Por Víctor Manuel Del Real Muñoz
La historia industrial de los Estados Unidos ha enarbolado una cultura amplia, más allá de lo que tiene que ver con el desarrollo de centros educativos especializados en la generación de cuadros humanos y tecnologías, o la mera inscripción de trabajadores locales a las fábricas generadoras de alto valor agregado en ese país.
La cultura industrial de los Estados Unidos ha servido, como desarrollo histórico, para el emprendimiento de una alternativa en cuanto a valores, formas, disciplinas urbanas y sociales, cultura del progreso, amor por las mercancías, amor por la armonía social y la dinámica de estructuración y sistematización de la vida social. Se generó una auténtica cultura de mercado y de la industria.
Este discurso, históricamente asentado en las grandes urbes industriales de Estados Unidos, sirvió para venderle al mundo una idea de desarrollo útil, de producción de alta calidad y de jerarquía, y sobre todo de bienestar. Además, con esta línea, se convenció a las masas de este país y a otros países más, de que la verdadera esencia del disfrute de la vida dentro de la plenitud del capitalismo era el formato estadounidense.
Cuando el neoliberalismo entra a este país, impulsado por cierto, por cuadros y teóricos que desarrollan sus líneas reflexivas en muchas aulas de filosofía y economía estadounidenses, se fueron perdiendo aquellos valores que tenían que ver con las particularidades del desarrollo histórico y estructural de Estados Unidos.
La dinámica industrial, desde su inicio hasta su ocaso (previo al neoliberalismo), trajo como consecuencia tendencias artísticas, movidas culturales, consensos colectivos, equipos deportivos, tradiciones locales y hasta fundamentos filosóficos para entender la razón de ser de ciertos pueblos o regiones concretas en algunos Estados de la federación estadounidense.
El neoliberalismo, cuan si fuese un maremoto con la consigna de arrasar todo, absolutamente todo, se encargó de ir desarticulando parte de las tradiciones fabriles y las lógicas de emprendimiento de la cultura empresarial de los Estados Unidos. Este nuevo modelo llegó con la consigna de que la lógica de los capitales especulativos permeara con fuerza brutal un sistema de acumulación bastante siniestro, rápido y sin pretensiones de impulsar el desarrollo, haciéndolo desde Nueva York y Chicago para todo el alerón occidental de este planeta.
No está de más señalar que se intentó extraer del colorido estadounidense a Chicago y Nueva York, como si fuesen ciudades del mundo, y no de Estados Unidos, para cumplir un mero rol global de ser el centro de mando (lo que Arrigi llamaría un nuevo centro de poder capitalista), pero en este caso del gran capital financiero internacional.
Una de las facturas a pagar, en sentido negativo, para el neoliberalismo, es que uno de los países donde se aplicó su manual de formas y protocolos políticos como lo fue Estados Unidos, a pesar de que esta nación nunca prescindió de los programas de subsidios federales a sus sectores estratégicos, es que violó, afectó y vulneró la significancia histórica del desarrollo como nación y como prototipo de país independiente, pujante, soberano y progresista en toda la trayectoria de su devenir histórico.
Intentar fragmentar aspectos tan íntimos de la razón de ser del espíritu estadounidense fue un auténtico pecado, en términos sociales e institucionales para los mandos políticos que impulsaron esta avalancha de querer o pretender graduar todos los ponderadores, las actividades, los vínculos y las formas sociales en la misma inercia, como dictó la parte práctica y operativa, en lo general, de la agenda neoliberal.
Esta es parte de la explicación, a grandes rasgos, de la naturaleza, por momentos absurdo y beligerante de los nuevos protocolos diplomáticos del actual gobierno estadounidense; ¿alguien se pregunta de dónde viene la convicción por tanta negatividad en las maneras de proceder de Donald Trump?
Esto no responde a una intención de justificar a los estadounidenses en el momento actual, es en todo caso el objetivo de analizar las causas centrales, en lo general, de su derrotero político actual, y en todo caso de sus formas poco decorosas.