La guerra letal… contra la mujeres en México

Por Armando Martínez Leal

@armandoleal71

 

Repasaba la historia:

Marlene asesinada

sola en la casa de la playa

un pañuelo

un viaje

un exmarido

un boxeador…

Trancapalanca (Élmer Mendoza)

 

El enemigo está en casa. La historia de Mariana Lima, una mujer de 29 años, casada con el policía judicial, Julio César Ballinas, quien sistemáticamente la golpeaba. Mariana había sufrido durante los cuatro años de su matrimonio, un calvario. La historia de Ballinas es la del clásico macho mexicano, representa la impunidad y la cultura de dominación de la mujer como objeto que se desecha. Ballinas había amenazado en dos ocasiones con asesinar a Mariana, como lo había hecho con otras, a quienes además metió en una cisterna.

El 28 de junio de 2010, Irinea tomaba una extraña llamada telefónica, eran las 7 de la mañana, su sueño había sido irrumpido, del otro lado del auricular, estaba la voz del yerno, quien fríamente le informaba que su hija se había suicidado. Irinea madre de Mariana, colgó el teléfono y presurosa se aventuró a buscar a su hija, el viaje de su casa en Nezahualcóyotl hasta la calle Naranjos, en el barrio de Xochitenco, en el municipio de Chimalhuacán, duró media hora, pero los minutos del trayecto a Irinea le parecieron una eternidad, es como si el tiempo se hubiera detenido; ni el acompañamiento de su hija Michel y el esposo de ésta le daba consuelo, en su memoria escuchaba a Mariana quien le había dicho que ahora sí dejaría a Ballinas, que quería volver a trabajar, a estudiar, pero más urgentemente comprar ropa interior, ya que su marido siempre se la rompía.

El portón de la calle de Naranjos donde yacía el cadáver de Mariana estaba abierto. Ballinas, el policía judicial había dejado la escena del crimen. Irinea describe como entraron a la recámara: sobre la cama estaba Mariana, muerta, su rostro ennegrecido e hinchado ya había empezado a descomponerse. Irinea besó a su hija, detecto que olía a limpio, pero también pudo darse cuenta que el cuerpo estaba rígido; tenía rasguños en el cuello, la frente; moretones en las piernas. El pelo estaba revuelto, como si lo hubieran lavado y secado violentamente con una toalla; los dedos tenían esas arrugas que deja el haber pasado mucho tiempo en el agua. Los pies, descalzos y limpios, mientras que el piso estaba sucio.

Las chanclas de Ballinas estaban fuera de su lugar, a pesar de que eso hubiera sido motivo de golpiza y a pesar de que, según el dicho de aquél, apenas había regresado a casa esta mañana.

Había más desorden: dos toallas húmedas, un celular, un control de televisión y cuchillos en el baño, así como botellas de esmalte tiradas en el piso. No había un solo bote de basura en toda la casa. Y uno de los tambos de agua –siempre llenos—estaba a la mitad. En la recámara había una bolsa con documentos importantes y maletas hechas.

Para Ballinas, para el Ministerio público, para los agentes de la ley, para los machos del poder: Mariana se había suicidado. No importaba que el cuerpo haya sido manipulado por Ballinas, su asesino. No importaba que el cordón de cinco milímetros de grosor no apareciera, hasta 11 meses después. No importaba que las lesiones del cuerpo de Mariana indicaban que el grosor de la cuerda con la que fue ahorcada era mayor. No importaba que no había mensaje póstumo donde Mariana anunciara su decisión. No importaba que el policía judicial, Ballinas presentará semanas después tres supuestas cartas suicidas de Mariana. No importaba que Mariana había sido asesinada entre las 11 y las 12 de la noche, ¿Ballinas había tratado de “revivir” un cuerpo frío y tieso?, cuestiona la madre. No importaba porque era Mariana, No importaba porque era pobre, metódicamente violentada. No importaba porque era mujer.

Tres meses después de que Irinea encontró a Mariana asesinada, en septiembre de 2010, la procuraduría mexiquense concluyó que Mariana se había suicidado y determinó el no ejercicio de la acción penal. El asesino Ballinas fue ascendido, pasó de simple judicial a comandante. Es la ley en Chimalhuacán.

La violencia que sufren sistemáticamente millones de mujeres en México, se ha exacerbado por la guerra contra el crimen organizado. El 1 de diciembre de 2006, en su discurso como comandante en jefe de las fuerzas armadas, Felipe Calderón Hinojosa señalaba: “Sé que reestablecer la seguridad no será fácil ni rápido, que tomará tiempo, que costará mucho dinero e incluso, por desgracia vidas humanas. Pero ténganlo por seguro: esta es una batalla en la que yo estaré al frente, es una batalla que tenemos que librar y que unidos los mexicanos vamos a ganar a la delincuencia.” (Calderón)

La guerra de Calderón contra el narcotráfico significó la muerte de más de 120 mil mexicanos. La guerra del panista Calderón se tradujo en más de 14 mil desaparecidos. La guerra de Calderón como demuestra el estudio: Seguridad interior: elementos para el debate (febrero 2017), del Instituto Belisario Domínguez del Senado de la República señala que se sustentó en una narrativa, no hubo un diagnóstico que mediara en la toma de decisión para declarar la guerra al crimen organizado.

La información sobre homicidios en México nos indica que en el periodo de 2004 a 2006 el número de homicidios eran bajos: cerca de 10 mil homicidios anuales. De acuerdo al diagnóstico del Instituto Belisario Domínguez: “Fue después de iniciados los operativos permanentes que ocurrió una verdadera epidemia de violencia a nivel nacional, llegando a más de 27 mil homicidios en 2011; de hecho, entre 2007 y 2011 se triplicó su nivel (de 9 mil a 27 mil), y la tasa pasó de 8.1 a 23.7 homicidios por cada mil habitantes.”

La guerra de Calderón se basó en una narrativa que fue construida por el panista, quien mintió a los mexicanos sobre los niveles de inseguridad. Se dice que el fascista americano (Trump), así como el Partido Conservador o la Partido de la Independencia del Reino Unido (Ukip) tienen una verdad: su VERDAD. Conceptualmente se trata de la Post-verdad, es decir donde las narrativas cuentan más que los hechos, donde las creencias y los discursos valen más que la realidad. El demagogo Calderón fue pionero en la post-verdad; tal vez porque necesitaba legitimidad, ya que el proceso electoral del 2006, los votos democráticos no se la dieron, se negó a un conteo de los mismos. Voto por voto. Casilla por casilla.

La guerra de Calderón nos ha costado en 10 años: 1.8 billones de pesos. La guerra de Calderón significó el aumento en el número de homicidios. La guerra de Calderón desató la violencia e incrementó los niveles de impunidad. En la numeraria fantasmagórica de la guerra contra el crimen organizado, están las cifras que indican que han sido las niñas y las mujeres las principales víctimas. Así lo demuestra el estudio: Asesinatos de Mujeres en México (noviembre 20016), de la investigadora Irma del Rosario Kánter Coronel, en el período que va de 2007 al 2012 los feminicidios en México se han incrementado en un 155 por ciento. Los asesinatos pasaron de 1,083 en 2007 a 2,764 en 2012.

El feminicidio es el extremo del ejercicio de la violencia a las mujeres, que pasa por la violencia verbal, sufrimiento físico, sexual o psicológico, no sólo es el hecho sino también las amenazas de que tales actos se llevaran acabo. La violencia y discriminación contra las niñas y las mujeres no es un problema privado, sino fundamentalmente público, incluye a los varones que la ejercen directamente, pero también a las instituciones estatales.

El Estado mexicano es responsable de las 28,175 niñas y mujeres que fueron asesinadas entre los años 2000 y 2015. La violencia contra las mujeres es la expresión tácita de la desigualdad social y económica en la que millones de mexicanos nos encontramos, pero son ellas las que mayormente sufren los desequilibrios del poder. El análisis de la pandemia feminicida que vive México es casi imposible, porque el Estado mexicano se niega en todos los niveles a reconocer que matar a una sola mujer, a una sola niña es una enorme aporía civilizatoria; por ello no se ha constituido un sistema de información que permita dar cuenta de las miles de mujeres y niñas que mueren violentamente por su condición de género.

Son las instituciones, el ministerio público, las policías, los jueces los que sistemáticamente dejan impune los homicidios de las niñas y las mujeres, pero también cuando estás sufren violencia sexual. En el período que va de 2007 al 2014 se reportaron un total de 114,444 violaciones, se trata de una media de 14,305 niñas y mujeres violadas; en el mismo período fueron procesados 21,116 individuos acusados de violación, de los cuales sólo fueron sentenciados 14,576. Esa es la violencia que los varones ejercen contra las mujeres, sólo una de cada cinco violaciones llega a una sentencia condenatoria.

Excluir, restringir, acosar, amenazar, manosear, violar… asesinar a mujeres y niñas en México es un delito que queda impune. Es cierto se ha avanzado en cambios legislativos, se han firmado acuerdos internacionales, sin embargo hay miles de Mariana Lima en México, hay miles de madres entierrando a sus hijas. Antes que el asesino Felipe Calderón Hinojosa le declarara injustificadamente la guerra al crimen organizados, es decir entre 2000 y 2006 se registraba un promedio anual de 1,083 asesinatos de niñas y mujeres; mientras que en el cierre del sexenio calderonista (2012) el fantasmagórico dato es de 2,764 mujeres y niñas asesinadas, 7.5 feminicidios al día. Los feminicidios no han sido controlados, en 2015 fueron asesinadas 1,848 mujeres y niñas, es decir 5 feminicidios por día.

Mientras los comandante Ballinas sigan impunes, los feminicidios, la violencia de género seguirá siendo una pandemia. La desigualdad económica, política, social, cultural y de género a la que se enfrentan millones de mexicanas; así como la violencia en sus diversas manifestaciones se consuma para conservar y reproducir la subordinación de la mujeres y niñas.

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