Las 2 mil fosas clandestinas; nuestro nuevo paso al abismo.

Por Rivelino Rueda

“No se vale que nosotras, las madres de nuestros hijos desaparecidos, los estemos sacando de fosas clandestinas con nuestras propias manos”.

Todo es silencio. No podía ser para más. A Myrna Nereyda Medina Quiñonez, del colectivo «Las Rastreadoras de El Fuerte», de Sinaloa, se le quiebra la voz, pero se contiene.

Dicen que de llorar también uno se cansa. Eso no es posible cuando se arrebata a un hijo sin que se deje rastro alguno, sin que cada instante se piense en él. En si está con vida, en si está muerto, en su está siendo esclavizado, en si está siendo torturado.

“¿Cuántas madres estaremos buscando a nuestros hijos y ya están enterrados en esas fosas?” Myrna encontró a su “tesoro”, Roberto Corrales, en una de esas fosas el 27 de agosto de 2017, luego de su desaparición el 14 de julio de 2014, en el municipio de Choix, Sinaloa.

“Te buscaré hasta encontrarte”, fue una frase que acuñó Myrna en la interminable búsqueda de su hijo. Y sí, en un país de fosas, en un país de terror y de miedo, Myrna encontró a su hijo con sus propias manos.

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El informe da náuseas, avergüenza, estremece y sacude en lo más profundo. Son cifras macabras, de un país en ruinas. Cada mancha, cada punto en verde sobre un mapa del terror de la República Mexicana es una huella de la barbarie, una puñalada certera y lacerante.

La cartografía de la muerte, de las fosas clandestinas, se salpica de corredores precisos y bien definidos en desde el sur de Veracruz, atravesando Tamaulipas y luego Nuevo León. Otro se asoma nítido de San Luis Potosí a Zacatecas. Uno más corre desde Colima, pasa por Jalisco, Nayarit y termina al norte de Sinaloa. Estados como Guerrero, Jalisco, Michoacán, Morelos, Chihuahua y Sonora, se colorean macabramente de innumerables motas verdes y moradas en esta geografía del terror.

https://adondevanlosdesaparecidos.org/2018/11/12/2-mil-fosas-en-mexico/

“Para este ‘mapa del terror’ se necesitaron muchos recursos, además de que revela una burocracia criminal que niega información, que encubre”, comenta la coordinadora del grupo de Investigación en Antropología Social y Forense (GIASF), Carolina Robledo Silvestre.

¿Cómo interpretar estas cifras? ¿Cómo interpretar este horror? ¿Cómo descifrar el dolor de miles de historias cercenadas, partidas a la mitad, pulverizadas en la barbarie, en la violencia esquizofrénica, en la impunidad galopante?

Lucía Díaz, directora del Colectivo Solecito, en Veracruz, intenta descifrar este horror desde su condición de madre de un hijo desaparecido: “En Colinas de Santa Fe, en Veracruz, se está dando un gran ejemplo, donde madres de los desaparecidos son las que están haciendo las investigaciones, porque en esas fosas clandestinas no sólo se van los derechos humanos, se va la dignidad y el respeto”.

Díaz Genao es madre de Luis Guillermo Lagunes, DJ Patas, quien fue sacado de su domicilio por hombres armados la madrugada del 28 de junio de 2013, en el fraccionamiento Reforma, Veracruz. Desde ese día las noches no tienen fin y los días son pequeños resquicios de luz para emprender la búsqueda con las manos, con las uñas, con varillas de acero, con palas, con suspiros nauseabundos, con elevadas dosis de esperanza.

“No hay nada más perverso que dejar los cuerpos en una fosa clandestina, porque es negar la existencia de que esa persona tuvo un camino por esta vida”, dice Lucía Díaz y, detrás de ella, se proyecta esta “geografía de la muerte” que es México.

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Alejandra Guillén, periodista independiente y coordinadora del proyecto A dónde van los desaparecidos, desmenuza las cifras de la afrenta: De 2006 a 2016 se encontraron en México 1,978 fosas clandestinas en 24 estados de la República, según información de fiscalías estatales, mientras que la Procuraduría General de la República (PGR) reportó 232. Ocho estados se negaron a dar información o dijeron que “no tienen conocimiento” de que existen fosas clandestinas en esas entidades.

“En esas 1,978 fosas se localizaron 2,884 cuerpos, de los cuales sólo 1,381 han sido identificados. En uno de siete municipios del país los criminales tuvieron el poder de cavar estas fosas. La realidad es que no sabemos a ciencia cierta cuántos cuerpos han sido encontrados en estas fosas clandestinas. Aquí lo primordial es que cada cuerpo encontrado tiene que ser nombrado.

“Las fiscalías recuperaron de estos hoyos 2 mil 884 cuerpos, 324 cráneos, 217 osamentas, 799 restos óseos y miles de restos y fragmentos de huesos que corresponden a un número aún no determinado de individuos”, anota Alejandra Guillén.

Cada número, cada dato, es una sacudida letal, un paso hacia el abismo. “Las fosas clandestinas más importantes están en Ahome, Sinaloa; Colinas de Santa Fe, Veracruz; San Fernando, Tamaulipas; Ciudad Juárez, Chihuahua, y Acapulco, Guerrero”.

En Coahuila, revela Alejandra, se han localizado 53 fosas clandestinas y 87 centros de inhumación clandestina. No podemos pensar que esto esté ocurriendo sin alianzas de algún tipo entre política y crimen organizado.

Y lanza los siguientes cuestionamientos: “¿Por qué en estos corredores se tomaban el tiempo de cavar las fosas, tirar los cuerpos e incluso incinerar? ¿Contra quién es esta guerra? Esa es la pregunta de estos dos sexenios, el de Felipe Calderón y el de Enrique Peña Nieto”.

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“El 20 de febrero de 1943 la comunidad purépecha de Angahuan observó atónita cómo se abrió la tierra, expulsó humo negro de su interior y comenzó a parir al Paricutín, el volcán más joven del mundo. Más de 60 años después, ese mismo municipio michoacano, fue sitio de otro hallazgo: al cavar la tierra, la policía encontró seis hombres maniatados, semi desnudos, con los ojos vendados y la yugular cortada. Era el 7 de septiembre de 2006”.

Así inicia el reportaje “El país de las 2 mil fosas” de las periodistas Alejandra Guillén, Mago Torres y Marcela Turati, que acompaña el proyecto A dónde van los desaparecidos, coordinado por las mismas periodistas independientes y financiado por Quinto Elemento Lab y porOpen Society Fundations.

El proyecto periodístico tiene como propósito “abandonar la anécdota, adentrarnos al tema con un objetivo claro de obtener datos que nos ayuden a pasar de la confusión –causada por la neblina de la violencia, por la carencia de información oficial, por la masividad de este delito– a la complejidad que permita esbozar una carta de navegación. Aprender a mirar con estrategia este fenómeno para no quedarnos atrapados en la telaraña del horror”.

Además, “obtener información y escribirla para echar luz sobre los crímenes, los criminales, y los mecanismos que los hacen posible”.

“Usamos las herramientas que bien conocemos: investigamos en campo, acompañamos a familias en la búsqueda de los suyos en vida o muertos, conjuntamos información dispersa, mapeamos datos, entrevistamos a expertos, sobrevivientes y testigos, obtenemos documentos como pistas que ayudan a encontrar sentido a la violencia, y sumamos nuestro trabajo al de otros que también buscan entender y responder a las mismas preguntas”, dice en su portal de internet adondevanlosdesaparecidos.org.

El proyecto está dedicado “a las familias que ofrecen su vida a buscar quienes fueron desaparecidos, que nos permiten acompañarlas en sus búsquedas, y que son luz en estos tiempos de oscuridad”.

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