Lobohombo en primera persona

Por Camila Ayala Espinosa

Puntas de llamas vigilantes en el cielo,

perfil de crestas bajo el fuego

Celan Paul, poeta alemán

1

La noche fue interrumpida de manera violenta. Un sonido grave, un trueno feroz despertó a todos. A lo lejos se escucharon cantos y gritos de mil coros procedentes de un fuego histérico. El infierno se encontraba bailando sobre la tierra.

2

En la escena está Jim Carrey vestido de pachuco. Él se encuentra observando a Cameron Díaz. Ella, por el acto que se desarrolla en una disquoteca, un club nocturno, porta un vestido ajustado y corto.

Cameron baila al ritmo del elemento que condimenta el momento: un blues latino.

Carrey, quien interpreta al tímido Stanley Ipkiss, se descontrola. La Venus ha provocado que su alter ego, La Máscara, se excite y en consecuencia se transforme en un lobo hombre que comienza a chiflar y gemir.

“A dormir”, ordenó Leonor a sus dos hijas pequeñas. A continuación apagó la televisión y como resultado la película: La Máscara (1994), que transmitía TNT, quedó inconclusa.

Sus niñas se dirigen a la cama. La mayor apenas entró a la primaria. Jimena, en cambio, se encontraba en segundo grado de kínder.

Jimena abrazó a su madre. No ha parado de demostrarle su cariño desde que se enteró que tendrá un hermano. Sin embargo, Leonor no puede cargarla, sus 8 meses de embarazo se lo impiden.

Jimena lloró. Últimamente lo ha hecho con más frecuencia. Quiere que su progenitora le arrulle. Su mamá le lleva de la mano y de manera cuidadosa la acuesta. Ya en la cama le cepilla su cabello que es muy largo, muy delgado y notablemente castaño. La pequeña se queda dormida abrazando a su hermana y siendo cobijada por Leonor.

3

La trama del cuento, La máscara de la muerte roja, de Edgar Allan Poe, se desarrolló en una fiesta en la cual la comida y el alcohol no faltaron. Quienes acudieron a ella estuvieron en un estado de éxtasis antes del infortunio.

En la concepción del relato mitológico bíblico los habitantes de las ciudades de Sodoma y Gomorra, ubicadas a orillas del Mar Muerto, diariamente se trasnochaban en fiestas, en orgías. Sin embargo, una noche su desenfreno tuvo fin.

Muerte, miseria, pánico y horror fueron los elementos diacrónicos, los líquidos semánticos que estuvieron en el desenlace del relato de Poe y en el destino final de las dos ciudades bíblicas.

Pero que también estuvieron presentes en la Avenida de los Insurgentes a la altura de la calle Maestro Antonio Caso, en la colonia San Rafael.

4

El cambio que se vivía en el año 2000 era difícil de llevar, al menos para algunos de los vecinos del edificio 72, el cual está ubicado en la calle Maestro Antonio Caso.

Para ellos se había venido una serie de modificaciones a la concepción del inconsciente colectivo. La pareja del departamento 4 era originaria de New York. El próximo año se irían de México para volver a su hogar. El hijo mayor de esa familia había obtenido un trabajo como chef en un restaurante.

Por su parte, Leonor Espinosa y su familia vivían en el departamento 11, que se encontraba en el último piso del edificio. La muerte reciente de su padre la había deprimido, pero ella no tenía tiempo para reflejarlo, debía cuidar a sus hijos (sus dos niñas y el que venía en camino).

Además, debía apoyar a su esposo, el cual nuevamente se encontraba en pugna con sus compañeros del trabajo. Algunas personas del Consejo de la Judicatura eran difíciles de sobrellevar.

5

Grandes palmeras, flores brillantes, montañas verdes, en conjunto una selva exótica y un lobo vestido de pachuco eran lo que se encontraba en la marquesina y fachada de la discoteca El Lobohombo, la cual de noche soltaba una serie de luces y efectos impresionantes.

El edificio ocupaba gran parte de la calle. Su tamaño provocaba que todo el que le viese desde afuera quisiera entrar.

Aquella noche del 20 de octubre se desarrolló como las demás. A partir de las nueve de la noche se podía comenzar a ver que había movimiento. La primera señal que indicaba el inicio de la fiesta nocturna era la llegada de mujeres con largas piernas, vestimenta llamativa y exuberante. Además, todas ellas poseían cabelleras de todo tipo: rubias, castañas, hasta pelirrojas.

Ellas siempre se formaban, solían ser las primeras en entrar. En escorzo, haciendo eco al ecosistema verde de la fachada, unos gorilas salieron de la puerta principal. Eran los cadeneros que decidían quién pasaba.

Fue a partir de las once de la noche que la música de la discoteca comenzó a viajar en el aire de la Avenida de los Insurgentes. Casi de manera surreal se podía ver cómo las notas musicales que salían del edificio bailaban bajo la luna.

6

Una fuerte sacudida sonora irrumpió el sueño de los habitantes de la calle Antonio Caso, justamente en el tramo en donde está la cantina La Castellana, el Café El Gran Premio y el Teatro San Rafael.

Un flamazo, una sacudida. Otro flamazo, otra sacudida. Y de repente como si se tratara de tocar un tambor musical, se escuchó un eco gigante.

–¡Niñas despierten!– gritó Leonor.

7

El miedo a que las enormes llamas alcanzaran al edificio 72, que funge como cuna de un local en donde está uno de los mejores cafés del país (El Gran Premio), provocó que sus habitantes decidieran abandonarlo.

Era en la entrada del mismo edificio que los vecinos, al salir, observaron que en la calle había varios grupos de jóvenes, los cuales lloraban amargamente. Sus ropas eran tipo coctel y todos portaban el mismo maquillaje hecho a partir de hollín.

–Son solo unos niños– sollozó la vecina del departamento 4. A pesar de que no fue una de las víctimas del incendio ella no paraba de llorar y gritar.

–Mary tranquilízate, hay que mantener la calma ante cosas así, en Nueva York si pasa algo así no te puedes poner de esa forma– dijo uno de los hijos de la vecina del departamento 4.

8

La dama de la noche envolvió con sus largos brazos a los vecinos del 72, todos en pijama huían rápidamente. Por supuesto no eran los únicos. Más personas de otros edificios corrían despavoridas.

Al estar a la intemperie, se respiraba el humo que se originaba de lo que alguna vez fue El Lobohombo. Además, lo más impactante, como si se tratase de un espectáculo de entretenimiento, era ver como una serie de cortinas negras junto con las olas de fuego bailaban.

Quienes huían del accidente caminaron por la calle Sadi Carnot y la Avenida Sullivan para así llegar a la Avenida Reforma.

“Espera, debo descansar”, le dijo Leonor a mi padre

Fue por ello que mi familia y yo nos sentamos sobre una de las banquetas de lo que una vez fue conocido como El Paseo de la Emperatriz, a la altura del monumento a Cuauhtémoc.

Mi madre se levantó y proseguimos a buscar un refugio.

En el recorrido yo pregunté muy preocupada si mi pez, un charal de nombre Humberto, estaría bien ante el fuego. Mis padres como consuelo me respondieron que no le pasaría nada porque estaba en el agua.

El lugar prometido resulto ser un Vips. En aquel entonces estaba ubicado cerca de lo que es ahora la estación del Metrobús Hamburgo.

El centro de comida que estaba abierto. Ahí nos quedamos toda la noche en una mesa situada en una esquina.

Fue a las siete de la mañana que me desperté y de reojo vi en un televisor que transmitan los resultados del incendio.

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