
Seis jóvenes lo rodean. Sus compañeros de estudios le abrazan. Él no llora, no se queja. Daniel se esconde tras su sudadera y gorra.
Los recuerdos le vienen a la mente. La última vez que sus pies tocaban ese concreto citadino las circunstancias eran diferentes.
Los gritos que había dado antes de ser atacado eran: “¡No violencia, no violencia!”
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Afuera del Metro Hidalgo se encuentra el joven universitario de 20 años Paris Del Moral. Desde la desaparición de los normalistas ha acudido a las manifestaciones y homenajes que se les han hecho, a veces va con amigos, en otras ocasiones totalmente solo.
Los dedos delgados y blancos de Paris marcan las teclas de su celular y habla:
-“¿Lucia, dónde estás?, voy para allá”
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Paris y Lucia se conocen desde hace poco, ambos son mormones, Él nació bajo las normativas de John Smith y de aquellos que son los dueños de Walt Mart, sin embargo, no comparte los ideales de la religión de sus padres.
En cambio, los progenitores de Lucia se unieron por la búsqueda de una seguridad económica, estar mejor. Ella, a pesar de que va cada fin a las reuniones mormónicas, sigue siendo católica.
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Lucia y Paris son el ejemplo y muestra de que existen amistades unidas por ideales políticos y causas sociales.
“Ven”, le dijo Lucia a Paris. “Lo conozco porque es de mi escuela”.
Una sinfonía visual llega, el tiempo se detiene. Los tres, Daniel, Paris y Lucia, por fin están juntos. Sin embargo, la proximidad no alberga una sorpresa, no se da lugar a una connotación ilustrativa del hecho violento, de lo que ocurrió.
Paris insiste en preguntarle a Daniel, ¿Qué pasó después del 20 de noviembre? ¿Qué vio? ¿Qué le hicieron? ¿Qué provocó esos ojos tristes?
Daniel no contesta. Hoy no quiere hablar de ello. Sus abogados se lo han suplicado, su familia igual, hoy solo debe marchar. Y revivir por medio de un acto social lo que se le debe, lo que la prensa olvidó, pero su gente recuerda.
Ya es tarde, es tiempo de marchar. Y mientras lo hago, veo la cara de este grupo que me recuerda que debemos recordar ese hilo de historicidad, no olvidar y que la historia es un faro.