Por Silvio Harrison
La cita era a las 17:00 horas, un sábado de sol, perfecto para asistir al recinto de la Colonia Noche Buena y al menos ver si La Máquina Celeste ya empieza a carburar con Paco Jémez y sus refuerzos.
El rival no era de preocuparse, Querétaro está sufriendo en este Clausura 2017 y es que es el penúltimo de la tabla y al parecer todavía no encuentra la tonada perfecta para cantar y no pelear la quema.
Así que como ya sé que para entrar al Estadio Azul hay que llegar casi con una hora y media del inicio del juego para encontrar lugar y dejar el auto seguro, salí temprano de casa, ya con todo lo necesario, como buen hincha cementero.
«Playera azul, ¡listo!, pantalón de mezclilla, ¡listo!, tenis ¡listos!, cartera con dinero para las chelas, ¡listo!, sin muchas expectativas ¡listo!, hay que ser realistas ¿no?, ¡Vaaaamonos!».
Primero hay que «calentar», sortear tráfico, que la verdad no me tocó mucho por el puente del 5 de febrero, y cruzando Insurgentes, por la calle de Porfirio Díaz, la que da al Parque Hundido, inicia el verdadero juego.
Primero al pisar el terreno, uno debe no perder la concentración, tener mirada de águila, por aquello de que dejen un espacio y así estacionar rápido el auto.
Ya con el vehículo calientito, los baches no nos sacarán de la jugada. Paciencia es la clave.
Un auto negro se cruza, impide el paso, dentro de él una familia completa, papá, mamá, dos hijos, todos ellos luciendo el jersey de los celestes, hacen una maniobra entran en la misma calle que uno elige, bajan la velocidad, sin prender intermitentes, clásico, quieren soltar el primer tiro dejando atrás a la defensa. Lo logran, encontraron el lugar para dejar su vehículo.
Las caras felices y las felicitaciones al punta no se dejaron esperar, la mujer lo besa, lo chavos le palmean la espalda y él te ve con cara de: «¡te Jodi, lo viste, te Jodi!».
La estrategia siempre da resultados, no desesperar, hay mucho tiempo. Seguimos conduciendo el balón, una vuelta aquí otras por acá, siempre hay espacio para tirar y meter gol.
Sin embargo, así de la nada se para de frente al auto un mujer, quien como buen medio defensivo, levanta la mano, grita, no quiere dejarte escapar.
«¡Amigoooo, amigooo!, ¿buscas lugars?», «¡Hey, amigo! tengo aquí lugar, deja que te lleve». Todo fue tan rápido, empujé el freno, moví el volante y la esquivé.
Es sábado, no hay parquímetros y tampoco hay grúas, ¿por qué carajos están estas personas apartando lugar para cobrar después?
Pude revesar a la franelera, pero no contaba con sus dos carrileros defensivos, chavitos de escasos 10 y 12 años, el más grande, que ya estaban corriendo de lado a lado del auto.
«Tenemos aquí, señor, mira amigo, tenemos lugar». Hice un drible, a la izquierda, luego a la derecha, no quería que me siguieran, yo tengo el balón, yo tengo la seguridad que conseguiré llegar a la meta.
Dí vuelta en la calle de Denver, una vez más vi a la mujer parada frente a mi, como barrera de tiro libre, «¿Qué pasó güerito? te dejo el espacio, no te preocupes, mira…» El chiflido fue lo siguiente, y en la esquina de dicha calle con Porfirio Díaz Chevrolet de color rojo y placas Z49ALP dejó la calle para que viera que sí había lugar.
«No vas a encontrar ya lugar manito, ándale, anímate. Son 50 baritos no más». «¿Quéééééé?» sólo 50 pesos por dejarlo en plena calle. No. me niego rotundamente seguir engordando a esta clase de personas que buscan dinero aprovechándose de otras personas y sus necesidades.
Pisé el acelerador dejé atrás a la «defensa», obviamente otro sí ocupó el lugar y pagando su cuota se fue.
Pero cuando la suerte del cañonero está de su lado ni poniéndose el cancerbero listo evita que le metan gol.
Así que dio resultada la estrategia, y mejor cuando los franeleros se descuidan, y para que se descuiden está canijo.
Al dar la vuelta en Denver, frente a mí un lugar para estacionar el auto me esperaba. De reojo vi como un hombre de más o menos 55 años venía echando el bofe, haciendo señas, pero no me importó, apunté, con una buena maniobra, primero adelante y luego en reversa y en un sólo movimiento dí en el blanco. ¡Goooooooooool!
Salí del auto, feliz, tenía 20 minutos para llegar al Estadio Azul, presentar mi boleto, entrar, colocarme en mi lugar y ya con sed, pues pedir la primera cebada de la tarde.
Sin embargo, no me esperaba los reclamos de aquél señor, «oiga, joven, son 50 pesos, oiga, ¿qué no escuchó?
Yo sin mirarlo seguí mi camino, con la maldita idea de que ojalá no le hagan nada al auto, un rayón, abollón, ¿qué sé yo?
En punto de la 17:00 horas el pitazo inicial, Cruz Azul enfrentaba a los Gallos del Querétaro.
La Máquina atacaba sin parar, pero la mira de los cañoneros estaba desviada y el portero emplumado Tiago Volpi supo cerrar sus ángulos.
Querétaro estrenaba Técnico, Jaime Lozano no tenía mucho tiempo trabajando con su equipo, pero ni así el local supo aprovechar esto.
Al 56′, luego de tantas fallas, Luis Miguel Noriega empujó el balón en su propia puerta al querer recortar a Joao Rojas.
Todo el estadio rugió, los de Paco Jémez no podía anotar, pero al menos su presión hizo que la defensa visitante tuviera un error.
Pero hasta ahí, el balde de agua helada llegó al 79′. Fue Noriega quien lavó su error al vencer en un disparo cruzado a Jesús Corona. Otra vez La Máquina no pudo, sacó el empate y en lo que va el torneo ya llevan seis juegos sin ganar, cuatro de Liga y dos de Copa.
Como no fui con muchas expectativas salí como muchos mentando madres, pero tranquilos, esto ya es costumbre.
Llegué a mi auto lo revisé, no había pasado nada. El rival respetó y se fue sin hacer más ni pedir tarjetas ni nada. Su juego sucio y azuloso había terminado.