“Debemos destruir a la prensa
o la prensa nos destruirá a nosotros”
Thomas Wolsey,
Capellán de Enrique VIII
La secuencia de escenarios violentos, aterradores y hasta utópicos –para no dejar fuera el humor de la esperanza–, parece manifestarse al ojo pero no al entendimiento.
El enajenamiento del alma y la razón casi no ha acostumbrado al sesgo de la precarización en la ignorancia informativa. Una especie de síntoma ante el virus convaleciente del sistema capitalista, apabullante en su inmediatez.
Hemos “progresado” en la transformación de los medios de comunicación como espacios de desinformación, amarillismo, tendencias superficiales y juicios perjudiciales.
Pero para entender las repercusiones de esto es importante, sino que indispensable, centrarnos en el rol que las redes sociales juegan en la escala de prioridades de la sociedad actual.
Ejemplo de ello recae en la “nueva sociedad” o “sociedad digital”, habitante del determinismo dialógico de Facebook. Uno de los sectores más vulnerables para el control ejercido por el Estado, el mundo empresarial y todo aquello que sirva al sistema de consumo ansioso.
El caso del Brexit –tanto como el de Wikileaks–, documentado por la periodista Carlo Cadwallard, da sustento a la existencia de dichas realidades virtuales, contradictorias a la realidad material.
En este caso, la atención social fue desviada a un objeto discursivo capaz de crear verdes en los irreal, con el objetivo de ocultar e invisibilizar la latencia de peligros reales como políticas xenofóbicas, guerras por territorio, narcotráfico, etnocidios, epistemicidios, sobreexplotación de recursos naturales, crecimiento exponencial en los discursos de odio y, por lo tanto, en los ataques mortales o con repercusiones irreversibles, y un largo etcétera.
Sin embargo, medir el impacto que esto generó es prácticamente imposible. Tal parece que no existen registros o posibilidades métricas que permita evaluar cuántos vieron estos mensaje. Es decir, como no contamos con la base de datos que almacena Facebook, es imposible medir cualquier acto de propaganda o noticia falsa.
En este caso la prensa jugó el papel de árbitro en el partido de la posverdad. Grupos de periodistas cimentaron en verdades aceptadas, en acusaciones no documentadas, en juicios sin fundamento, en promesas en el aire –como describieron Javier Darío Restrepo y Luis Manuel Botello[1]–, el presente político de la población europea. Hecho que terminaría, como es evidente, en una maraña desastrosa y compleja.
Pero estos hologramas discursivos, que hacen de la ambigüedad su estandarte, son todo menos nuevos. Recordemos lospasquines y gacetas del siglo diecinueve, que más bien contenían alegatos tendenciosos de ciertas corrientes políticas o aspectos de índole filosófica antes que información noticiosa. Mismos que con el paso del tiempo hicieron metamorfosis y pasaron a convertirse en lo que hoy conocemos como prensa escrita.[2]
La prensa tiene relación con el poder desde hace siglos. Bien lo dijo Raúl Sohr, “los medios de comunicación se definen por su postura frente al poder. La prensa tiene que ver, antes que nada, con el poder”.
Esta conexión entre el poder y la prensa inició en 1815 cuando, de acuerdo con los registros más antiguos de los que se tiene cuenta, Napoleón Bonaparte volvió de su exilio en la isla de Elba. De hecho fue este gobernante el que aseguró que “la libertad de la prensa debe de estar en manos del gobierno, la prensa debe ser un poderoso auxiliar para hacer llegar a todos los rincones del Imperio las sanas doctrinas y los buenos principios. Abandonarla a sí misma es dormirse junto a un peligro”.
En este panorama se llegó a pensar que las fuentes podrían definir la verdadera libertad. Sin embargo, se demostró que estas también habitaban en escaños burócratas de intereses gubernamentales[3]. O bien, como se ha palpado en la actualidad, de funcionarios con perspectivas más bien voraces de la iniciativa privada.
Pero no seamos reduccionistas. Si bien el grueso de la historia del periodismo se ha cavado en una dicotomía con el poder, es la misma historia –política, social, económica y cultural– la que ha cosechado voluntades disruptivas dentro del oficio.
“La tolerancia y la diversidad de opiniones son normales en tiempos de bonanza, pero lo que interesa es cómo se comportan las sociedades en situaciones de crisis aguda, en los momentos que domina la confusión y cuando la propaganda es más fuerte que la información objetiva”, escribió Sohr.
La prensa por su naturaleza misma debe diferir con el poder, y con ello definir su postura ética ante la sociedad. El oficio de informar es espejo difuso de la humanidad, que se refleja en la proyección de la diversidad histórica y social.
Si bien es cierto que los medios sufren influencia directa de sus propietarios o los sectores con los que se identifican, muchos periodistas, a orden de la verdad, han buscado la libertad en el margen limitado de dichas formas de poder; o bien, terminan por convertirse en propietarios de un medio.
Ante esto y la distancia de la prensa con la neutralidad, el valor ético de los contenidos depende, casi por completo, del trabajo individual de reporteros/as, escritores/as, fotógrafos/as, editores/as y directores/as informativos.
En cada caso un reportero/a que abandonó la función crítica y se dejó manipular, contribuyó al imperio de la postverdad. Sin embargo, cabe en la reconfiguración del oficio deshacer el mundo a capricho y beneficio de quienes ostenten el poder.
Vacío en medio de la plenitud: la era digital y el periodismo
En América Latina la libertad de prensa siempre ha sido frágil y esporádica. El acontecer histórico, plagado de dictaduras militares o sistemas de gobierno punitivos, ha hecho que el periodismo independiente y de investigación se mantengan en una lucha contracorriente: lenta, despiadada y sinuosa.
Incluso desde su origen, el asignador de recursos para las empresas informativas –impresas o digitales– no es el mercado, sino la identidad política que busque darse aviso o visibilidad en ellas. Esto, sin duda, ha moldeado –con presión asfixiante– el actuar periodístico de países como México.
Pero ningún origen es determinista, sólo determinante, por ello que el periodismo necesite ese apoyo financiero no justifica que se pase por encima de su libertad de información, ni su identidad profesional.
El tema de la libertad de prensa, o de información, va ligado con el planteamiento de la ética. Darío Restrepo y Manuel Botello plantean que ésta última se define con un panorama como el nuestro “de humores revolucionarios, disruptivos y críticos”. Esto inevitablemente debe traducirse en la consciencia de los periodistas, en cuanto a la levedad política, social y económica que atañen a su contexto.
Es por eso que en espacios digitales la ética se necesita más que nunca, para ampliar el panorama que permita al periodista atisbar tanto las vicisitudes del Estado, como los hechos fundados en la virtud de la razón y la dignidad. De ello será testigo su pluma con la tinta del interminable archivo del devenir humano.
De ahí que resulte insostenible el modelo de la prensa –elemento de fijación de conciencia en el pueblo–, con la presión hacía al progreso técnico –masificación en la entrega de noticias– como templete para el autoritarismo, la intolerancia y el biologicismo[4].
Son sólo algunos los medios –nacionales e internacionales– que han tomado la forma de la “ruptura excepcional” de la prensa frente al poder, para cosechar los frutos de investigación periodística, corresponsalía de guerra[5] o en escenarios de violencia, e incluso –con todos y sus tropiezos propagandísticos– a los géneros de opinión como espacios de enfrentamiento[6].
La función del periodismo en la era de la Internet es velar por la ética integral del oficio, para propiciar dentro del espacio virtual un compromiso ético con los ciudadanos, que no sólo están cambiando el periodismo sino, como explicó Howard Rheingold, se definen con lo que la prensa decida hacer.
Esto, según Josep María Casasús, debe dar perspectiva para diferenciar y definir el periodismo digital respecto de la comunicación digital en general. “En la era digital la ética es la única razón de ser del periodismo”.
Respecto a ello, sin el panorama completo de la brutalidad y el encanto del mundo digital, Jürgen Habermas (1996) y Karl-Otto Apel junto con Richard Rorty (1983), definieron que lo único que puede identificar a los periodistas con respecto a otros informantes que actúan en la red es el compromiso ético solidario y progresista con la realidad y con la voluntad de obtener la descripción más fiel posible de la verdad por la vía del más amplio consenso de percepciones.
En resumen, durante el desarrollo de la era digital, es fundamental poner en tela de juicio las técnicas, el sistema financiero, los contenidos y la actitud de los periodistas dentro de las empresas informativas, para conservar el apego a la verdad.
Será tarea personal, colectiva y empresarial la de retomar la labor de ayuda que le debemos a los lectores, oyentes y televidentes, para señalar las inconsistencias, contradicciones, errores, mentiras, incongruencias y atrocidades en los vacíos que surjan en cada época.
Pero al mismo tiempo, como señalan Darío Restrepo y Manuel Botello, la población deberá acercarse a una formación de respeto y apreciación de la verdad, con el objetivo de sembrar en la sociedad un poder crítico a la hora de consumir información, “capaz de valorar mejor la verdad y a quienes la promueven, y el rol del periodismo se fortalecería”[7].
“De ahí la dimensión humanística del periodismo, que es tratar de hacer al mundo más comprensible, porque si nos comprendemos somos menos enemigos; si nos conocemos estamos más cerca el uno del otro”, escribió Ryszard Kapuscinski.
Por esta razón conviene reflexionar todas las diversas dimensiones posibles para generar una ética integral del periodismo digital. Con bloques, por ejemplo, de ética del acceso a la red; ética de la recepción digital; y ética de la función periodística en la era digital.[8]
John Thadeus Delane, editor y gerente financiero de The Time en 1832, dijo: “El deber de la prensa es hablar; el de los estadistas, guardar silencio; (…) el deber del periodista es buscar la verdad por sobre todas las cosas, y presentar a sus lectores, no aquello que los estadistas desearan que conociesen, sino la verdad, hasta donde le sea posible alcanzar”.
Referencias
- Alejandro Pizarroso Quintero. (2010). EL PERIODISMO EN EL PRIMER TERCIO DEL SIGLO XX. 31/08/2019, de Dpto. Historia de la Comunicación Social Facultad de Ciencias de la Información Universidad Complutense de Madrid Sitio web: file:///C:/Users/Galtea/
Downloads/1189-1192-1-PB.pdf - Raul Sohr. (1998). Historia y poder de la prensa. España: Editorial Andres Bello.
- Javier Darío Restrepo y Luis Manuel Botello. (2018). ÉTICA PERIODÍSTICA EN LA ERA DIGITAL. Washington DC: International Center for Journalists.
[1]Javier Darío Restrepo y Luis Manuel Botello. (2018). ÉTICA PERIODÍSTICA EN LA ERA DIGITAL. Washington DC: International Center for Journalists.
[2] Si bien la imprenta del alemán Johannes Gutenberg tiene su nacimiento documentado en Occidente de 1440, fue en Nueva Inglaterra en 1638 cuando se hizo uso de ella como la primer imprenta de periódicos. Y no llegó hasta 1674 a América del Norte, donde se instaló un taller en Boston.
[3]Raúl Sohr documenta que una década después del Watergate (1972), en Estados Unidos se llevó a cabo un estudio (1983) entre funcionarios de gobierno que dio muestra del uso amañado de la prensa al servicio de sus intereses. El 42% había filtrado información a medios en algún momento.
[4]Raúl Sohr. (1998). Historia y poder de la prensa . España: Editorial Andres Bello .
[5] Basta recordar el nombre de William Howard Russell, considerado como el primer periodista con el título de corresponsal – para el Times de Londres- en la guerra de Crimea (1854), donde Rusia e Inglaterra se disputaban el territorio.
[6] Ejemplo de ello se da resguardo en el registro de la Revolución Francesa (1789). En el artículo IX de la Declaración de los Derechos del Hombre se lee: “La libre comunicación del pensamiento y las opiniones es un de los derechos más preciosos del hombre: todo ciudadano puede, por lo tanto, hablar, escribir, imprimir libremente, pero deberá responder de los abusos de esta libertad en los casos determinados por la ley”.
[7] Ejemplo de ello nos dieron el grupo de filósofos y filósofas del Observatorio Filosófico de México, con la lucha por mantener y ampliar el estudio de la filosofía desde la educación básica, como fomento, por ejemplo, de un pensamiento crítico. Consulta el pronunciamiento en: http://www.ofmx.com.mx/2019/
[8] La ética del acceso a la red: evitar las tentaciones intervencionistas de los poderes públicos, económicos y corporativos. La ética del acceso a la red: desarrollar actitudes positivas de respeto y de fomento a las iniciativas comunicativas de los individuos y de las minorías. La ética de la recepción digital: obtener el máximo provecho cultural e informativo, individual y social, de las prestaciones interactivas del sistema.