Texto y fotos por Rivelino Rueda
Mayra tartamudea y repetitivamente se talla el párpado izquierdo con los dedos índice y medio de su mano derecha. No es que le cueste recordar aquella violencia ejercida por un compañero de escuela por medio de un mensaje de whatsapp.
A Mayra simplemente le da rabia ese hecho perpetuado hace tres años. La impunidad con la que quedó el tipo. El silencio y hasta el arropamiento de la universidad donde estudiaba.
Primero fue un mensaje, a pesar de que Mayra nunca le había dado su número. Luego vino un vendaval de proposiciones para salir, para que fuera a su casa cuando los padres del acosador no estaban en casa. Para tener sexo.
Nunca hizo caso a los mensajes. Todo se desarrolló en el lapso de una semana. Un martes, después de asistir la escuela, abrió el video que había mandado el machito. La imagen fue devastadora. El tipo aparecía masturbándose y lanzando mensajes extremadamente violentos.
Pero ante la frustración y la rabia, Mayra eliminó inmediatamente el video. Al día siguiente puso una queja ante las autoridades escolares. Pidió cambio de turno. No sabía qué hacer. El tipo se comportaba como si nada hubiera pasado e, incluso, se carcajeaba con su jauría de compañeros machos cuando la veían.
La escuela determinó que no había pruebas para proceder contra el alumno acosador. El argumento más ruin fue que se trataba de un asunto que no había ocurrido en las instalaciones de la institución. Que lo que pasaba afuera de la escuela no era competencia de la escuela.
Mayra se tituló en una ceremonia macabra. El sujeto estaba ahí. Impune. Con una sonrisa burlona y hasta amenazante. Nunca supo cómo canalizar este evento traumático. Nunca se va a olvidar de ese episodio vergonzoso. Nunca va a dejar de tallarse el párpado izquierdo con los dedos índice y medio de su mano derecha.
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A nivel mundial, según el registro de la Asociación para el Progreso de las Comunicaciones (APC), la mujeres jóvenes entre 18 y 30 años son las más atacadas en los espacios digitales.
De acuerdo a ese informe, el 40 por ciento de estas agresiones son cometidas por personas conocidas y el 30 por ciento por desconocidas.
Mientras en México –de acuerdo a cifras del Instituto Nacional de Geografía y Estadística (Inegi)—al menos 9 millones de mexicanas han vivido ciberacoso, siendo las mujeres de entre 12 y 29 años las más atacadas, a nivel nacional el 86.3 por ciento de las personas agresoras fueron desconocidas y el 11.1 por ciento conocidas (amigos, compañeros de clase o de trabajo, pareja o expareja, algún familiar).
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“La violencia en línea puede darse en muchas formas, pero no es tu culpa la responsabilidad. Es de quien te agredió. No te salgas de tus redes. No dejes de usar internet o de expresarte. La violencia en línea no es tu culpa”, comenta Lulú V. Barrera, integrante del colectivo Luchadoras MX.
En la presentación de la campaña La Clika/Libres en Línea, de los colectivos feministas La Sandía Digital y Luchadoras MX, Lulú subraya que la violencia en Internet NO está desvinculada de otras formas de violencia que enfrentan las mujeres y que es parte de la violencia estructural que enfrentan.
Explica que este tipo de violencia puede entenderse, retomando lo dicho por la Asociación para el Progreso de las Comunicaciones (APC), como actos de violencia de género cometidos, instigados o agravados, en parte o totalmente, por el uso de las Tecnologías de la Información y la Comunicación (TIC), plataformas de redes sociales y correo electrónico.
La integrante del colectivo Luchadoras MX puntualiza que estas violencias causan daño psicológico, emocional, refuerzan los prejuicios, dañan la reputación, causan pérdidas económicas y plantean barreras a la participación en la vida pública y pueden conducir a formas de violencia sexual y otras formas de violencia física.
Y es que la separación entre el «mundo real» y el «mundo virtual» es falsa, añade Lulú, ya que «lo que sucede en Internet tiene efectos en los cuerpos, emociones, salud, bienestar de quienes la enfrentan».
«Entre los impactos identificados por La Sandía Digital y Luchadoras se encuentran el estrés, la angustia, la ira, el enojo, la depresión, el miedo, la confusión, la auto-restricción de la movilidad, el abandono de tecnologías, entre otros».
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De acuerdo con el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi), las víctimas del acoso por la vía digital podrían experimentar las siguientes prácticas:
–Ser registradas en un sitio web sin previo consentimiento.
–Recibir spam o virus para causar daño.
–Recibir mensajes o llamadas con insultos, amenazas, intimidantes o incómodos.
–Ser contactado a través de identidades falsas.
–Ser dañado al publicar información vergonzosa, falsa o íntima.
–Ser víctima de robo de identidad.
–Recibir videos o imágenes de contenido sexual o agresivo.
–Ser obligado a dar una contraseña para ser vigilado, así como que las cuentas personales sean rastreadas.
En 2015, 77 millones 210 mil 74 personas en el país tenían acceso a Internet, de las cuales 24.5 por ciento reportó haber vivido ciberacoso.
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Mariana no contuvo un alarido de rabia y frustración cuando su mejor amiga, Larissa, le envió un mensaje de whatsapp con una foto de pantalla fulminante. En la imagen aparecía una foto de ella en traje de baño, subida a Facebook dos meses atrás, durante unas vacaciones en Cancún.
Era un perfil falso en Twitter. El nombre de la cuenta pertenecía a «Sandra Teen», una supuesta «jovencita colombiana de 18 años». En la información de la cuenta se leía que la supuesta usuaria ofrecía «servicio de acompañamiento en hoteles de Tlalpan, Patriotismo y Viaducto». También se proporcionaba un teléfono celular.
La primera reacción de Mariana fue buscar a un o a una culpable. Su legítima ira lo enfocó en lo primero que tuvo a la mano.
Larissa, en ese momento, era la principal sospechosa, a pesar de que minutos antes del mensaje habló personalmente con Mariana, advirtiéndole de lo que se trataba y manifestándole que cualquier determinación que tomara la iba a respaldar y acompañar. «Vamos a ir hasta las últimas. Escúchalo bien Mar. Hasta las últimas».
Pero todo se nubló para Mariana en esos minutos. Le marcó a Larissa y le dijo que por qué le había hecho «esa chingadera». Que ella sabía o había sido «cómplice de alguien» en este asunto. Luego vino una crisis de cólera profunda, implacable.
Fue un cataclismo de espasmos de rabia y frustración en su cabeza. Determinó, primero, cerrar sus cuentas en redes sociales (Facebook, Twitter, Instagram), y luego refugiarse en la vergüenza, en la depresión, en la inacción. Eran minutos vitales para denunciar, para dar con los responsables, para buscar ayuda. Mariana decidió renunciar a todo ello porque, en esos momentos, para ella todos eran culpables.
Tuvieron que pasar tres nauseabundos días con sus noches hasta que Mariana aceptó hablar con alguien. El apetito se había esfumado. El sueño desapareció y sólo se presentaron, en esas horas, breves espasmos de somnolencia, latigazos de hartazgo, bocanadas de coraje.
Amanda, su madre, fue la primera en escuchar el dolor que flajelaba a su hija. Lo primero fue arroparla e, inmediatamente, denunciar este hecho. Larissa ya había dado los primeros pasos.
El perfil falso ya estaba dado de baja. El teléfono móvil que se presentaba en esa cuenta era de un hombre de voz parca y amenazante, que «hacía el contacto» para el «acompañamiento». Todo esto supuestamente ya lo está investigando la llamada «Policía Cibernética».
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El informe “Módulo sobre Ciberacoso 2015” del Inegi, también se destaca que del universo de denunciantes, 52.1 por ciento correspondió a hombres y 47.9 por ciento a mujeres. Es decir, a 9 millones 858 mil 690 y 9 millones 64 mil 365, respectivamente.
En lo que respecta a las mujeres, el número de víctimas equivale a 11.7 por ciento de la población con Internet y celulares.
El estudio también señala que las mexicanas de entre 12 y 19 años, seguidas de las de 20 y 29 años son las más vulnerables a sufrir ciberacoso y que las entidades en los que más delitos de este tipo son reportados son Aguascalientes, el Estado de México, Quintana Roo, Puebla e Hidalgo.
En torno al tipo de acoso que vivieron ese número de víctimas, 22 por ciento reportó haber recibido spam o virus; 13.9, llamadas; 13.6, contenido multimedia; 13.6, ser contactado con identidades falsas; 11.2, haber recibido mensajes; 25.7, otros.
La población que tomó medidas para solucionar el problema, 26.3 por ciento bloqueó al agresor y otro 26.3 por ciento sólo ignoró la situación; en cambio, 4 por ciento denunció su caso ante alguna autoridad.
Al respecto, el colectivo Luchadoras MX describe 13 tipos de violencia a través de Internet en su informe “La Violencia en Línea Contra las Mujeres en México”.
–Acceso no autorizado (intervención) y control de acceso.
–Monitoreo y acecho.
–Control y manipulación de la información.
–Amenazas.
–Extorsión.
–Suplantación y robo de identidad.
–Difusión de información personal o íntima sin consentimiento.
–Expresiones discriminatorias.
–Desprestigio.
–Acoso.
–Abuso y explotación sexual relacionadas con las tecnologías.
–Afectaciones a canales de expresiones.
–Omisiones por parte de actores con poder regulatorio.