Día 40: El extraño crucifijo que apareció en la puerta

 

Por Rivelino Rueda

¡Y no supieron amar a su Dios

de otro modo que clavando

al hombre en la cruz!

Como cadáveres pensaron vivir;

también en sus discursos huelo yo

todavía el desagradable aroma

de las cámaras mortuorias.

Friedrich Nietzsche/Así habló Zaratustra

 

Hoy apareció una cruz de ramas secas a la entrada del edificio. Nadie sabe quién la puso ahí ni con qué propósito. Nadie sabe si ya hay algún infectado con la Covid-19 en alguno de los departamentos, si se trata de un “amarre” o si de plano ya el hedor a muertos vivientes es muy notorio.

El icono religioso está elaborado de un pequeño tronco vertical de madera de unos treinta centímetros y otro horizontal de unos once. Es notoria la improvisación en el trabajo artesanal. La unión de la cruz se realizó con cinta adhesiva. Nada más.

Nunca había ocurrido una manifestación de este tipo. Ni siquiera en los momentos de mayor zozobra y pánico tras los sismos del 7 y 19 de septiembre de 2017. Hasta eso, todos los vecinos han mantenido hasta una posición laica. Si hay alguien que sea creyente, lo ha guardado en lo más íntimo de sus cuatro paredes.

Sí. Tal vez el edificio ya desprenda un aroma a pecador y a penetrante azufre. Quizá el ateísmo de algunos ya esté provocando el escozor de otros. El crucifijo improvisado es muestra de que la pandemia ya está causando estragos en los nervios de algunos, o que de plano ya inició una cruzada contra los infieles en medio de la plaga del coronavirus. A saber.

No es improbable que alguien lo tome como una aparición milagrosa en los tiempos de la peste. Por ello la arcada de ceja cuando se reveló por primera vez recargada entre el buzón de correo y los medidores de luz. Ahí, tan solitaria, entre una sordina etérea por el perpetuo confinamiento. Ahí, todavía impregnada de cieno oscuro por la tormenta de anoche.

Nadie sabe. La pandemia también puede haber ablandado los ímpetus de algunos. Y es que apenas la semana pasada la vecina que siempre tiene un pretexto para no colaborar con el mantenimiento del edificio, con el pago de luz, con la limpieza, subió un video al chat de condóminos y anotó que “ojalá después de esto seamos mejores personas”.

“Ojalá”, fue la respuesta de otro vecino.

Puede que estos días de contabilizar muertos, contagios, casos confirmados, casos negativos o casos sospechosos; entre encierros, reflexiones e insomnios; entre aburrimientos, ocios y rutinas desgastantes, se haya dado un milagro para que la vecina se ponga al día.

Pero no. Hace tres días reclamó porque la vecina del uno había pagado el recibo de luz. “No puedes estar haciendo esto a contentillo”. Dijo.

Luego se dio un profundo silencio de unos cinco días. Apareció el crucifijo de ramas secas y hoy Max, el vecino del nueve, rompió el hielo. Subió unas fotos de un tapete limpiador de suelas de zapatos con desinfectantes. A 250 varos. Nadie le tomó la palabra.

Pero también hoy, cuando el director de Epidemiología de la Secretaría de Salud, José Luis Alomía, presentaba el informe diario sobre la evolución de la pandemia, en donde reportó que la cifra total de fallecimientos se elevó de 1 mil 305 a 1 mil 351 en las últimas 24 horas, y que los nuevos casos confirmados por Covid-19 se elevaron en un día a 14 mil 667 registros, también se comenzaron a escuchar “La Mañanitas” en uno de los departamentos del edificio.

Estás son la mañaniiiiitas/Que cantaaaaba el Rey Daviiiiid (“También se reporta que la saturación hospitalaria de casi el 50 por ciento en la Ciudad de México y Baja California”)/A los muuuuchachos boniiiitos/Se las cantamos así (“El reporte del número de contagios activos es de 4 mil 972, por lo que insistimos en el llamado de quedarse en casa”)/Despierta, mi bien despierta/Mira que ya amenecióóóó/Ya los pajarillos cantan/La luna ya se metió…

Viene a la memoria una imagen de la mañana. Café, cigarro, bostezos. Los papás, las abuelas y algunas tías del pequeñín de la pareja del departamento seis se bajan de un auto con regalos. Entran al edificio con gran algarabía y una de las abuelas levanta del piso dos ramas secas.

Era eso. Haberlo dicho antes. El crucifijo seguramente era para ahuyentar un contagio masivo, para que el bichito se alejara, para que no interrumpiera el cumpleaños de su nieto.

Ya en la noche, cuando todos se despidieron y el edificio estuvo en calma, la cruz de ramas secas ya estaba en la banqueta, abandonada, oscura, muerta. Parece que se trataba de un remedio temporal. A saber.

Día 40 de la peste. La cuarentena efectiva se cumpliría hoy. Pero también hay cuarentenas de setenta días.

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