Por Guillermo Torres
La televisión en sí misma tiene una connotación que ralentiza la agilidad mental, a diferencia de la radio, que deja mucho a la imaginación y el proceso cognitivo, ya no se diga la lectura. Todo lo muestra totalmente digerido y es esa la razón por la cual, si además se maneja de manera tendenciosa, puede tener un poder cuasi hipnótico sobre el público.
En México incluso fue algo que, de manera literal y textual, se definió por el fundador de Televisa, Emilio Azcárraga Milmo, como el hecho de “hacer televisión para jodidos”, con un significado no nada más peyorativo y despectivo, sino aludiendo a su enfoque de no contribuir con dicho medio a la formación y educación del pueblo y puede tener un espiral interesante si se aplica de manera adecuada dentro de un proyecto de nación, sino más bien para justo lo contrario, ser pilar fundamental del latrocinio, reducir el criterio de las personas y entablar un mensaje constante de mentira, de manipulación y de conformación de un tejido social enajenado, con una creatividad cada vez más corta.
Esto le permitió al sistema, instaurado por el PRI y sus precursores de corte fascista del PAN, tener un control total sobre la población, para incluso reivindicar como verdades las más grandes mentiras prefabricadas en la historia contemporánea de México. Al más puro estilo del régimen nazi y el enfoque de Josep Goebbels.
En un recuento de los daños más notables, o mejor dicho que reforzaron de manera eficaz y eficiente un espiral, con la misma edad que la traición a la Revolución Mexicana perpetrada por el PRI, que incluyen acontecimientos tan dolorosos y lamentables que atentaron contra el pueblo y su libertad, están la matanza de Tlatelolco, el “halconazo”, la matanza de Aguas Blancas, el asesinato de Luis Donaldo Colosio y, en tiempos más recientes, Tlatlaya y Ayotzianapa.
Esto sin contar la cotidianidad de ignominia en la que se ha desenvuelto invariablemente este medio electrónico.
A raíz del comienzo del desmantelamiento de las paraestatales por Carlos Salinas de Gortari, cuando privatiza la otrora Imevisión para que se convirtiera en parte del pool de empresas de Ricardo Salinas Pliego, sujeto de corte gansteril y mafioso, que tiene métodos poco ortodoxos aplicando comandos armados particulares al margen de toda ley.
Esta televisora se autodenominó Televisión Azteca como principio fundamental de manipulación popular apelando a un punto muy importante en el imaginario colectivo e identitario del pueblo mexicano.
Una regla no escrita y pacto implícito a partir del comienzo de esa etapa aún encabezada por Salinas de Gortari, ha sido el favorecimiento incondicional de todas las gerencias instauradas en la presidencia de este país a lo largo de tres décadas.
Fraudes electorales, legislación ad hoc para favorecer los negocios turbios y prebendas de sus colaboradores políticos, así como una cultura de entretenimiento deplorable y apto para subnormales en una agenda televisiva dirigida y conducida por subnormales.
Todo lo anterior ya hace cuestionable este medio, que se consolidó como extensos consorcios oligopólicos que abarcan también, en gran medida la radio. Pero ya en los catorce años más recientes con un descaro y cinismo total, fueron el artífice de dos fraudes electorales al hilo, cometidos en contra de la izquierda mexicana. Sin contar el más fastuoso y descarado que se cometió en 1988 precisamente para imponer a la mente que ha sido la impulsora de este espiral criminal en contra de México.
Ya en una fase de mentiras sistémicas y sistemáticas a cambio de grandes sumas de dinero del erario, fue el modus operandi de estas televisoras. A lo que coloquialmente se le conoce como chayote.
Noticias falsas, rumores, confusión, manipulación y programas basura han sido la fórmula para someter al pueblo a los caprichos neoliberales de unos cuantos. A tal grado ha llegado la enajenación que han generado, que buena parte de la sociedad civil apoya con tal fanatismo e inconciencia a un grupo político criminal que tiene por único interés su explotación y sometimiento.
El negocio se ha extendido al falaz y autodenominado mundo del futbol, por supuesto artistas de medio pelo que han hecho apología del crimen organizado con sus canciones, actuaciones y nexos con este; principalmente para lavado de dinero. Y por supuesto actividades propias del mismo han sido parte del menester de estas entidades, estas fábricas de dolor, sufrimiento y muerte; una guerra en contra del pueblo de México.
En la actualidad, con el gobierno que dirige Andrés Manuel López Obrador, la línea fue clara dentro de un esquema de combate a la corrupción, y cortó el famoso chayote a los periodistas que usualmente lucraban con las verdades prefabricadas.
Ese ha sido un punto que les ha causado gran malestar a estos mercenarios y criminales de la información. Esa es la razón principal por la que el gobierno de México ha sido tan vilipendiado y golpeado mediáticamente por esta gente, al grado que, el pasado viernes 17 de abril en horario estelar de la noche, en su noticiero, el conductor Javier Alatorre de Televisión Azteca arengó y convocó a la ciudadanía a hacer caso omiso de las recomendaciones de la autoridad sanitaria mexicana con respecto a la emergencia que se vive por la pandemia de Covid-19.
Tachó de una irrelevancia total lo dicho por el portavoz y subsecretario del área, el doctor Hugo López-Gatell Ramírez. Esta situación no solamente atenta contra la vida de las personas que pudieran hacer caso de esta oscura elucubración, sino es ya una muestra de la suficiencia que estos criminales sienten, en sus manos, para desafiar de esa manera a un gobierno democráticamente electo por la mayoría de los mexicanos.
Por este hecho no solamente debe ser sancionada dicha televisora de manera ejemplar, sino también se tiene que analizar a fondo y de manera plural en las dos Cámaras del Poder Legislativo la viabilidad de destinar el tiempo al aire suficiente y necesario para generar contenidos culturales y educativos, o de entretenimiento que no sea chatarra, que beneficie un proyecto de nación que reporte bienestar y paz social.
Además, que unifique y no divida, que sume y no reste. Incluso la posible expropiación de las concesiones mismas siempre que detenten y atenten en contra del proceso de transformación democrática y de justicia social que México necesita.
Estamos hablando de incluso los medios satélites que de estos dos consorcios principales se han formado, como Imagen Televisión y, por supuesto, de un sin número de “comunicadores y periodistas” que solamente han respondido al dinero sucio y corrupto que ha comprado sus voluntades y sentido deontológico.