Del esperanzador julio de 1997 al incierto 2018 chilango

Por Argel Jiménez

En la memoria de la gente de aquel domingo seis de julio de 1997 quizá habrán pasado episodios de la vida contemporánea que a nadie enorgullece.

La matanza de estudiantes en 1968 y 1971, las enésimas crisis económicas  que han azotado al país, el fraude electoral de 1988, el levantamiento zapatista de 1994 –que nos recordó que los pueblos originarios de Chiapas viven  en condiciones deleznables, al igual que el resto del país– y la muerte de centenares de perredistas en el sexenio de Salinas de Gortari.

De las calles del Centro Histórico de la Ciudad de México y de Paseo de la Reforma, las farolas de color amarillo iluminan a pequeños o grandes grupos de personas que se dirigen a la plaza más importante del país.

Con banderas del mismo color, pancartas y una que otra cara de cartón con el rostro de Cuauhtémoc Cárdenas, dan color a una noche que muchos ven como el preámbulo de una posible victoria en el año el 2000.

Son las 21:00 horas y las tendencias en las votaciones ya son irreversibles. El partido del “sol azteca” ha ganado las elecciones. Todo es fiesta, consignas y alegría.

Mientras, en dos casas de la ciudad dos profesoras (una de educación media superior y la otra del nivel superior) están sentadas al borde de sus respectivas sillas escuchando sus pequeños radios. Siguen por la señal de amplitud modulada los avances informativos  que dan cuenta del ambiente festivo en las calles, los posicionamientos de los dirigentes nacionales de los partidos políticos, la noticia de que el PRI ha perdido la mayoría en la Cámara de Diputados y los resultados que poco a poco van siendo definitivos para el otrora Distrito Federal que, por primera vez, eligió a su jefe de gobierno.

Pasan los minutos, Ninguna de las dos pierde el detalle de aquella información. Por su mente pasa aquella década de los ochenta tan decisiva que trastocó su destino personal, profesional, familiar y social, en donde vivieron con impotencia la crisis económica y el fraude electoral.

En el Zócalo, sobre un camión de redilas, se espera el discurso tan anhelado de Cuauhtémoc Cárdenas, que resume en una frase el sentir de mucha gente: “Es un triunfo de la democracia, un triunfo del pueblo y de las fuerzas democráticas tras una larga lucha”.

La profesora del Instituto Politécnico Nacional soltó unas lágrimas esa noche, pero le da pena aceptarlo. Esa nueva noticia y los recuerdos hacen que apaguen la radio al filo de la media noche. Mientras, la todavía hoy académica de la UNAM se preguntó aquella noche: “Bueno, ¿porqué estoy pegada hasta altas horas de la noche a la radio?” Para contestarse ella misma, “¡Ah, es que nunca hemos ganado nada (como izquierda)!”

Apagan la radio y la plaza  que ha sido testigo de innumerables actos de injusticia social, esa noche  festejará hasta cerca de la una de la madrugada, con la mitad de su capacidad llena de perredistas.

Al día siguiente, cuenta la profesora Politécnica que despertó a su hijo de sexto año  de primaria diciéndole: “Fernando ganó Cuauhtémoc Cárdenas”, sin que el niño atinara a decir algo, para posteriormente prender la radio a un volumen considerable  y sintonizar las noticias matutinas, como si quisiera constatar que el triunfo de la noche anterior  todavía seguía presente.

Su esposo media hora después llegaría del trabajo nocturno con el diario bajo el brazo. “Este era el único que quedaba en el puesto de periódicos”. En él sobresalen seis letras que hacen el titular del día: “Arrasó”, y en el interior de las páginas las cifras finales que se obtuvieron: Votó el 71 por ciento del padrón electoral, para dar al PRD 47.12 por ciento, al PRI 25.13 por ciento, y al PAN 17.51 por ciento. La historia estaba por escribirse.

***

Domingo 6 de junio de 2016. El día luce un clima inestable que amenaza la vida cotidiana de la ciudad. Los juegos infantiles, los paseos en los parques y las compras en los mercados y supermercados se hacen con cierta premura.

Es un día de elección, en el que menos de tres personas, de cada diez, según datos periodísticos (lo que representa que el 28.3 por ciento del padrón electoral) participó para elegir a 60 candidatos que redactarán la primera constitución que tendrá la Ciudad de México.

Como un ejemplo de nuestra vigorosa y trasparente democracia, la casilla de la Sección 33 electoral básica luce tranquila y sin nada fuera de lo normal, protegida por tres elementos de la policía capitalina (los cuales resultan exagerados) que salvaguardan el orden de una elección que a pocos interesa.

Los funcionarios a cargo siempre suelen ser dos familias de priistas que desde las elecciones del año 2000 hasta la fecha, han acaparado dichos puestos que se supone se eligen por sorteo, sin que a ninguno de los vecinos de esa colonia parezca importarles.

Solo a uno de ellos le parece inverosímil esa situación. Es el señor César el que comenta: “El colmo es que la instalación de la casilla ahora se haga en la casa de una de esas señoras. Para la otra elección el INE les va a pedir que de una vez voten por nosotros”. Dice que él no va más allá del enojo, porque sabe que nadie le hará caso.

***

Después de dieciocho años de aquella victoria de la izquierda institucional, que conllevó  grandes avances en derechos sociales y políticas públicas, y que a la par tuvo inercias clientelares que jamás quisieron erradicar (y que por el contrario promovieron), corrupción y ninguneo delegacional y legislativo.

A partir de esta elección, la Ciudad de México sufre un contrapeso importante por parte de la derecha, en donde se verá de qué lado jugará el PRD y los candidatos que sin duda elegirá por “dedazo” Miguel Ángel Macera.

¿Los primeros seguirán de aliados con los panistas?, y el segundo ¿seguirá de aliado leal a los priistas? ¿Los panistas con quién se aliarán? ¿Morena buscará aliarse con el PRD o viceversa?

Porfirio Muñoz Ledo comenta: “Con el propósito de deslegitimarla (la nueva Constitución) se argumenta de perder los avances alcanzados… nuestra Carta Magna estipula en el artículo 1º el principio de progresividad. Retroceder en las conquistas avanzadas implicaría una violación flagrante a la Constitución federal y la ciudadanía no lo permitiría en modo alguno”.

La clase política mexicana, tan acostumbrada a no rendir cuentas y a violar la Constitución, ¿le importará violentarla una vez más? ¿La ciudadanía defenderá esos derechos alcanzados?

Ya se verá.

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