La adversidad como recurso político

Por Víctor Del Real Muñoz

 

Más allá de los formalismos que en materia política se debe cumplir, incorporando elementos de la rigurosidad positivista, en donde cualquier afinidad por el lamento, la valoración moral y el sentimiento deben quedar relegados en beneficio de la objetividad para cualquier escenario de la vida humana, está claro que la realidad caótica del mundo precisa de complementariedades y no de mezquindades en las formas de pensar.

 

¿Será momento de replantear el camino de la filosofía?

 

El pensamiento complejo se ha convertido para nuestros días en un recurso de libertad, e incluso un arma de combate para evitar la desmoralización.

 

Es momento de aliarnos de toda perspectiva que nos abra camino en el terreno del universo, de la dialéctica, de tender a la perspectiva total, donde la filosofía, la sociología, las pseudociencias, la economía, la ciencia política, el libre albedrío y la cultura pasan a ser (más allá de disciplinas) herramientas de pelea ante la realidad gandalla.

 

El mundo más allá de la violencia y la crisis anida una forma de educar las conciencias de la gente, y ella tiene que ver con la pobreza; nos capacitan y nos educan en el terreno de las limitaciones, sin considerar la grandeza del planeta que vivimos y su basta riqueza.

 

Por lo tanto se nos niega la vía para disfrutar la abundancia de esta esfera, algo que dista de intentar simular un modelo de vida materialista, de apegos a la circunstancias con el ego de por medio, administrado por el mercado por cierto.

 

Este planeta enseña cada vez más elementos de dolor, de derroche de energías en baja frecuencia, que causan un derrotero de amargura y tristeza para las masas del mundo, y la política se ha convertido en la administración del caos, porque además lo anterior se acompaña de épocas convulsas que ratifican a gran velocidad la convicción por vivir al servicio del mundo exterior y dejar del lado el pleno pensamiento de la vida y el encanto del silencio y la meditación más allá de las invocaciones de las modas espirituales, irónicamente también administradas por el mercado.

El diagnóstico que muchos manuales de superación personal ofrecen no basta, porque se necesitan criterios de filosofía y de limpieza emocional para la gente, que junto a una buena formación política crítica exhorte a vivir mejores experiencias de vida, y que cause que el mero hecho de respirar sea un acto sublime de plena superación humana en el día a día.

 

Las tentaciones, más allá de la condena religiosa o moral, se han convertido en coloridos que han llevado a la inmensa mayoría de las masas a vivir dependientes del mundo exterior, y se han ido perdiendo los lazos humanos, más allá de las apariencias mentirosas hacia fuera del ser.

 

Peligrosamente y aboliendo el diálogo humano o el intercambio de ideas y reflexiones de la vida, la cotidianidad se ha vuelto en eso que el mercado llama modernidad en una manera de dependencia vía la apariencia externa, donde la imagen y el rasgo común de identificación de las masas en función a la repetición masiva de ritos y costumbres hablan a nombre de todos.

 

Hoy lo esencial del ser humano, o bien aquello que tiene que ver con sus miedos, sus fortalezas, sus confrontaciones y sus reflexiones ha quedado relegado, en el olvido o bien extinguido por completo.

 

Ya no hay tiempo de adentrarse al fondo del ser, de pensar con criterios propios, o quizás no es lo que la mayoría ejecuta en el plano de su cotidianidad; por el contrario, cumplir con facetas comunes a todos se ha convertido en el devenir cotidiano, donde pareciera que vivimos un mismo manual de la vida y no tenemos esencia propia.

 

¿Será que vivir entre los peldaños del miedo, la incertidumbre y la adversidad desde cualquier plano de la vida es una herramienta sofisticada de control y diseño de políticas en la modernidad? ¿Qué mundo nos espera?

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