Iconografía de una oposición desesperada y moralmente derrotada

Por Guillermo Torres

El principal problema que enfrenta México es de carácter idiosincrático. Tiene que ver con el imaginario colectivo que ha prevalecido en estatus quo desde hace varias décadas.

Pasamos por los estertores de una carencia de análisis crítico, de un cuasi dogmático andar, en el que se dicta desde su cultura de entretenimiento, incluso, el esquema mental y pensamiento que debe enarbolarse. En medio de una posmodernidad que, seguramente, las pocas cosas que en realidad ha modificado y garantizado es el rostro e identidad de pueblos y culturas enteras.

Una especie de rebaño, conducido para fines muy específicos social y políticamente hablando. El sentido crítico, de manera generalizada y quizá aún mayoritaria, se supedita a la paupérrima imagen en medio de una analogía del futbol y su ambiente fanatizado, con el tema político.

De entrada, se ve a la política como una cuestión meramente electoral por gran parte de la ciudadanía y considera que su ejercicio ciudadano debe ser igual de limitado que la misma emisión de su voto en la urna. El ejercicio de la política y la ciudadanía se ve como un mero trámite, fuera del cual poco hay que hacer.

Las banderas, los colores y las frases de guerra, tan gloriosas de la hinchada, enchinan la piel igual que en el estadio, presenciando un grotesco espectáculo sistémico de manipulación e ignominia. Así, nunca antes, mejor dicho, con ese paralelismo, con ese común denominador de exprimir y utilizar las pasiones de las masas. Esto es una realidad en la psicología social y de masas en este país.

Y este factor, aunado a la carencia de planteamientos sólidos y de contenido por parte de la oposición, ya desdibujada como espectro político-electoral, y convertida en una sola masa amorfa e irreconocible que apenas se define como un grupo de choquecooptado por la delincuencia organizada, ya mimetizados como tal en una sola cosa. Al grado, incluso, de ser prácticamente sus operadores políticos y administradores de raya.

Una oposición, cuyos seguidores y apoyo mediático se han convertido en una robótica y constante locución repitiendo los mismos, impresentables e incompetentes argumentos y planteamientos basados en noticias falsas: denostar y atacar en una guerra sucia, sin apelar a nada más que al hígado, el odio y la irracionalidad que obedecen a cuestiones como el racismo, la xenofobia y el elitismo de una sociedad en un proceso de descomposición muy avanzado.

He ahí la importancia y trascendencia de temas como la reconstrucción del tejido social. Todo viene de la falta de auto aceptación del mexicano como individuo en su origen cultural y genético más antiguo.

La obra de Octavio hoy, más que nunca, tiene una validez indiscutible. Y es así como vemos un espectáculo que con válida ironía podemos definir como una “memecracia” y un grotesco espectáculo, en todos los medios, pero particularmente en las redes; una serie de descalificaciones racistas y clasistas, que poco tienen que ver con un planteamiento político y social serio.

Con una agenda válida dentro del estadio político en México, que debe ser un complemento y un equilibrio entre todas sus fuerzas políticas trabajando en acciones que beneficien al país y su pueblo.

Es una auténtica pasarela y jauría de egos y vanidades, con el trasfondo de un interminable papiro de irregularidades, ilegalidades y negocios ilícitos de toda índole, que reducen esa escueta y famélica oposición a una sub categoría vulgar y grotesca que utiliza las secuelas de su mismo actuar, hoy en día, para descalificar al gobierno que ahora simplemente ha quedado en medio del interminable ajuste de cuentas de la que ellos mismos han dado orden.

Están terminando de dejar el tablero lo más limpio posible, lo menos comprometedor y de menores consecuencias posibles.

De paso, esa inercia aún ayuda para atacar a la izquierda y al pueblo y enrarecer el ambiente donde pueda haber pugnas que favorezcan la descomposición social que gestionan y representan, que encarnan sus mismas personas.

Aún es tiempo para evitar el florecimiento de una naciente izquierda que se redefine en México desde la caída del Muro de Berlín, e incluso antes. Con rasgos propios, desde una perspectiva y cosmovisión más propia de sus pueblos originarios; con una innegable influencia del movimiento zapatista en todo este proceso de re fundación de izquierda, aunque le pese a los grupúsculos más recalcitrantes de la izquierda burocrática e irracional, ese ghettoen el que terminó convertido en su representación el PRD.

Aunque por igual en las bases del zapatismo haya gente nostálgica de lo más intransitable de las teorías clásicas en la praxis. Al final del día esa izquierda en proceso de consolidación debe definirse como un movimiento de movimientos donde todas las corrientes de izquierda estén representadas, y muy en particular la ciudadanía en general.

Un proyecto de nación donde incluso la ignorante y neófita voz de la derecha y su mostrenco de museo geológico, el PRI, estén presentes y representadas para que, en medio de esa pluralidad, se proyecte la reconstrucción y reforma de México, luego de una interminable guerra de exterminio y represión de más de cinco siglos.

Hoy más que nunca la tolerancia se hace necesaria y materia prima para levantar a este dolorido México. Porque entre la irracionalidad y violencia armada, sistémica y sistemática de la derecha, donde buscan provocar la reacción de las bases de izquierda en distintos ámbitos.

En medio de todo ello, lo único que puede terminar de remediar es la inteligencia y la habilidad, la argucia mental traducida en acciones concretas que disuadan y diluyan esa brutal irracionalidad, así como ha sido hasta ahora con movimientos pacíficos de resistencia, sin hacerse partícipe de su esquema absorbente y envolvente de hacer cotidiana la sangre y la nota roja que da un doble beneficio de miedo colectivo.

Donde la “teoría del shock” es capaz de hacer auténticas maravillas y milagros para la oligarquía neoliberal, para esos asesinos de cuello blanco.

Ese es el escenario político, claro con sus respectivos grupos periféricos y cooptados de sus nuevas generaciones. Partidos políticos que pretenden gestar en medio de esa opacidad de su andar en la vida pública y la política convencional del antiguo régimen en México.

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