Día 20: La matanza de gatos; la ignorancia galopa con la peste

 

Por Rivelino Rueda

 

–La ciudad no se ve de lejos.

Sabrás que vas llegando

porque te llega el olor a chiquero.

Jorge Ibargüengoitia/Los pasos de López

 

Morena fue la única que llegó a casa. Logró arrastrarse hasta la azotea del edificio, en donde exhaló los últimos espumarajos de muerte.

Los vahos fétidos de la gata negra fueron el epílogo de la amenaza anónima que colocaron con cinta canela en tres postes de la esquina de las calles de Zempoala y Caleta:

“Los vamos a matar a todos. Ellos portan el virus. Es el último aviso”.

En ese cuadro del barrio todos conocían a los gatos que merodeaban de casa en casa, de comercio en comercio. El anuncio provocó perplejidad, mas no temor. Los pregones fueron arrancados. Parecían más bien desplantes de un demente. Nunca faltan en las pandemias.

Al siguiente día (28 de marzo) aparecieron nuevos pasquines. Ahora fueron copias de un periódico con el cabezal: “Mascotas y coronavirus: los gatos son altamente susceptibles y pueden contagiar. Última llamada”.

Canica fue la más afortunada. Los cuerpos de Grosella y Tamal aparecieron a tres calles de ahí, en el camellón que está en la bifurcación de Eje Central, Diagonal San Antonio y Obrero Mundial. Primero les rompieron el cuello y luego les cercenaron las cuatro patas. O al revés.

El sadismo enfermizo movió a los vecinos. Y vino le réplica:

“AVISO. Debido a que se han encontrado varios gatos envenenados en esta zona en recientes fechas, se procederá de la siguiente manera.

“A partir de hoy se harán rondines de vigilancia. En caso de sorprender al desquiciado (a), no se llamará a la Policía. Se actuará con fuerza física en contra del responsable asesino.

“Por lo que se le advierte se atenga a las consecuencias de cualquier tipo por ser un cobarde asesino. A cualquier cucaracha vulgo gente que se atreva a seguir con esas prácticas viles y tercer mundistas se le hará pagar su vergonzoso proceder.

“ATENTAMENTE

Vecinos por la dignificación “humana” por respeto a la vida de cualquier ser vivo”.

Los pasquines en los postes no mienten. Los mensajes no eran hueros. Tenían un fin y se cumplieron de la manera más abominable. Los vecinos replicaron con otro pasquín y dicen que no tendrán piedad contra el autor o la autora de “estas estupideces de humanos”.

Las prácticas medievales en pleno Siglo XXI. La ignorancia asociada al miedo. La plaga del Covid-19 que se disemina setecientos años hasta llegar a la Edad Media, donde los gatos fueron perseguidos después de que más de un Papa los condenara, al asociarlos con las pestes y con las brujas.

“¡Esos animales son el disfraz de Lucifer!”, argumentó el Papa Gregorio IX en 1223, en medio de la Peste Negra en Europa, en la bula Vox in rama, que ordenaba la llamada “Gran matanza de gatos” para erradicar esa plaga.

Y sí. El coronavirus desató esas histerias. Esos miedos. Esas ignorancias.

Hoy todos se observan con desconfianza en esa manzana de la colonia Narvarte. Hoy se vigilan movimientos y se calculan psicopatías. Hoy se miden maldades y se husmean caminatas sospechosas.

Hoy Oreja y Horchata también están encerradas. En cuarentena. No por la peste. Las gatas que sobrevivieron a la masacre no pueden salir más. Al menos hasta que esta locura pase.

No han dado con el o con la responsable. Los rondines siguen todas las noches. Puntuales. Dicen que esto no se va a quedar así.

Y en esas cosas asoma un diálogo del libro de Gabriel García Márquez, La mala hora:

“Hace años nos quejábamos de que no pasaba nada en este pueblo”, prosiguió la viuda. “De pronto empezó la tragedia, como si Dios hubiera dispuesto que sucedieran juntas todas las cosas que durante tantos años habían dejado de suceder”.

Samuel y Karla se dan la vuelta y enfilan hacia su negocio de comida para continuar con la faena. Karla se detiene y pide una cosa más:

–Si sabes de algo avísanos por favor. Y le dices a ese bastardo que no se la va a acabar, que le vamos a partir toditita su madre sin compasión, como él no la tuvo con los gatos.

 

 

 

 

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