La medicina tradicional como resistencia

La medicina tradicional y alternativa como resistencia al sistema de usos y costumbres alimentarias de la posmodernidad.

Por Aida Maltrana

(Primera entrega)

“El cuerpo se ha enfriado y  desconocemos las nuevas enfermedades” -dicen las mujeres nahuas dedicadas a la medicina tradicional indígena en Cuetzalan, en la Sierra Norte de Puebla-  para eso es bueno el baño de temazcal, para limpiar con hierbas de la tierra y regresar al calor de origen. Y es que ya no comemos ni sentimos lo de antes;  las hormonas, las grasas saturadas y  “trans” han afectado el equilibrio natural del cuerpo humano, y de paso, o muy de fondo a nuestra llamada “mexicanidad”,  a nuestra tradición agroalimentaria.  “Las gallinas y el ganado  ya no son de rancho”, así me lo han compartido en distintos lugares de nuestro país hombres y mujeres, en territorio rural o semi rural, en el Estado de México, Hidalgo, Puebla, Michoacán, y Oaxaca, entre otros.

De la tierra, antes de llegar directamente a nuestro plato como lo era en el pasado,  gran parte de los cultivos se incorporan a procesos industrializados, o procesos químicos para forzar su producción,  y a través de “intermediarios” en las ciudades  se acercan a los anaqueles de tiendas de autoservicio o de “conveniencia” como ahora se les llaman. Dejamos de mirar hacia los mercados, como hemos dejado de apreciar el valle de México por la niebla incontenible de la contaminación;  desconocemos al productor directo, siempre y cuando pueda cubrir sus gastos para transportarse hasta las ciudades,  pues ahora generalmente si cultiva y no es jornalero, lo hace  para su propio consumo.  Sin embargo, aún prevalecen las técnicas del trabajo de la tierra bajo el resguardo de guardianes de los saberes originarios  en la Ciudad de México: Milpa Alta, Tláhuac, Xochimilco, que abastecen a la Central de Abasto, o a mercados como el de Sonora. Primordialmente lo que distribuyen los productores son flores, hierbas medicinales, hortalizas, nopales y algunos frutos de temporada.

Al mismo tiempo, el mercado es desplazado por  “la conveniencia” de pasar “al súper”  después del trabajo. Los maestros de la construcción,  los trabajadores de las oficinas para la hora del almuerzo,  tienen a la mano las tiendas que se instalan en cada esquina en cualquier zona de la ciudad,  donde adquieren los “paquetes de promoción” con  el hotdog y el refresco de gas.  Las cadenas de este tipo de comercios, en apariencia, se “adaptan” al salario mínimo y a las condiciones de vida de una urbe que trabaja jornadas largas, con traslados de hasta tres horas, y  con el tiempo limitado para “preparar”  alimentos sanos,  o bien, en el peor de los casos,  su economía no alcanza para cubrir los gastos de una comida diaria en los pequeños restaurantes o “fondas”, que en promedio, cuesta de 50 a 60 pesos. 

Las corporaciones se han encargado de cubrir “necesidades”,  y “satisfacer”  los hábitos en los nuevos usos y costumbres alimentarios, además de imponer a través de estrategias comerciales, determinadas marcas o productos.

La salud es un tema de prioridad en México, de acuerdo a cifras de la OECD1 en los últimos años, hay un  incremento de la obesidad en sus habitantes, y uno de cada tres niños tiene sobrepeso o es obeso. La enfermedad de la diabetes relacionada con la obesidad se ha propagado con rapidez y afecta el 15.9% de la población adulta.

Parecería que en México nos “tragamos” literalmente las crisis y la incertidumbre, donde sus habitantes han olvidado,  o  han borrado los saberes de una cultura agroalimentaria vasta  y diversa,  sobre todo en los contextos urbanos; y sin duda,  la salud está directamente relacionada con la calidad de la alimentación, la economía y los estilos de vida.

Por otra parte, los servicios de salud pública en general se han visto rebasados en la atención a los problemas derivados de los malos hábitos alimenticios. Y si no hay empleo, no se cuenta con el beneficio de un sistema de protección. O bien se accede a un seguro popular con sus restricciones.

La paradoja en este país de las sorpresas,  es que existe un incremento en la privatización del sector con el aumento de patentes, laboratorios, hospitales, farmacéuticas y  consultorios médicos con tarifas variadas, pero generalmente de difícil acceso para el bolsillo de gran parte de la población.

Acciones de resistencia existen muchas y variadas, contra un sistema global que impone nuevos estilos de vida.  La medicina tradicional y alternativa prevalece como un soporte que se ha fortalecido a través de organizaciones independientes, institucionales,  o por iniciativas individuales. Y es común la ayuda que curanderos y sanadores, hombres y mujeres basados en técnicas orientales y/o prehispánicas, ofrecen a un bajo costo o por una aportación voluntaria.

Tal es el caso de Karina Ríos quien, con otras compañeras se instala  cada fin de semana con dos sillas ergonómicas  para dar masaje conocido como Shiatsu, en la esquina de Motolinia  y Madero en el centro histórico de la Ciudad de México.  Entre estatuas vivientes y el flujo elevado de personas sobre el perímetro peatonal,  además de promover sus servicios y con estudios de la técnica en el Colegio Mexicano de Enfermería Holística, ayudan con la intención de rehabilitar  a las personas que se detienen en su trayecto para deshacerse de las contracturas causadas por “estrés”. 

Para  otras partes de la ciudad, existen iniciativas como la Caravana de Medicina Tradicional y Alternativa que  desde hace unos años, se instala en parques, mercados o plazas centrales, bajo el lema de “Tres días de salud, paz y tradición”. 

Basados en la armonía y el respeto al cuerpo, la naturaleza y el entorno donde se vive, comparten en cada lugar,  conocimientos de sanaciones ancestrales,  alternativas, productos naturales y artesanía.

Creyentes de “la tradición”,  los organizadores de la caravana, instalan un Tlalmanalli, una ofrenda circular en el piso con  flores, frutos y semillas dedicada a la comunidad que les abre las puertas. Y en una ceremonia acompañada de danza prehispánica, saludan a los cuatro rumbos,  piden permiso  a sus habitantes para permanecer los tres días,  y los invitan  a tomar conciencia y responsabilidad de la propia salud, conocer de la medicina natural, de los saberes originarios,  y de la imperante necesidad de cambiar hábitos, de voltear de nuevo a consumir los productos de la tierra y lograr un consumo equilibrado, sin olvidar  a los mercados, a los pequeños productores y guardianes de los cultivos.

Andrea Rojas quien participa en este evento,  aprendió medicina tradicional indígena de su abuelo quien era originario de Veracruz.  Ofrece limpias de aura,  la curada de espanto,  el empacho, cerrada de cintura, y  masajes.  En su círculo donde trabaja no falta el humo del copal, las hierbas curativas, el pirul para el aire, la ruda,  el albahaca. Le preocupa que la gente ha perdido las creencias, y que la alimentación ya no es sana como antes. Las  personas que llegan a su casa en Xochimilco, -donde atiende-  padecen de  miedo, nervios, problemas estomacales, o agotamiento. Dice Andrea, que “la gente anda muy desequilibrada, y anda en la búsqueda de  lo espiritual”. 

Basta mirar detrás de la catedral en el centro histórico una larga fila de personas de todas las edades quienes, ya sea por creencia, necesidad o curiosidad,  atienden la invitación del  grupo de danza mexica-chichimeca  Mazacoatl  para recibir una limpia con hierbas y humo de copal.  Parecería generalizada  la búsqueda de alternativas para “la cura” simbólica de la  “mexicanidad”,  de la cultura que devuelva la mirada a la propia casa, al cuerpo y a la tierra.

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