Por Rivelino Rueda
Foto: Camila Rueda Loya
La historia nace y se detiene,
sigue adelante y luego se pierde y,
en medio de cada palabra, cuántos silencios,
cuántas expresiones se escapan y desaparecen
para no volver nunca más.
Paul Auster/El país de las últimas cosas
Apenas si son perceptibles las siluetas del encierro. Los ventanales son delatores. Nadie se salva de ser observado por los otros noctámbulos, por una ciudad que adoptó a la noche para vivir su confinamiento.
Cada marco de cristal es una historia. Los hay violentos. Los hay amorosos. Los hay dubitativos. Los hay luz. Los hay sombras. Los hay impacientes.
Allá los cuadros insaciables de los que hacen el amor con la luz encendida, desafiando a la peste aleatoria, la que impide el acercamiento humano, el roce de cuerpos, el contacto de salivas, espumas, mucosidades y fluidos.
De este lado los tragaluces que dibujan bailes aprisionados en paredes viejas. Sonámbulos por necesidad y por miedo. Trasnochados por instinto de sobrevivencia que dibujan siluetas sublimes al ritmo del danzón, el mambo, la cumbia, el vallenato, el guaguancó, el rocanrol o la salsa. Noctámbulos a fuerza y por convicción. La ciudad que trasmuta a la noche en los días de la plaga.
Las claraboyas narran el sino de la epidemia. La oscuridad en la calle y las luces interiores son pregoneras. Describen cuerpos, objetos, movimientos, actitudes, estados de ánimo, momentos. Las sombras que caminan de un cuarto a otro y encienden bombillas eléctricas en su recorrido. Las que hablan efusivamente y levantan los brazos. Las que extienden una copa y brindan. La quietas e inmóviles. Las que cantan a gritos detrás de esos hímenes delgadísimos con aspecto de cortinas:
Ven, acércate/
Si pudiéramos/
Escupir cometas/
Le ganaríamos al tiempo/
A la magia/
Al destino/
A la distancia/
Al olvido
Besos y discusiones. Abrazos y juegos. Soledades y acompañamientos. Los ventanales sortean la actividad humana de un confinamiento eterno. Las actividades sufren metamorfosis implacables.
El bullicio y el desmadre se mudan a la cueva que siempre aprisiona, que ata y desvaloriza, que es sinónimo de apartamiento social, de patología ermitaña.
Tragaluces váguidos en espirales de humos de cigarrillos. Retratos móviles en donde se plasman cuadros con pantallas de televisión encendidas. Pasatiempos de estratos sociales que observan la procesión de la peste detrás de los cristales o encaramados en balcones. Actividades de seres acostumbrados a mostrar sus miserias afuera.
Pintar de noche. Comer de noche. Reflexionar de noche. Amar de noche. Andar de noche. Escribir de y para la noche. Fragmentarse de noche. Ensimismarse de noche. Sudar de noche. Esperar de noche.
Los días de la plaga son desquiciadamente luminosos. Y ahí, en las ventanas, toma a muchos por sorpresa, observando la calma, el paso de la peste. El silencio estremecedor en las mañanas de abril.
Es el día 19 de la pandemia del Covid-19. Es la noche 19 de la pandemia del coronavirus.