El High-NRG en México: La historia de una ciudad, su música y su gente

Por Dan Hernández R.

La gruesa cortina de humo se desvanece. Se rompe al sentir nuestros fríos cuerpos penetrándola. Vencida, la cortina nos revela un escenario tecnológico de luz multicolor, estrobos epilépticos y sonidos digitales que emanan de los sintetizadores.

Avanzo por este ambiente inhóspito. Parece un escenario utópico de algún filme de ciencia ficción. Numerosos cúmulos de gente se amotinan en círculos para observar atentos a los artistas del baile. Pasos largos. Movimientos rápidos de brazos estirados. Grandes pa de bourrée al ritmo de la música que es mezclada por el dj. El humo vuelve. Me rodea. Me abraza. Estoy en el Patrick Miller.

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Ubicado en la colonia Roma, en la calle de Mérida con exterior 17, el Patrick Miller se erige como un lugar pintoresco y de reunión casi religiosa, pues cada fin de semana, como si la vida se fuese en ello, se dan cita aquí las personas cuyos ojos, piernas y alma vivieron la década de los 80, la década del High Energy en México.

Fue al final de los años 70, cuando la música disco, género musical comandado por Donna Summer y Giorgio Moroder, comenzó a decaer, que México vio nacer el High Energy en sus calles. El primer actor principal de esta historia es Moisés Katz.

Katz fue el dueño de El sonido Discotheque, tienda de discos ubicada en la zona centro de la Ciudad de México, a donde acudían los dj’s ávidos de material fresco. Los principales abanderados del High Energy, como Divine, Patrick Cowley o Michael Sembello, lucían en las repisas de la disquera. Relucientes. Enfundados en bolsas de celofán. Esperando inertes a girar en las tornamesas mexicanas.

Moisés Katz se convierte en un actor muy importante en la difusión del género High, pues es quien importaba la música de Estados Unidos y Europa a México y terminó siendo el primer escaparate de la música del género, pero no el único.

El término High Energy, que traducido al español quiere decir Alta Energía, se popularizó a raíz de una declaración de Donna Summer a propósito de su éxito mundial, “Feel Love”, mítica pieza institucional del Disco y que se solía acelerar en los múltiples remixes y remezclas que se produjeron alrededor del mundo. “Es de alta energía”, afirmaba la cantante, refiriéndose al tempo o al beat de la canción.

Este beat es una de las diferencias fundamentales entre la música Disco y el High Energy. En términos musicales, el ritmo del High oscila entre las 130 y 145 pulsaciones por minuto, mientras que el Disco se queda en aproximadamente 120. No obstante, esa no es la única diferencia que se puede encontrar entre ambos géneros.

Rogelio Ramírez, sociólogo y filósofo de la UAM y fanático que vivió el movimiento desde sus inicios, autor del libro “De Colores la música: lo que bien se baila jamás se olvida”, afirma que la diferencia más notable entre el Disco y el High son los contrapuntos rítmicos, es decir, la combinación de distintos ritmos que se unen, complementan y enriquecen a la melodía.

También, a diferencia del Disco, que aun utiliza orquestación instrumental acústica, el High ya ocupa en su totalidad sonidos digitales. Se trata de uno de los primeros géneros musicales completamente electrónicos.

El High Energy se adhirió muy fuerte al imaginario colectivo de la Ciudad de México. Con el inicio de la década se fundaron Polymarchs, del ingeniero Apolinar Silva de la Barrera; el mismo Patrick Miller, de Roberto Devesa; Sound Set, de la familia Vázquez y Menergy, de los hermanos Manzano, entre otros. Estas fueron las principales discotecas móviles que sonorizaron a la capital y que tenían la magia de transformar un estacionamiento, una bodega o un salón en naves espaciales de luz y sonido para bailar, bailar y nada más que bailar.

En aquel México aún no se daba la proliferación de los conciertos y lo más parecido a un evento masivo fueron los Luz y Sonido ambulantes. Moisés Manzano, fundador de sonido Menergy así lo describe: “Había que montar una pista, lo más parecido a una discoteca ambulante. Sonorizabas la pista y hacíamos luces para emular una discoteca. Incluso le llamaban discomóvil. En aquel tiempo no había tanta tecnología entonces cada sonido tenía que inventar sus propias luces y hacer sus bafles.”.

La popularidad de Menergy, Polymarchs, Patrick Miller y compañía subió como la espuma y el High Energy comenzó a consolidarse con identidad y arraigo.

También jugaría un papel importante el maestro Jaime Ruelas, diseñador oriundo de la Ciudad de México que aportaría su arte a la publicidad que divulgaba los eventos de los sonideros. Ruelas dibujaba robots, naves y escenarios futuristas en pequeños panfletos de reluciente acabado que se repartían a la salida de los eventos para promocionar el siguiente. Trozos de papel que se volvieron inmanentes al High Energy y que ahora son piezas de culto y obsesión para coleccionistas. La combinación de estos actores; Moisés Katz, Jaime Ruelas y los sonideros, resultó en la consolidación del género en el imaginario social.

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El contexto mexicano de los 80 pintaba una escena de clases divididas; los privilegiados y los menos favorecidos. Ir a una discoteca resultaba por demás caro y fuera del alcance para los habitantes de las zonas populares. Existía una cosa llamada N.R.D.A., Nos Reservamos el Derecho de Admisión.

Hay un resquebrajamiento social evidente. Pero las masas también quieren divertirse. También quieren acceder a esta modernidad híper-tecnológica y glamurosa. Las discotecas móviles representaban la oportunidad de tener algo espacial y moderno a un precio que se podía pagar.

La inclusión es uno de los elementos definitivos para que el High se adhiriera tan fuerte a México. Representa para las clases populares una opción, una identidad para aquellos que no se sentían afines a la oferta musical que existía en ese momento. O eras charanguero, rockero o un bailarín discoloco.

Para mediados de la década el High Energy ya se erigía como la música dominante en México. Se convirtió en un movimiento socio-musical, que si bien, no tenía inclinaciones políticas, como el punk y su vertiente anarquista, si estaba cargado implícitamente con una denuncia social y de inclusión, con los desfavorecidos, sí, pero también con la comunidad LGBT.

Es innegable que nada dentro del movimiento High Energy es masculino. También es innegable todo este ambiente de represión, misoginia y homofobia que históricamente ha imperado en México, esto, en la década de los 80, era incluso más visible.

Y si bien, ni el High es bandera de la comunidad LGBT, ni la comunidad LGBT es bandera del High, si se toman de la mano en diferentes puntos: la vestimenta, el maquillaje, el baile, todo remite a connotaciones homosexuales en el movimiento High Energy.

Además, la gran mayoría de sus exponentes, como Patrick Cowley, Sylvester James, y Divine, famoso travesti que es reconocido como el máximo ídolo del High, eran abiertamente homosexuales.

Así, el High Energy se construye como una burbuja de tolerancia. Como un espacio libre de prejuicios en donde las penas, los dolores y los sinsabores de las injusticias sociales son purificadas mediante la danza: “Si tú te colocas en el lugar de un muchacho de 15 años que por primera vez ve unos estrobos y luego unas luces audio-rítmicas, y luego ve a un tipo mezclando y haciendo ‘scratch’, pues le llama la atención. Se adhiere de una manera poderosa a una serie de elementos que él ve como modernos, de moda, todo es llamativo.”, afirma Rogelio Ramírez.

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Los 80 fueron los años marcados por el High Energy, sin embargo, todo lo que sube irremediablemente tiene que bajar. El declive del movimiento tuvo que ver con una serie de eventos que empezaron en el año 86 para tener su punto más álgido a mediados de los 90.

Todo inicia con la llegada de otro gran movimiento musical denominado Rock en tu idioma, grupos como los Caifanes, Los Hombres G o Soda Stereo comenzaron a ganar terreno entre los escuchas. Los sonideros intentaron mantenerse mediante eventos que combinaban High Energy y Rock en español, pero no pudieron atraer a los nuevos seguidores y al mismo tiempo alejaron a la comunidad de fieles que ya tenían cautiva.

Paralelamente las radiodifusoras dejaron de transmitir los programas dedicados al High, los cuales fueron sustituidos por emisiones de Rock que poco a poco cobraba más relevancia. Los eventos eran cada vez más esporádicos, más alejados el uno del otro, con asistencias progresivamente menores.

Los dos sonideros más importantes, Polymarchs y Patrick Miller dejaron la escena, el primero por supervivencia, pues para el ingeniero Tony Barrera, Polymarchs siempre fue un sonido de vanguardia, y el High Energy ya no lo era más, el segundo debido al robo que sufrió de todo su equipo en su segundo evento fuera del Club de Periodistas. Los tiempos oscuros habían llegado.

Nada dura para siempre, es cierto, con el nuevo milenio llegó también una oportunidad para el High Energy y mucho tuvo que ver en esto, de nueva cuenta, el Patrick Miller. Roberto Devesa consiguió reposicionar su sonido en una bodega ubicada en la calle de Mérida número 17.

Es cierto que el High nunca desapareció totalmente de la capital. La comunidad supo contraponerse a la extinción. Se organizaban tardeadas que nunca tuvieron como objetivo la generación de ganancias económicas, simplemente seguir compartiendo el gusto por la música y el baile. Rogelio Ramírez nos comparte: “He conocido mucha gente que me ha dicho; ‘estaba en depresión, lo único que me queda es mi música, me quería suicidar, no me maté por Patrick Miller, yo ya vivía para Patrick Miller, o sea me iba tan mal en todo, por lo menos el momento en el que yo bailaba era libre y feliz’.”

El arraigo se puso a prueba y encontró en los corazones de sus adeptos un refugio en donde mantenerse. La llegada de Patrick a Mérida 17 representó el inicio del resurgimiento, de la materialización del Ave Fénix. Y como Orfeo, Dante o Ulises, el High Energy conoció el infierno y logro, años después, emanciparse de él.

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Hoy en día la música High Energy goza de buena salud; Patrick Miller se ha convertido en un lugar de culto cuya asistencia no baja de las 500 personas por día. Existen numerosas páginas en redes sociales que siguen organizando tocadas con discotecas móviles. También hay artistas que le apuestan a una renovación del género, como Pascal Languirand, fundador del grupo ‘Trans-X’ y creador del himno de High Energy, ‘Living on a video’.

Pascal produce un show en vivo, algo que no se había hecho en México ni en ninguna otra parte del mundo. Se enfunda en su teclado que toca como si fuese una guitarra e interpreta sus temas añadiendo puentes más largos e improvisaciones muy a la usanza tradicional del rock: “Antes tenía que traer como 7 sintetizadores y conectar todo eso. Era una producción. Por eso no salían grupos a hacerlo en directo con este tipo de música, porque era muy complicado cambiar los sonidos de una canción a otra.”, nos dice Languirand.

Es esta dificultad a la hora de interpretar música High en vivo la que puede ser erradicada gracias al apoyo de las nuevas tecnologías. Hay gente nueva que se va incorporando. Que aprende a bailar. Que le gusta. La estafeta, tarde o temprano, romperá la brecha generacional.

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En un contexto donde nuestra carta de presentación mundial es el narcotráfico y la corrupción, el High Energy es un ejemplo de cómo México puede consolidar extractos de otra cultura y volverlos propios.

Para David Dávila, cineasta mexicano, director y productor del documental de High Energy, “Discolocos”; “el High Energy es la esperanza de que los mexicanos, cuando tocamos algo, si lo podemos transformar en algo mejor. Cuando nosotros nos apropiamos de otra cultura, de otra música, podemos transformarla en una mejor versión de lo que era antes. Entonces eso habla mucho de nosotros como sociedad.”.

México vio llegar al High en forma de vinyl, fue testigo de su auge y caída, y hoy está consolidado como la capital mundial de la música de alta energía, fenómeno que queda exento de cualquier otro país en el mundo.

Si se hiciera un disco con el soundtrack histórico de las calles de la Ciudad de México, junto al rock urbano de ‘Three Souls in my Mind’ y ‘El Haragán’ o al arrabal cabaretero de las sonoras ‘Matancera’ y ‘Santanera’, el High Energy, aunque no sea un sonido de origen nacional, tendría forzosamente que ser incluido.

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Siento en mis oídos el sonoro retumbe del bajo. Se desliza suave por mi garganta auditiva. Los gritos estremecedores de Divine y los sintetizadores fríos de Patrick Cowley me acompañan el andar. El verde, el amarillo y el azul, colores de bella intermitencia, nacen de las candilejas y mueren en mis pies una y otra vez.

Camino lento hacia la puerta que sigue vestida con la gruesa cortina de humo. Mi salida es lenta. Como si atravesara un portal en el tiempo. Un poderoso golpe de frío me recibe al exterior. Me hace notar el sudor en mi ropa. Las evidencias del baile, del viaje. Las evidencias del High Energy en la piel.

 

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