Los criollos novohispanos y su búsqueda del poder: del Plan de Iguala al Acta de Casa Mata

Por Fernando Leyva Martínez 

“Los americanos deseaban la independencia;  

pero no estaban acordes en el modo de hacerla, 

 ni en el gobierno que debía adoptarse” 

Agustín de Iturbide 

 

En las primeras décadas del siglo xix, el panorama político sufrió cambios drásticos. La monarquía como sistema de gobierno enfrentaba un cúmulo de problemas, estaba en aprietos por varias razones.  

   Por una parte, la creciente difusión de las ideas de libertad, igualdad y fraternidad enunciadas por los ilustrados franceses y el exitoso ejemplo de los Estados Unidos de Norteamérica que cristalizaron con su independencia, por otra.  

   No solamente en Europa sino también en América, el modelo monárquico y el republicano chocaban en cuanto a su razón de ser como proyectos políticos. Sus ideólogos ponderaban las bondades de cada tipo, irremediablemente se enfrentarían en el terrero de las letras y llegaron al calor del debate y, para colmo de males, debido a la falta de acuerdos, al campo de las armas.  

   Unos, defendían los benéficos alcances del republicanismo: separación de poderes y derechos ciudadanos. Los otros, sostenían los valores del Antiguo Régimen: la autoridad suprema del monarca. Tradición versus modernidad. Era evidente que el mundo sufría, de nueva cuenta, otros aires de cambio.  

   La Nueva España se mantenía pendiente de los sucesos en Europa, siguió de cerca la Revolución Francesa, también la Era Napoleónica y por supuesto la prisión de los reyes españoles, con todos estos hechos los novohispanos (con justa razón) estaban ávidos de aplicar en su región las ideas más avanzadas.  

   Hispanoamérica no estaría —por mucho tiempo—, fuera de las influencias y las transformaciones políticas sufridas en todo Occidente. Los americanos de diversos tintes políticos se ubicarían en el centro de los cambios. Sus luchas por emanciparse serían cruentas y en la hora de la victoria no habría paz duradera. Las contradicciones, en todo sentido, darían paso todavía a tiempos más convulsionados.  

la metrópoli y los novohispanos 

En España, las instituciones leales a la corona (nobleza y clero), mediante el apoyo de algunos sectores de la sociedad y buena parte del ejército, obtuvieron en 1814, de nueva cuenta, el poder absoluto. Fernando VII no cumplió con las expectativas, algunos liberales que habían participado de muy buena fe en la Regencia y las Cortes fueron encarcelados, la ola absolutista también derogó la constitución de l812.  

   Los realistas sancionaron medidas coercitivas para dominar, de una vez por todas, las instituciones y de paso controlar a la oposición; en ese se practicó la censura, la persecución y el exilio. El rey junto con su camarilla gobernó el imperio y se afanaron en rescatar su pasada grandeza. A pesar de ello, años más tarde, se avivó el descontento. Tropas expedicionarias se amotinaron y cundió una revolución por toda la península.  

   Con el motín del coronel Rafael Riego, acaecida en 1820, los liberales aprovecharon la coyuntura y se hicieron del gobierno, la revancha no se hizo esperar. Una vez en él, obligaron a Fernando vii a jurar la Constitución, la famosa “Pepa”. Se proclamaba en ella una monarquía moderada, la desamortización de bienes eclesiásticos y la supresión de los privilegios, tanto del Ejército como de la iglesia.  

   Medidas que estaban encaminadas o que pretendían la modernización de España; sin embargo, la situación no era sencilla, de tal manera los conservadores, como también los monárquicos y liberales se enfrascaron en la lucha sorda, de facciones. La cuestión de fondo era decidir qué hacer con España y por consiguiente con todo el Imperio, en donde América, “en consecuencia optó por buscar su propio camino y decidir libremente que forma de gobierno adoptaría.” (Cuevas 1974, 26) 

   Nueva España experimentó aires innovadores. Algunos de sus habitantes pensaron seriamente en preservar las ideas de monarquía y religión, por eso vieron en la revolución de Riego la oportunidad de poner en práctica su ensayo de autogobierno, en donde en contraposición de la metrópoli, se negaba a reconocer un gobierno de tendencias liberales, para ello era crucial el reino de la Nueva España, retomando el ejemplo de los Braganza en Brasil, invitara a un miembro de la casa de Borbón a gobernarla.  

   En el sur del virreinato había todavía pequeñas partidas de insurgentes. Las altas autoridades del virreinato necesitaban terminar con ellas. El coronel realista Agustín de Iturbide fue encomendado a aniquilar al último reducto rebelde en el Sur.  

   No pudo contra Vicente Guerrero y a consecuencia de ello pactaron una alianza beneficiosa para ambos. El historiador Romeo Flores asienta que: “se precisó de documentos que plasmaran los sentimientos de autonomía. Dos de ellos fueron claves. El Plan de Iguala y los Tratados de Córdoba.” (Flores Caballero 1973, 65) 

   Ambos idearios serían el vehículo para encontrar la Independencia y desligarse de la metrópoli. La campaña de Iturbide fue vertiginosa, todas las plazas se adhirieron al plan, el cual ofrecía a todos los sectores algo en concreto, de modo que el país pronto sería libre. “El Ejército de las Tres Garantías, entró triunfante a la capital el 27 de septiembre de 1821. Iturbide, fue el héroe de aquel memorable día.” (Ocampo 2012, 127) 

   Nueva España se convirtió, con la obtención de su independencia, en el Imperio Mexicano, hoy conocido solamente como México. Desde su emancipación, pudo gracias a los arreglos de algunos personajes, buscar un modelo de gobierno acorde a sus complejos intereses, igualmente con apego a sus tradiciones.  

   Se quería que los fueros y prebendas de las clases acomodadas siguieran vigentes, pues ellos se atribuían la Consumación como algo propio; sin embargo, tenían en cuenta que había que hacer ciertas concesiones. 

ascenso criollo 

La nación mexicana dio sus primeros pasos, indudablemente también varios tumbos, algunos tropiezos, empero acertó en otras cosas como fue la búsqueda de instituciones. Las personas ilustradas, terratenientes, militares y clérigos conformaron una Soberana Junta Provisional Gubernativa, con la tarea de sustentar el poder legislativo y las facultades para convocar un Congreso con la encomienda de elaborar una constitución.  

   En definitiva, se reunieron las principales fuerzas políticas que controlarían los destinos del país, cuyos representantes eran militares, prelados de la Iglesia y los hombres del dinero, entre otros. La Junta eligió a 5 personajes para integrar una Regencia, que estuvo compuesta por Agustín de Iturbide, Juan de O’Donojú, Manuel de la Bárcena, José Isidro Yañez y Manuel Velázquez de León, quienes estarían encargados del poder Ejecutivo.  

   La idea de una monarquía moderada era factible en el caso que los borbones aceptaran la invitación expresada en el artículo tercero de los Tratados de Córdoba, que asienta que: “para hallarnos con un monarca ya hecho y precaver los atentados funestos de la ambición” (Agustín de Iturbide 1973).  

   Ante la negativa española, los criollos tomaron la dirección política de la región y unieron momentáneamente sus esfuerzos a pesar de los distintos credos políticos existentes: insurgentes, borbonistas, republicanos e iturbidistas.  

   Tales grupos aportaron sus mejores esfuerzos para resolver la coyuntura gubernativa de la región. Se necesitaba un modelo de gobierno y, por ende, de un gobernante. Comenzó por probar suerte el libertador. Dejó de ser regente el 19 de  mayo de 1822 fue proclamado emperador (Robertson 2012, 280). 

   Con la llegada de Iturbide al poder, el proyecto que se impuso momentáneamente fue el monárquico constitucional, apoyado, en gran medida, por la Iglesia, el ejército y las élites criollas. El gobierno iturbidista fue visto como el correcto e incluso el mejor modelo para regirse, además tentativa para cohesionar a la clase política por “considerarlo desde cualquier punto lo ya experimentado” (A. d. Iturbide, Breve Manifiesto del que suscribe 1821, 1) 

   La monarquía constitucional, como lo señalaba el Tratado de Córdoba, era la postura más idónea para el año de 1822. Además, era evidente que se pretendía un continuismo gubernativo. El apoyo prestado a Iturbide para entronizarse fue abrumador. Incluso fue la posición política más aceptada de ese entonces.  

   Como bien lo señala Edmundo O` Gorman: “no habría alcanzado sus metas sin el ambiente propicio creado por el poderoso arrastre de su personalidad” (O`Gorman 1986, 17) 

   En esos días de fiestas se hicieron increíbles suposiciones, en ese sentido los augurios del destino de grandeza sólo requerían de un rey que rigiera sus destinos. Algunos meses después de la coronación, en julio de ese año, se dejaron sentir los primeros síntomas de disidencia.  

   Esta oposición presionaba por mayor participación política y la instauración de un régimen de corte republicano. La efervescencia política se dejó sentir a través de un sinnúmero de documentos, artículos y panfletos que reflejaron que el apoyo a Iturbide se estaba diluyendo.  

   Por ejemplo, «la garantía de unión sintió su primera sacudida importante cuando apareció el folleto titulado Consejo prudente sobre una de las garantías, de Francisco Lagranda. Consideraba este que los esfuerzos de Iturbide por defender a los españoles fracasan, porque el pueblo, en quien residía la soberanía, no lo quería.» (Flores Caballero 1973, 73) 

derrumbe monárquico 

La esperanza de consolidar un proyecto confiable, considerando su operatividad fue importante para los criollos en el poder; sin embargo, los acontecimientos del segundo semestre de 1822, serían de vital importancia para los planes del iturbidismo. Empero las equivocaciones trajeron como consecuencia reacciones inesperadas.  

   Dos de ellas fueron decisivas para la suerte del Imperio mexicano: la prisión de los diputados del Congreso Constituyente y los alzamientos militares suscitados en la costa del Golfo. 

   Los distintos personajes políticos, Jacobo Villaurrutia, José María Bocanegra, fray Servando Teresa de Mier, Miguel Ramos Arizpe, José María Luis Mora, Vicente Rocafuerte y Miguel Santamaría, comenzaron a cuestionar la legitimidad del Monarca mexicano. Algunos de ellos, se encontraron en el Congreso en calidad de diputados, otros en escuelas y en misiones diplomáticas.  

El propio Iturbide nos refiere el sentir de esos días: “tuve denuncias repetidas de juntas clandestinas habidas por varios diputados para formar planes que tenían por objeto trastornar el gobierno.” (A. d. Iturbide 2001, 61) 

   Una de las medidas para atraerse a los insurgentes a la causa independentista y en consecuencia al gobierno, fue la siguiente: para mediados de 1822, Iturbide decidió nombrar a Andrés Quintana Roo, como subsecretario de Relaciones Interiores y Exteriores con el doble propósito, por una parte, utilizar la fama personal del exinsurgente y, resolver las cuestiones pendientes del Ministerio que el encargado del mismo no podía encauzar expeditamente, por otra. 

   Los diputados pretendían, por varios medios, uno de ellos el de la sanción de algunas leyes que estaban preparando, erigirse en el poder prevaleciente, teniendo a raya tanto al monarca, como al poder Judicial, que todavía no se constituía.  

   Por su parte, Iturbide, con las fricciones tenidas con los congresistas sobre el tema del asiento de la soberanía, quería someter al poder Legislativo a sus decisiones, aunado a la falta de experiencia política de ambos bandos. 

   El imperio de Iturbide enfrentó los conflictos surgidos tanto en el ejército como fueron los pronunciamientos protagonizados tanto por Felipe de la Garza y el de Antonio López de Santa Anna, aunado a la propagación de las crecientes ideas antimonárquicas. Al respecto el propio Iturbide señala: “con respecto a los destrozos que Santa Anna puede causar en la plaza al tiempo de su evasión” (Iturbide, Escritos diversos 2014, 123)  

   El Plan de Veracruz enarbolado por Santa Anna, no tuvo muchos seguidores; sin embargo, los militares levantiscos asumieron nuevos compromisos y plasmaron miras más elevadas, e hicieron otro que adoptó el nombre de Acta de Casa Mata, en donde los líderes del movimiento se pronunciaron con otras ideas y modificaron el contenido del discurso, el cual contó prontamente con la adhesión de la mayor parte de la oficialidad y de los jefes políticos de varias provincias.  

   Más que una transacción hecha por Santa Anna, fue una traición por parte de los oficiales del emperador, tan sorpresiva aún para el propio Iturbide, que un día antes de la sublevación le había ofrecido a Echávarri más armas y dinero para sofocar a los pronunciados de Veracruz. La traición del ejército imperial se plasmó en el Acta de Casa Mata. (Benson 1994, 58) 

   El sistema monárquico no fructificó debido principalmente a la vacante en el puesto de una persona adecuada para dirigir el Estado. Los requisitos de un respeto y carisma necesario que hicieran de su persona al igual que sus dotes como monarca, indispensable para sacar avante el proyecto de gobierno. Subrayando que la importancia de la monarquía estribó en ser una institución que estaba en un proceso de definición. 

CONCLUSIÓN 

Los acontecimientos suscitados durante los años 1821 a 1823, durante el régimen de Iturbide, en particular su caída, son abordados como una aventura política para el país, debido a la escasa experiencia en las lides del gobierno, donde había monarquistas por tradición y el ejemplo para los republicanos era el modelo político de los Estados Unidos, que había que tomarlo con las precauciones debidas.  

   Se ha discutido y hablado en demasía del sonado fracaso del Imperio de Agustín de Iturbide, sin argumentar claramente con base en un análisis los factores de diversas índoles y naturalezas que se conjugan para su caída. Además no van al fondo del asunto, lo que despierta una sospecha acerca de la estructuración de la sociedad que lo llevó a la gloria del poder y posteriormente al olvido. 

   Finalmente, las causas que contribuyeron al fracaso del proyecto monárquico son complejas, una de ella quizá la más importante, fue la aparición de varias conspiraciones, entre ellas, como se asentó líneas arriba, que se dio el 6 de diciembre de 1822 el Plan de Veracruz, cuyo promotor fue Miguel Santa María.  

   Las confabulaciones se desarrollaron con el objeto de deshacerse del libertador. Además que la prisión de los diputados y posteriormente la disolución del Congreso dieron los motivos necesarios para que la oposición al régimen tuviera una bandera que enarbolar.  

   Los republicanos se organizaron junto con los comandantes militares y las logias masónicas, por lo tanto si llegaban al poder reglamentarían de otra manera la sociedad. Iturbide no podía hacer grandes obras o implementar medidas para cautivar a las personas ni a las agrupaciones que en el año de 1822 sufrieron los embates del descontento, como resultado directo de la ausencia notable de mejoría.  

   La monarquía tuvo una prueba demasiado difícil de sortear, Iturbide, abdicó y salió del país, dejando paso libre a los políticos para que echaran andar otros proyectos de Nación.  

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