Por: Armando Leal
La experiencia de Shock lleva a la reflexión,
que surge del espanto que provoca la ausencia del espanto,
el hastío ante lo insoportable que se vuelve soportable
José Rivera Guadarrama, publicó el pasado 2 de octubre: “Sociedad del espectáculo y uniformidad de contenidos” (“Semanal” de La Jornada), donde plantea el fenómeno del espectáculo, su pérdida de sentido respecto de su contenido sagrado, hasta su carácter homogenéizante.
El espectáculo es uno de los elementos consustanciales de la contemporaneidad; que va desde las posibles acciones grandilocuentes que pretenden festejar o conmemorar algo, hasta la verborrea de calificativos que suelen acompañar los diálogos de un ciudadano común; o bien, de aquel que se le “diviniza” por los grados académicos.
La noción actual del espectáculo y su fusión con la política tiene un punto de inflexión en el nazismo y su retórica, que se expresó tanto en la fábrica de la muerte, casi 60 millones de fallecidos, pero también en el discurso y en la pretensión de una estética que glorificaba la raza, acompañado con desfiles, películas, carteles, la exaltación de artistas e ideas que confluían en la realización de ese “proyecto civilizatorio”.
El espectáculo es una posible vertiente analítica del presente, de lo humano en sí. Hoy las protestas contra la violencia y los asesinatos de mujeres se ha vuelto un espectáculo, decenas de mujeres vestidas de negro que embisten con mazos, martillos y aerosoles contra el patriarcado. Se estampan lo mismo en los vidrios de una estación de metrobús que en la cabeza de una policía; este acto podría ser performativo, expresarse en una modificación del orden existente; sin embargo, no lo altera.
También puede decirse que los medios masivos de comunicación ven la nota no en la lucha de cientos de miles de mujeres que protestan en las calles, si no en un centenar de ellas vestidas de negro. El espectáculo tiene un carácter efectista, es como si se hiciera mucho, pero en realidad no se hace nada.
Es cierto, no es equiparable la vida de una mujer a una estación de metrobús. La condena debería de ir a las 423 mujeres que fueron asesinadas por razones de género de enero a mayo de 2021, la fantasmagórica numeraria señala que en México se cometen al día más de 10 feminicidios. El espectáculo de las protestas del Bloque Negro no ha transformado el status quo.
En la otra punta del arco, se puede encontrar otra vertiente sobre la manifestación del espectáculo; en 2010 se conmemoró el bicentenario del inicio de la Independencia y el Centenario de la Revolución mexicana; para ambos eventos, la administración neoliberal panista se aprestó a la creación de un festejo espectacular donde la uniformidad y grandilocuencia daban cuenta del vaciamiento de sentido que tenían y tienen para el neoliberalismo la historia y la memoria.
El referente cultural para la conmemoración del bicentenario del inicio de la Independencia y el centenario de la Revolución mexicana fueron las celebraciones que los franceses realizaron ante el Bicentenario de su revolución, la intervención de edificios, a través de la proyección de imágenes es un signo del “influjo” francés. ¡La modernidad neoliberal!
En la dinámica de lo espectacular ahí también está como huella de la corrupción e ignorancia panista la “Estela de Luz”. Conmemorar es recordar, la construcción de la memoria colectiva se da a través de la historia; pero también, de cómo las colectividades dan cuenta de lo acontecido y de la forma que signan su presente. Las revueltas del pasado pueden ser uno de los motores de las presentes-futuras rebeliones. La memoria también contribuye a la construcción de la hegemonía, como bien lo señaló Gramsci.
Rafael Lemus en “Breve historia de nuestro neoliberalismo”, señala que el neoliberalismo fracasó en la elaboración de una hegemonía, puede señalarse que la historia no tenía ningún sentido para los ideólogos neoliberales economicistas, la reelaboración de lo acaecido fue extremadamente problemática.
Si se toma como ejemplo el supuesto revisionismo histórico que esos tiempos produjeron, Miguel Hidalgo y Costilla, el cura libertario, fue “humanizado” resaltándose su gusto por el alcohol, sus docenas de mujeres y sus hijos. El cotilleo como vertiente analítica. La contribución, reelaboración del mito, su humanización apostó a un tratamiento de su figura, ya no por sus ideas y acciones políticas, si no por elementos de su vida privada. Miguel Hidalgo y Costilla fue tratado por los revisionistas historiadores neoliberales como una estrella hollywoodense, el espectáculo vuelto una epistemología.
El fracaso o no de la elaboración de un discurso hegemónico neoliberal tiene origen en su renuncia a la memoria. En los Estados Nación ésta provenía de la historia y de su elaboración como un medio de legitimación. Así fue como el Nacionalismo Revolucionario se construyó; sin embargo, lo que el neoliberalismo desecha es la historia como fuente de construcción de la hegemonía, apela al espectáculo como factor legitimante.
Lo espectacular en su sentido efectista, tiene un supuesto elemento innovador, casi instaurador de un orden. Así, la Estela de Luz cumple pedantemente con ese objetivo, su “creador”: César Pérez Becerril armó toda una explicación pedagógica para entender el arco, que no lo es, que es una estela, pero sin ser un monolito (la convocatoria para la construcción del monumento conmemorativo fue para un arco) Hay que ser doctos no sólo en arquitectura sino en la modernidad neoliberal de Teodoro González de León, quien es la mano que mece la cuna.
La efectividad es extrañeza, pero necesariamente reconciliación. El espectáculo como indica José Rivera Guadarrama tenía en sus orígenes un carácter sacro, fue el vínculo de la humanidad con la OTREDAD, con la extrañeza. Hoy, la otredad, que ha perdido su carácter sacro, discurre por la monstruosidad humana, por la búsqueda de extraterrestres, de causar un instantáneo efecto en el consumidor.
Walter Benjamin llamó a este fenómeno la experiencia de Shock, la cual está determinada por impresiones y sensaciones que el individuo moderno experimenta, que a su vez atestiguan su insuficiencia. Ya no es el recuerdo, la memoria de lo acaecido lo que da sentido al ser, si no la delirante experiencia de la sorpresa que en los tiempos de la hiper comunicación y las redes sociales se vuelve el estímulo agónico por excelencia.
La comunicación política se ha vuelto un alimento efectista, su extrañeza reside en su irrealidad. El político miente para encubrir la realidad; los periodistas crean simulacros; los empresarios hablan de libre mercado y competencia, palabras huecas en defensa de sus intereses; los falsos analistas sueltan adjetivos efectistas que pretenden esconder su ignorancia y sus intereses; los “científicos” malversan fondos públicos, pero no se organizan para delinquir ¡están haciendo ciencia!; los supuestos artistas crean extrañas piezas no para reconciliarse con lo sagrado, sino simplemente para cubrir la experiencia de Shock.
La mentira no solo es parte del entramado goebbeliano, sino el cimiento de la ideología neoliberal, el individuo atomizado tiene derecho a creer en lo que desee: lo mismo que las vacunas no sirven, hasta que la tierra y la humanidad fueron creados por una fuerza externa; también tienen derecho, como señaló Umberto Eco a expresar sus imbecilidades libremente.
La colectividad necesita un manual para experimentar lo humano: ¿cuál es el verdadero significado del feminismo radicalizado? ¿qué quiso decir Denise Dresser con su retahíla adjetivante? ¿por qué los pobres delinquen y las élites solo…? Muy probablemente ese manual lo encuentran en los videítos de YouTube. ¿cómo entender a Freud sin leerlo? ¿cómo mi ascendente astrológico determina mi estar en la tierra? La humanidad necesita una ficha técnica de la cual pende la obra de arte: ¿cuál es el verdadero sentido del espectáculo?
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