Por Argel Jiménez
Foto: Eréndida Negrete
Después de un año intenso, en donde las “contrarreformas estructurales” se han aplicado poco a poco con su respectivo descontento social, aunado a la corrupción pública y privada que goza de cabal salud, la violencia que sigue en ascenso en todo el país y que cada vez se palpa más en el Ciudad de México y que pronto será entregada formalmente por parte del “mancerato” al PRI con la aprobación en los congresos locales de la reforma política de la capital del país.
Se da un respiro, aunque sea de un mes y medio, en las que nos podemos despreocupar de “albazos legislativos” y “ocurrencias” presidenciales que lastimen al grueso de la población, sin que esto quiera decir que desaparezcan los problemas de tratar de sobrevivir el día a día.
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El ambiente de fin de año se palpa en todos lados. Desde los lugares más humildes hasta las casas más suntuosas de todo el país tienen por lo menos algún adorno navideño.
Los centros comerciales, tiendas departamentales y bazares callejeros lucen llenos de gente. Muchos de mínimo salen con alguna bolsa grande o pequeña, pero al fin una compra que habrá sido pagada al contado o a meses sin intereses. Un gusto personal o algún regalo para intercambio va adentro de aquellas bolsas que pondrá feliz a un ser querido.
Los trabajadores de comercios saben que esta es una buena época porque venderán más productos y, por ende, tendrán mayores comisiones. Otros saben que trabajarán más por el mismo salario y los vendedores de los semáforos, que hacen las mismas destrezas a lo largo del año, ahora lucen barbas de blancas y gorros rojos.
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Es domingo por la tarde. El árbol gigantesco que pertenece a la mayor refresquera del mundo da la bienvenida a las familias que vienen a pasar un rato de esparcimiento. En ningún lado trae el nombre de esa empresa, pero los osos largamente anunciados en las campañas publicitarias resultan identificables.
El Zócalo capitalino cuenta, por un año más, con una pista de hielo gigante, que ahora tiene una zona especial para personas con alguna discapacidad mental o física y que la comparten con personas que apenas comienzan a patinar.
Esta zona tiene la forma de un círculo. Muchos de los patinadores van agarrados del acrílico que bordea la circunferencia. Otros, más que disfrutar, en sus caras reflejan cierta angustia de perder el equilibrio y caerse. Dicha caída implica la risa sin malicia de los que observan desde afuera, “sentones” y “panzazos” son lo más común de ver. Con sus respectivas caras de pena o resignación, señores, jóvenes y niños se aguantan las risas.
Dos adolescentes con capacidades diferentes, así como un señor con sillas de ruedas, dan vueltas acompañados de alguno de los jóvenes que apoyan en el lugar.
Un niño ciego también es guiado por una de estas personas. Al principio el pequeño duda en soltarse del barandal que delimita la orilla, sin embargo, después de insistirle la joven, accede a agarrarse de una de las focas de plástico naranja que sirve como andadera.
Poco a poco el niño se agarra de un brazo de la foca y, con el otro, no suelta a su acompañante. La chica le parece decir que no tenga miedo y que se agarre de la foca con las dos manos. La maniobra resulta complicada. La joven de menos de veinte años sostiene al niño que en cualquier momento se puede caer, pero poco a poco el niño se va soltando y sus piernas se deslizan con suavidad por la nieve artificial del defeña, el niño valora su hazaña y ríe su logro.
A unos metros de Catedral hay un pequeño escenario en donde apenas se colocan unos instrumentos que más tarde tocarán melodías navideñas.
Los dos toboganes que se encuentran en el centro de la plaza tienen una fila no muy larga y avanza rápido. No así la fila que se tiene que hacer para acceder a la pista principal, las cuales tienen unas taquillas que está a un lado del Palacio de Ayuntamiento.
A la altura de Palacio Nacional un pequeño tendedero político del partido Morena, en el cual hay tres personas de más de sesenta años, tratan de convencer a algunas personas que pasan cerca que la opción política que ellos promueven es la mejor.
Alrededor de la pista principal, un par de gradas sirven para que se puedan observar desde las alturas las destrezas de los patinadores capitalinos. Al centro de la enorme pista hay unas letras que estorban la panorámica total. Son las iniciales con las que la administración (que todo lo ve color de rosa) trata de poner su sello: CDMX.
La pista luce despejada. La mayoría de los usuarios se encuentran agarrados al acrílico, todos hacen movimientos temerosos. Sólo unos seis adolescentes y niños aprovechan las circunstancias y se deslizan por todos lados.
En un pequeño local, edecanes invitan a comprar cachitos de la Lotería Nacional que, por tan solo cien pesos de inversión, se puede acceder a un gran premio. En el pequeño templete se encuentra un concurso que está en la parte final. El público ahí presente decidirá quién será el ganador (entre una muchacha y un señor) por medio de aplausos. La esposa del concursante es la que más barullo hace con gritos y aplausos. Las ovaciones resultan reñidas, pero al final se impone el ímpetu de la señora y se llevan de regalo la bicicleta que estaba en juego. El triunfo es sellado con un abrazo entre ellos.
El organizador del evento, que tiene la cara roja por la asoleada de todo un día con el sol cayendo a plomo, les dice a los ganadores “que le disparen una Coca”. El matrimonio no le hace caso y busca salir lo más pronto posible de la plaza.
La gente sigue llegando. Familias enteras que traen perros. Policías que comen mientras “vigilan” que no pase nada, son las estampas que dejan las vacaciones.
En la banqueta de Palacio de Ayuntamiento una niña retrata a su abuelo, que es abrazado por su esposa y su hija. El rostro de los tres denota que tuvieron un día perfecto. La cara de satisfacción en sus rostros quedará plasmada para la posteridad cuando la niña decida apretar su dedo índice al celular.