Cuidado con la promoción del odio a la esencia española en México

Por Víctor Del Real Muñoz

Recientemente en México se han celebrado 500 años de la caída de México-Tenochtitlan que, entre otras cosas, significó el comienzo de la dominación española en suelo mexica, y a partir de ahí la expansión, localización y amplitud del ascenso militar, político y económico ibérico hacia el futuro por todo lo que hasta nuestros días viene siendo el territorio geográfico nacional.

En la actualidad, tanto el gobierno mexicano encabezado por el presidente Andrés Manuel López Obrador, así como miles de grupos de reivindicación indigenista nacional, agrupaciones de la cultura milenaria mexicana y sectores de la mexicanidad, muchos de ellos de forma clandestina, y otros desde grupos de expresividad política, cultural y musical, de diversa envergadura y amplia riqueza y cosmografía, celebran tal celebración como los 500 años de resistencia indígena.

Al respecto, tanto en México como en el extranjero, existen debates políticos, sociales, antropológicos e históricos, de gran calado teórico, semántico, ético, psicológico y por demás multidimensional, si tal acontecimiento que, desde luego, marcaría el génesis social y cultural de lo que hasta este momento es la constitución pilar de nuestro país, se trató de un “encuentro de dos mundos” o “una liberación española” “la sumisión de una gran cantidad de mundos a uno nuevo, proveniente de Europa” o “una lucha entre dos mundos” o bien “una conquista” o “una resistencia de los locales”. 

Sobre esa línea yace el análisis histórico, historicista, teórico y multidimensional de dicho acontecimiento.

Sin embargo, y más aún por la situación global de desasosiego humano a nivel planetario en estos momentos, impulsado sobre todo por las consecuencias lacerantes de la pandemia, crisis planetaria de valores en perjuicio de la armonía y el respeto, violencia desmedida a causa de las crisis sistémicas y estructurales que vulneran lo más profundo del equilibrio social más indispensable, censura y vigilancia tendientemente totalitaria de orden digital y cibernético en los nuevos medios tecnológicos de comunicación de masas, y nuevas maneras de entender la dinámica de interacción de nuestros países y el mundo entero incluso, convendría plantear si es útil, sano, y, sobre todo, no peligroso que se celebren estos 500 años a partir de una lectura e interpretación de “buenos contra malos” o “guerreros contra pacíficos” “conquistados contra conquistadores” “violentos y saqueadores contra víctimas”, como pareciera se está conmemorando este acto de gran repercusión en la memoria nacional.

Primero que nada, porque la dinámica misma de la constitución de nuestro país anidó una parte profunda, por demás natural, física, cosmográfica y espiritual de sus raíces milenarias, de cultura local profunda, pero, por otro lado, México, hacia su

gestación como nación independiente, también arropó valores, tradiciones, íconos culturales de todo tipo y un estilo de sociedad en plena adhesión a los coloridos, lenguajes, valores, simbolismos y modelos de la cultura española.

México, como nación independiente, y al igual que muchos, si no es que todos los países de América Latina, es más que una mezcla, un auténtico híbrido de coloridos, aromas, sabores, arquitecturas, actitudes, simbolismos, emblemas de la esencia local de raíz con el espíritu español.

¿Y a partir de aquí, convendrá hoy denostar, señalar y vituperar todo aquello que reivindique la esencia española presente en la historia de México, casi como si hoy valiera poner como un enemigo a España? Pienso que una buena parte de la gente que conmemora en esta línea tal celebración se está viendo de esta manera. Disculpen ustedes las molestias que esto pudiera ocasionar.

Segundo, asistimos a un suceso que ocurrió hace 500 años, donde para después las circunstancias directas y concretas del proceso histórico y de conquista, además de la etapa independiente y luego las distintas etapas de nuestra propia dinámica ya en tiempos independientes de México, aunado al modelo de interacción con el resto del mundo, la nueva cultura global que ha impregnado al mundo entero, hacen que el acto mismo de exagerar un sentimiento de repudio hacia lo español haga perder seriedad en lo que debiera ser un ejercicio terso de memoria sin tanto derroche de rencor; es preciso recordar que el rencor puede ser colectivo también, por demás insano.

Tercero, es preciso acotar que si bien la esencia indígena de nuestro país, por demás suculenta en términos culturales, gastronómicos, filosóficos, medicinales, espirituales, arqueológicos y de otro tipo se disemina por muchos de nuestros Estados en casi toda la geografía nacional, el vector español, que también ostenta rasgos multidimensionales de amplia reputación para el espíritu de nuestro país es y ha sido un hecho histórico vivo y legítimo en la construcción de un espíritu de pueblo, en este caso, el del México independiente y actual.

Cuarto, así también es preciso señalar que si bien una parte dominante de nuestro país proviene de interacciones raciales donde de forma dominante se mantienen los rasgos sanguíneos y raciales de todas las culturas ancestrales que vivieron en lo que ahora es nuestro suelo, también muchos mexicanos ostentamos rasgos físicos de alta prevalencia racial española, que en conjunción contribuyen a una fuerza vital genuina de inmensa y gloriosa cosmografía de la esencia mexicana.

Dicho esto, ¿acaso no es peligroso que, en pro de una celebración trascendental en la memoria nacional, se despierten o se reabran cicatrices que debieran haber cerrado ya, y que puedan inaugurar una etapa hostil que pueda desembocar, por ejemplo, en guerras raciales al interior de nuestro país?

Pienso que es peligroso incitar al enemigo del desprecio entre razas que, a partir de una ubicación de denuesto a lo español, como para mi hoy se conmemora tal suceso, pudiera derivarse al respecto.

Para mí es claro que el color de la piel sería el primer parámetro, de otros más que se pudieran dar en indistintos niveles de provincias mexicanas, intereses económicos, grupos de poder, etcétera, en caso de que se saliera de control una posible rememoración actual de luchas grotescas entre aquello que reivindique lo ancestral y de amplias raíces mexicanas contra lo de esencia española.

Así como la cultura mexicana se ostenta como un baluarte planetario para la admiración de un espíritu ancestral vivo hacia el resto del mundo con ciudades como Chichen Itza, Teotihuacan o la zona arqueológica de Templo Mayor, lugares de alta data como Guanajuato, Morelia, Zacatecas, Guadalajara, Querétaro, Aguascalientes o Chihuahua, de alto fuego arquitectónico español contribuyen a la riqueza multi histórica y multidimensional de México.

A veces creo, como síntoma personal que, un buen mexicano, auténtico, moderno, no es ni siquiera aquel que se ostenta como un acérrimo mostrador de las ropas, músicas y tradiciones culturales, por demás trascendentales en el espíritu de pueblo, ni tampoco el que se pone un sombrero de charro el día 15 de septiembre o celebra un gol de la selección con la playera Adidas del TRICOLOR.

Pienso que un buen mexicano es el que, independientemente de su pertenencia, más ancestral o más ibérica, defiende la causa petrolera con determinación, participa en las cosas de la esfera pública nacional, se preocupa por mantener una conciencia de la realidad inmediata de su país, participa en las luchas obreras y sus respectivas conquistas, así como en el interés de que la patria, a pesar de sus génesis culturales multifacéticos, marche en todos sus rubros con orden y con fuerza nacional soberana.

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