Por Rivelino Rueda
“Desconfío de los que
en momentos de peligro
tienen más opiniones que miedo”.
Juan Villoro/8.8: El miedo ante el espejo
La elección es al azar. En días de hastío pandémico no se requiere mucha ciencia para detectar la mentira, el odio, la paranoia de los que piensan que las cosas cambiarán si esto se sale de control. Son fáciles de detectar. Burdos. Defienden feudos rancios y obsoletos. Las redes sociales son su refugio.
Sencillo. Uno abre alguna red social y ahí están. Descarados. Con la creencia de que son expertos en todo. Pero lo más miserable es que los usuarios les creen y los replican. Y ahí brota la peligrosa desinformación, el letal virus de la ignorancia y el fundamentalismo.
La peste ciega y mimetiza. Se funden noticias falsas con patologías ideológicas del miedo, del desastre, del odio, del buscar culpables, del sentirse experto, del bochornoso espectáculo de opinar para sentirse superior. Abundan más que los bichos que hoy carcomen pulmones, tráqueas, vías respiratorias.
16:28 horas del 9 de abril. Rubén Aguilar, quien fuera el vocero del expresidente Vicente Fox (por cierto hoy muy calladito en redes sociales), y recordado por enmendar las cotidianas desmesuras verbales del guanajuatense, escribe en su cuenta de Twitter:
“Especialistas epidemiologos (sic) dicen que el factor a multiplicar los casos positivos de Covid-19 sería por el 25 y no por ocho. Eso eleva el número de personas contagiadas a 75,000 o más y no las 26,000 que reconoció el subsecretario (López-Gatell). Vamos a ver qué dice hoy en la tarde”.
Así. Sin más. El gancho para desinformar siempre son los “especialistas”, los “expertos”. ¿Quiénes? ¿Basado en qué? ¿A partir de qué estudio epidemiológico? ¿En qué país?
Y es ahí donde empieza la cadena de falacias. El generar histeria para “madrearse” al de enfrente. Y luego vienen los que replican estas mentiras con opiniones propias. Y así hasta el último eslabón de la cadena, el que de plano se enganchó, se tragó la farsa y, con aderezos propios, difunde el letal virus de la desinformación.
Poderosos detrás de un dispositivo móvil. Soldaditos del engaño en un encierro demente. Antihéroes enfundados en disfraces de defensores de la libertad de expresión. Focos de infección que todo lo saben, todo, menos de lo canalla que puede ser uno mismo.
7:54 horas del 6 de abril. John Ackerman, ideólogo y vocero del actual régimen, quien promueve a su señora madre para dar conferencias en la Secretaría de la Función Pública (SFP), que preside su esposa, Irma Eréndira Sandoval, y que fue beneficiado por el actual régimen para encabezar el Comité Técnico de Evaluación de aspirantes a consejeros del Instituto Nacional Electoral (INE), anota el su cuenta de Twitter:
“Muchos líderes mundiales están aprovechando del #Coronavirus (sic) para aumentar el control y espionaje de sus pueblos. En contraste, @lopezobrador_ ha ratificado su liderazgo democrático y humanista”.
No es una guerra entre bandos interesados en aportar algo, en informar. Es una brutal carnicería por desinformar, por llevar agua a su molino, por lambisconear, por el nulo interés hacia la ciudadanía, por el interés personal y de grupo.
Basta observar la presentación de Ackerman en su cuenta de Twitter, quien en el último año y medio pasó de ser un académico en la UNAM y editorialista en el periódico La Jornada, a un personaje con la misma o la peor soberbia que priistas, panistas y perredistas cuando detentaban el poder.
Mareado de poder, el esposo de Sandoval Ballesteros se presenta: “Director @DialogosUNAM. Investigador @IIJUNAM. Doctor en Derecho y en Sociología. @MexLawRev @LaJornada @RevistaProceso @ActualidadRT @TVUNAM @CanalOnceTV”
¿Algo qué añadir?
Opinólogos por naturaleza y por subsistencia política, los máximos representantes de este deporte nacional, en ambos frentes, se tocan. Son idénticos. Son una caricatura mal hecha de sí mismos.
Son los que, de un lado, dejaron cientos de hospitales en obra negra y construyeron obras faraónicas cimentadas en la corrupción y, del otro, los que optan por continuar proyectos como la refinería en Dos Bocas o el Tren Maya, en medio de la emergencia epidemiológica.
Son, en suma, aquel personaje que plasmó José Saramago en el libro Ensayo sobre la ceguera, que en medio de la tragedia, da su opinión para salvarse y salvar a su grupo:
“Lo más probable es que tarde o temprano se queden también ciegos ésos, además, tal como está la cosa, supongo que contagiados ya estamos todos, seguro que no queda nadie que no haya estado a la vista de un ciego, Si un ciego no ve, pregunto yo, cómo puede transmitir el mal por la vista, Mi general, ésa debe ser la enfermedad más lógica del mundo, el ojo que está ciego transmite la ceguera al ojo que ve, así de simple. Hay aquí un coronel que cree que la solución más sencilla sería ir matando a los ciegos a medida que fueran quedándose sin vista, Muertos en vez de ciegos, el cuadro no iba a cambiar mucho, Estar ciego no es estar muerto, Sí, pero estar muerto sí es sí es estar ciego”.
Hannah Arendt, en el libro Eichmann en Jerusalén. Un estudio sobre la banalidad del mal, hace referencia a esas “opiniones” que, en contextos sociales de odio, ignorancia y “superioridad intelectual”, llevaron al ser humano a poner en marcha atrocidades como la llamada Endlösung, la “Solución Final del problema judío”.
Las primeras cámaras de gas –anota Arendt—fueron construidas en 1939, para cumplimentar el decreto de Hitler, dictado el 1 de septiembre del mismo año, que decía que «debemos conceder a los enfermos incurables el derecho a una muerte sin dolor» (probablemente ese es el origen «médico» de la muerte por gas, que inspiró al doctor (Robert) Servatius la sorprendente convicción de que la muerte por gas debía considerarse como un «asunto médico»).
La filósofa alemana (1906-1975) expone que “ninguna de las diversas «normas idiomáticas», cuidadosamente ingeniadas para engañar y ocultar, tuvo un efecto más decisivo sobre la mentalidad de los asesinos que el primer decreto firmado por Hitler en tiempo de guerra, en el que la palabra «asesinato» fue sustituida por «el derecho a una muerte sin dolor».
“(…) A medida que la guerra avanzaba, con muertes violentas y horribles en todas partes –en el frente ruso, en los desiertos de África, en Italia, en las playas de Francia, en las ruinas de las ciudades alemanas–, los centros de gaseamiento de Auschwitz, Chelmno, Majdanek, Belzek, Treblinka y Sobibor, deberían verdaderamente parecer aquellas «fundaciones caritativas del Estado» de que hablaban los especialistas de la muerte sin dolor”.
Y añade Hannah Arendt: “(…) ni siquiera los acusados en el llamado «juicio de los Doctores», celebrado también en Nuremberg, no dejaron de citar constantemente frases de estudios de fama internacional efectuados sobre la materia. Quizá olvidaron cuál era la opinión pública imperante en el período en que se dedicaban a matar, quizá jamás se preocuparan de saberlo, puesto que creían, equivocadamente, que su actitud «objetiva y científica» era mucho más avanzada que las opiniones sustentadas por los ciudadanos ordinarios”.
Apagar el ordenador. Hacer a un lado el dispositivo móvil. Despejar la mente del maremoto de información referente a la pandemia…
Preguntarse siempre, “¿te pedí tu opinión?” Y sí, verificar, verificar, verificar, verificar, verificar todo y aniquilar sin piedad esos bichos letales llamados opinólogos, desinformación, noticias falsas, ignorancia y odio.
Y es que está comprobado por la historia que, en las guerras, en las pestes, en los terremotos, en los huracanes, en los tsunamis, en las inundaciones, en las erupciones volcánicas, en las grandes tragedias humanas, la cultura de la muerte y de la aniquilación del “otro” es la carroña que necesitan los chacales…