“Al periodismo le falta que la sociedad lo acompañe”

Por Alejandra Rojas

Fotos: Yolotli Fuentes

La calle está vacía. La gente camina. Pareciera que van al mismo rumbo, pero no. Se detienen o desvían su andar hacia otros asuntos. No, no van a indignarse por el sexto asesinato de un periodista en lo que va del año, simplemente, como Javier lo decía, al periodismo le falta que la sociedad lo acompañe.

En las marchas de maestros los cercos de policías que he visto son inacabables. En las movilizaciones por los 43 normalistas han bloqueado la vialidad para impedirles llegar al Zócalo. Han bloqueado el paso con grandes cercas de láminas para que no pasen.

Aquí no fue necesario. Sólo hay entre ocho y diez policías que esperan que los visitantes a la Secretaría de Gobernación lleguen, estén, y pronto se vayan. Así como Javier, Miroslava, Ricardo o Cecilio, quieren que nos vayamos pronto.

Mientras la Escuela de Periodismo Carlos Septién García preparaba el 68 aniversario, el día de la muerte de Javier, alguien nos miraba como los próximos caídos. Nos dijo que no se prepara a periodistas para enfilarse a estos más de 100 periodistas que han muerto en lo que va del sexenio de Enrique Peña Nieto.

Y así, sigo caminando para llegar en medio de la incertidumbre, con la duda del ¿por qué la calle estaba vacía? Los policías nos miraban. Miraban a los periodistas como presas fáciles. Sí, no nos tienen miedo.

En una protesta pacífica ni ahí nos tienen miedo, sólo miran de lejos aquellos que poco a poco nos vamos acercando. Nos miran como el perro que reconoce los pasos de quien circula diario por la misma acera y ya no ladra, para que sienta que es su amigo, pero no, no lo somos.

Los periodistas sólo tienen una cámara en mano para atacar, un celular para grabar. Todos van y vienen, entre negándose a ser un actor de la protesta y trabajando para sacar la nota o la foto y gritando “justicia”. Así corre el tiempo, sin saber qué gritar, más que la misma injusticia que grita sola ya siete muertes en menos de seis meses.

Aquellos como Carmen Aristegui y Javier Hernández salieron a la calle, como quizás al principio, tal vez como iniciaron, de pie, gastando la suela, como decía Javier. Fueron a buscar la nota llena de sangre de colegas, porque no dudan que sean las líneas que escribió Javier las que lo borraron físicamente, sin oportunidad de seguir contando historias en este infierno.

Javier juntó a periodistas de la Ciudad de México, aquellos que nunca tienen tiempo para verse. La reunión frente al antiguo Palacio de Cobián fue un espacio para reunirlos fugazmente.

En el silencio extraño de las calles de la capital, se perdía entre la algarabía de la calle, que camina como si no pasara nada, porque ni para La Crónica, ni para Milenio, la muerte de un colega más fue su primera nota.

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