Por Rivelino Rueda
A 51 años del trágico desenlace del Movimiento Estudiantil de 1968, con la masacre del 2 de octubre en la Plaza de las Tres Culturas, en Tlatelolco, la fisonomía de la protesta social en la Ciudad de México ha dado un giro radical, en donde las movilizaciones de hoy ya no tienen el elemento de represión desmedida por parte de fuerzas del Estado.
Una de las herencias más importantes de aquel movimiento emancipador para las generaciones venideras en el país fue precisamente la toma del espacio público en medio de un régimen extremadamente autoritario, el cual recurrió sistemáticamente al uso de la violencia para inhibir y cancelar la protesta social.
Fue por esta razón que las movilizaciones históricas de aquel verano-otoño de 1968 representaron un desafío para un sistema represor que creía controlarlo todo.
Los jóvenes estudiantes –herederos de lo que los gobiernos priistas nombraron jocosamente como “el milagro mexicano” o el “desarrollo estabilizador—ahora se rebelaban ante actitudes paternalistas y tomaban las calles para exigir un puñado de peticiones elementales, sobre todo para ablandar un poco la vena autoritaria del régimen.
Aunque la respuesta del sistema fue brutal y canceló por casi dos décadas el derecho a la protesta social, a la libre manifestación, sembró la semilla para la recuperación del espacio público como forma de acelerar los cambios democráticos que se dieron en el país a partir de las grandes movilizaciones por el fraude electoral de 1988.
Pero el elemento que más contribuyó al desquiciamiento del régimen autoritario (y que permanece hasta nuestros días) fue la tónica libertaria, imaginativa, alegre, emancipadora, rebelde, contestataria, pacífica y poética de la que echaron mano los jóvenes estudiantes en las distintas marchas que se dieron entre el 26 de julio y el 2 de octubre de 1968.
Un paso importante para este nuevo escenario fue la desaparición del Cuerpo de Granaderos por parte de la Jefa de Gobierno de la Ciudad de México, Claudia Sheinbaum, a petición de los miembros del Comité del 68, que de hecho fue uno de los seis puntos del pliego petitorio que demandaban los estudiantes hace cinco décadas.
Félix Hernández Gamundi, exlíder estudiantil en el 68, recuerda que el gobierno de Gustavo Díaz Ordaz y su secretario de Gobernación, Luis Echeverría, crearon grupos de “golpeadores” para disolver las marchas y crear la percepción de que los estudiantes eran violentos, como los “Boinas Rojas de Nezahualcóyotl, que fueron el antecedente de ‘Los Halcones’”.
“Estaban bajo el mando del teniente coronel Manuel Díaz Escobar, subdirector del Servicio de Limpia y Transportes del DDF, y a partir de esas fechas se fue configurando este grupo paramilitar denominado ‘Boinas Rojas de Nezahualcóyotl’, que empezaron a actuar con la “estrategia de terror” de pinta de casas y amenazas en panfletos entre el 2 y el 13 de septiembre de 1968”, comenta.
Víctor Guerra, integrante del Comité del 68, señala que desde las primeras marchas para conmemorar la masacre del 2 de octubre, distintos grupos han querido infiltrarse para querer hacer ver esta lucha como “violenta”, ya sea con elementos de seguridad vestidos de civiles, “porros” y ahora con los llamados “contingentes anarquistas”.
“Reiteramos que nuestras marchas han sido pacíficas, que no hemos tenido problemas de esa clase y tenemos que seguir exigiendo a la autoridad que garantice nuestro derecho”, subraya.
Si bien es cierto que todavía en las anteriores administraciones, federal y capitalina, de Enrique Peña Nieto y Miguel Ángel Mancera, se dieron hechos violentos de represión hacia la protesta social –que tuvieron su clímax en las movilizaciones en la CDMX tras la desaparición de 43 estudiantes de la Normal de Ayotzinapa, el 26 y 27 de septiembre de 2014–, el uso de la fuerza se desbordó por los desmanes y destrozos a inmuebles y monumentos, generados por grupos ajenos a las marchas.
Y es que las libertades alcanzadas en materia de derecho a la protesta social en los últimos 51 años se dieron precisamente con las históricas movilizaciones de 1968 y, antes, con las protestas en los movimientos de ferrocarrileros y médicos en el gobierno de Adolfo López Mateos, las cuales, sobre todo en el caso de los ferrocarrileros, fueron brutalmente reprimidas.
De hecho, el Movimiento Estudiantil de 1968 inicia con la desmedida intervención del Cuerpo de Granaderos para disolver una pelea campal entre estudiantes de preparatoria en la Plaza de la Ciudadela, el 23 de julio de ese año.
Tres días después de ese hecho, la represión escala con la brutal respuesta a una marcha convocada para protestar por la represión a estudiantes, que termina con la intervención del Ejército y el “bazucazo” a la puerta de la Preparatoria 1 de la UNAM, el 30 de julio.
La protesta de hoy –incluidas las acciones de grupos anarquistas—son la herencia de las grandes movilizaciones de jóvenes estudiantes que se toparon con las prácticas más autoritarias de un régimen hermético, que incluso llegó al extremo de responder a las mínimas exigencias de la comunidad universitaria de la capital del país con la matanza del 2 de octubre de 1968.