Texto y foto: Alejandra Ayluardo Gómez
Ensangrentado y con la conciencia casi perdida, Carlos yacía a la mitad del carril del Metrobús, entre las estaciones de Ayuntamiento y Fuentes Brotantes, al sur de la avenida que atraviesa la Ciudad de México.
Sin que nadie se acercara a auxiliarlo, los grandes ballenatos rojos lo esquivaban a toda velocidad provocando caos en los carriles de automóviles. Los mirones en la banqueta se empezaron a juntar, los conductores bajaban la velocidad cuando pasaban por el lugar del siniestro para observar con morbo la fractura expuesta en la espinilla derecha de Carlos.
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13:57 pm
El Metrobús llegó a la estación de Ayuntamiento y abrió sus puertas. El molesto pitido que anuncia el cierre aturdió mis oídos. El chofer aceleró como si hubiera una jauría de perros rabiosos persiguiéndolo. Pasábamos la curva más peligrosa de Avenida Insurgentes, equivalente a la famosa «Pera» de la Autopista del Sol.
Un motociclista pasa cerca del camión endiablado. Frenó violentamente, se sintió un golpe, se escuchó el descontrolado rechinado de las dos llantas del vehículo negro, una Bajaj Pulsar 200NS, una de las motos de moda entre los jóvenes. Las personas dentro del Metrobús se acercaron a las ventanas para ver lo que había pasado, mientras un tétrico silencio reinó en el lugar.
Una robusta señora fumando un cigarrillo, montada en una camioneta Lincoln negra comenzó a gritar. «¡Hagan algo carajo! ¡Qué barbaridad!» Tiró el tabaco a la mitad y se abalanzó con el gran fierro negro atravesando el carril del Metrobús mientras la gente, muda, se acumulaba en la banqueta con cara de sorpresa. «¡Me vale, me voy a bajar! ¡Nadie hace nada!»
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14:00 pm
Me quedé impresionada por lo que acababa de presenciar y la necesidad de ayudar recorrió todo mi cuerpo. El Metrobús se escabulló rápidamente y llegó a la siguiente estación, Fuentes Brotantes. Me bajé sin pensar dos veces. Corrí a la curva en donde se encuentra el monumental Instituto Nacional de Neurología y Neurocirujía. La gente estorbaba mi paso. Mirones con sus batas blancas, con ropas viejas, niños… nadie movía un solo dedo.
Crucé la calle aprovechando que los autos frenaban para ver lo que pasaba y continuar su camino. Tirado en el piso, agonizando por el dolor y el agobiante calor se encontraba el muchacho con no más de 18 años. La señora de la camioneta le hablaba desesperada a una ambulancia mientras decía con voz molesta y caminando de un lado a otro: «No contestan, el número está ocupado… ¡Carajo! ¿En dónde quedó mi país? ¡Mi México chingao!» Me acerqué a él de manera en la que mi cuerpo le tapaba el sol y le pregunté «¿cómo te llamas?», se quedó callado, sollozando.
–¿Cuál es tu nombre?
–Carlos, me llamo Carlos
–Bien Carlos, ¿en dónde vives?
–A diez minutos, por la caseta a Cuernavaca.
–¿De dónde vienes?
–De la facultad. Estudio derecho en CU.
–¿Tienes alguien a quien le podamos hablar, Carlos? ¿Algún familiar o amigo?
–Sí, mis papás– abrió los ojos y buscó en la bolsa de su chamarra.
–¿Puedes marcar tú?
–Si, creo que sí.
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14:25 pm
Un policía que tenía la pinta de tener no más de 30 años llegó preguntando si todo estaba bien. La señora, que seguía con su teléfono en la oreja, volteó a verlo y le dijo:
«Si oficial, todo está bien. Sólo estamos aquí, asoleándonos. ¡Qué barbaridad! ¡Cuánto se tardan! Los cuatro metrobuses que han pasado casi nos atropellan porque agarran el vuelo de la curva… ¡Por eso está aquí tirado el muchacho! ¡Todos son unos bestias!».
«Señora, vengo a apoyar. No se altere», comentó nervioso el oficial. La señora se volteó con un gesto despectivo y él se alejó hacia dónde comienza la curva para desviar los camiones y agilizar el tránsito.
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14:15 pm
–Hola, papá… me acaba de aventar un Metrobús.
–Si, estoy bien… me duele todo…
–Aquí en la curva del Hospital de Neurología…
–Ok, si papá… te amo…
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14:36 pm
Una pareja de jóvenes se acercaron gritando que una ambulancia ya venía en camino, que estaban del otro lado de la calle y vieron lo que pasó. Comentaron que acababan de salir de trabajar de un supermercado que está a una cuadra y que lo primero que hicieron fue marcar el número de emergencia.
Una patrulla llegó para auxiliar al oficial que agilizaba el tránsito.
La señora volteó a ver a Carlos diciéndole que todo iba a estar bien. Se arrodilló a un lado del cuerpo herido y le comenzó a romper cuidadosamente el pantalón para que respirara un poco la herida.
«Como es pantalón entubado, necesita respirar tu pierna…», dijo la señora con tono de preocupación.
La pareja joven se alejó y pidió un taxi.
El sonido de una ambulancia nos taladró los oídos y nos tranquilizó. Se escuchó a un hombre gritar que la ambulancia estaba llegando. Al pasar la curva, el letrero de la PGJ hizo que se intensificara la desesperación de no poder hacer más.
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14:45pm
Una mirada perdida se acercaba a la escena. Un señor alto, robusto, con los ojos llorosos, la respiración acelerada, jadeando, la quijada desencajada… Atrás, una señora llorando desenfrenada, casi arrastrando a un niño que tomaba de la mano. El pequeño, con la mirada ausente, asustado, casi inconsciente y al mismo tiempo captando todo su entorno.
Despavorida, la señora se aventó al piso y abrazó a su hijo sin soltar al otro. El padre se quedó anonadado, perplejo, observando el hueso expuesto de su hijo.
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15:15 pm
El sonido del rescate abrió la esperanza. Todos volteamos. Era una ambulancia privada. Se estacionaron enfrente de la camioneta atravesada de la señora rechoncha que seguía despotricando en contra del gobierno y la gente inútil.
Un hombre con ropa blanca, delgado, ojeroso, con ojos medio rojos y con la piel amarillenta bajó de la carroza de rescate.
–Buenas… – Le tomó el pulso al muchacho postrado en el piso.
–Venimos a dar primeros auxilios, el costo de traslado tiene un costo extra”–, dijo el chofer.
Todos nos quedamos callados. El padre reaccionó diciendo que ya estaba en camino la Cruz Roja. El paramédico siguió haciendo su trabajo.
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15:03 pm
El niñito empieza a llorar. La madre llora más desesperada que hace unos minutos. Volteó y le agradeció a cada una de las personas que estábamos ahí.
La señora de la Lincoln la abrazó y le dijo: “Yo también tengo hijos y entiendo por lo que estás pasando. El riesgo en la motocicleta está presente todos los días, pero todo va a estar bien, ya lo verás…”.
La madre siguió en llanto. Carlos conservó la calma y trataba de decirle a su mamá que todo iba a estar bien.
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14:56 pm
Me acerqué al señor y le comenté que yo viajaba en el Metrobús que atropelló a su hijo, que checara las cámaras de seguridad en la delegación para captar el número de vehículo. Me pidió mi teléfono. También se lo pidió a la señora de la camioneta.
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15:35
El camión blanco con cruces rojas llegó derrapando sus llantas en el negro pavimento. Se bajaron los paramédicos mientras los de la ambulancia privada desaparecían de la escena. La señora de la camioneta se despidió de los padres de Carlos deseándoles una pronta recuperación y se fue aprisa.
Pasó una hora y media en donde Carlos comenzó a perder sangre y estaba ya muy débil.
La inconsciencia y falta de humanidad de la gente fue algo que en ese momento se notó. Las personas nunca se movieron. Con ojos de plato y brazos cruzados contemplaban los movimientos, las palabras, los sonidos…