Día 82: Los números que ningún niño debería padecer

Por Rivelino Rueda

Me dicen el desaparecido

Fantasma que nunca está

Me dicen el desagradecido

Pero esa no es la verdad

Yo llevo en el cuerpo un dolor

Que no me deja respirar

Llevo en el cuerpo una condena

Que siempre me echa a caminar

Me dicen el desaparecido

Que cuando llega, ya se ha ido

Volando vengo, volando voy

Deprisa, deprisa a rumbo perdido

Manu Chao/Desaparecido

En esta casa la tabla del siete se volvió una obsesión desde hace unas semanas. De libreros, paredes, espejos y ventanas cuelgan papelitos amarillos con cada operación. “¡Siete por ocho!”, grita Mónica desde la cocina… “¡Cincuenta y seis!”, responde Camila desde su cuarto también en un grito atronador.

Pero aunque los números, las matemáticas, están negadas en este espacio, es inevitable en esta etapa no recurrir a ellos:

28 jóvenes desaparecidos en Jalisco, 43 normalistas de Ayotzinapa víctimas de desaparición forzada, 60 mil personas de las que no se tiene rastro en los últimos diez años, 13 mil 699 decesos por la pandemia en casi tres meses, 28 mil 918 defunciones sospechosas por Covid-19 por confirmar, 2.6 de magnitud de su sismo mañanero en la Ciudad de México…

Es harto difícil, desgarrador, explicarle a una niña de diez años que en este país desaparecen a jóvenes. Un vahaje helado recorre las entrañas, las sienes, las muelas, detallar el porqué de hechos así en la nación donde le tocó nacer. Camila constantemente pregunta por si “hay algo nuevo” en el paradero de los 43.

¿Qué responder a preguntas como si todavía estarán vivos? ¿Cómo explicar que ella tampoco está exenta de este tipo de monstruosidades? ¿Qué decirle de las fosas clandestinas?

Alguna vez ella misma sacó la conclusión de que estos crímenes no deben ser investigados por las autoridades porque, “ellos mismos están metidos en esto, ¿verdad papito?”

¿Ahora qué le digo a Camila cuando pregunte por los 28 muchachos que no aparecen y que literalmente fueron “levantados” por policías ministeriales y de seguridad pública de Jalisco, bajo la complacencia del gobernador Enrique Alfaro, por el simple hecho de protestar por el asesinato de un chaval de 30 años, Giovanni López, por parte de policías municipales, por no llevar un cubrebocas?

¿Cómo hacerle entender que los muchachos hasta hoy víctimas de desaparición forzada posiblemente están en manos de algún grupo criminal, en este caso el Cartel Jalisco Nueva Generación (CJNG), con estrechos vínculos con las autoridades policiacas y gubernamentales de esa entidad?

¿Cómo narrarle que, con todo lo macabro que pueda parecer, el impresentable gobernador de Jalisco aseguró que grupos de la delincuencia organizada están infiltrados en las marchas que se realizan para pedir justicia en el caso de Giovanni? No sólo eso. ¿Cómo relatarle que ese señor con ínfulas de matón de arrabal está pidiendo a las familias de los 28 muchachos y muchachas desaparecidas las direcciones de sus domicilios para “coordinar la búsqueda?

La tabla del siete no deja de taladrar los muros de esta casa. Camila, como su mamá y su papá, no es muy ducha en eso de los números, en eso de las matemáticas. Tiene una familia por ambos lados muy curiosa, por no decir que muy chismosa.

Eso la hace ser más preguntona de lo común a esta edad. Como a finales de febrero y principios de marzo de este año donde no cejó, hasta conseguirlo, que se le explicara el porqué de los feminicidios de Ingrid Escamilla y de la niña Fátima. Luego exigió, hasta que lo logró, que Mónica la acompañara a la marcha del 8 de marzo.

Hay cosas que se tienen que guardar. Aunque insista con cuestionamientos que son como agujas punzantes en la cabeza o como si un animal viscoso recorriera la espalda. Los detalles de esos hechos abominables están por demás comentaros a una niña de diez años. No tiene caso.

Ella sabe que de por sí encasillarlos en un número es una afrenta. Que detrás de todos estos casos hay historias, rostros, sufrimientos, dolores profundos, familias esperando y escarbando tierra, desesperación terebrante, exigencia de justicia…

Este 7 de junio fue una de esas jornadas de números, de cifras, de operaciones matemáticas que ningún niño debería padecer, como si se les estuvieran aplicando cataplasmas, ventosas o sinapismos por un cataclismo ajeno, pero muy cercano, muy presente, muy doloroso también para ellos…

Mónica le grita a Camila, ahora desde la sala: “¡Siete por cuatro!” La niña responde, ahora desde la cocina… “¡Veintiocho, mamá!”

Si. Veintiocho que hoy faltan y que queremos con vida….

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