“En 85 quisimos pensar que el Ejército estaba ayudando, pero no”

Por Alejandra Arango Garfias

 

Héctor Fernando Guzmán Mendoza actualmente tiene 51 años, es comunicólogo e historiador. El 19 de septiembre de 1985 tenía 20 años, estaba a mitad de la carrera y vivía con sus padres, hermana y hermano en una casa de la colonia Jardín Balbuena al oriente de la ciudad de México. Una noche antes había salido de fiesta. Jamás se esperaba que al día siguiente toda su vida iba a cambiar radicalmente.

Acostumbrado al ruido y movimientos bruscos del Aeropuerto de la ciudad, cercano a dicha colonia, Héctor tardó en darse cuenta del temblor, sin embargo, alcanzó a salir de sus casa a tiempo y observar lo que sucedía durante el movimiento trepidatorio del terremoto.

Relata haber observado a sus vecinos desconcertados, entre ellos un anciano que al perder el equilibrio durante dicho movimiento cayó al suelo. En ese momento escucho un ruido similar al de 100 garrafones de vidrio caer. Más tarde se daría cuenta que dicho estruendo era por el derrumbe de una de las muchas fábricas de costureras sobre San Antonio Abad y Calzada de Tlalpan.

—  Una de las cosas más interesantes de aquella experiencia es que el tiempo se hizo muy laxo para mí, de alguna manera dio tiempo de todo, incluso para salir a la calle. En mi colonia nadie se había dado cuenta de la magnitud del terremoto. No había electricidad. Tenía un radio de pilas. Sintonicé “La W” donde pasaban anuncios, lo cual me pareció normal y decidí apagarlo. No fue hasta que llegó mi hermano y mi cuñado diciendo que se había caído el Hospital General. Poco a poco nos dimos cuenta que estábamos rodeados de desastre. La gente comenzó a llamar a las radiodifusoras, contando lo que pasaba en el Centro, en la colonia Roma, en Tlatelolco… Cuando llegó mi familia, ya comentaba los daños que habían visto al irse a trabajar.

“La atmósfera que comenzamos a ver entre nosotros y entre los vecinos era de desamparo, vecinos que no nos hablaban o con los que habíamos tenido algún tipo de diferencia. A las 4 o 5 de la tarde salimos a buscar apoyo donde fuera, y en muchos sentidos la solidaridad que nació fue producto de ese desamparo. No había autoridad, no había un comunicado oficial, no sabíamos realmente que estaba pasando. Lo que teníamos era un montón de información fragmentada que era necesario externarla.

“Nos empezamos a organizar para ir a los lugares de apoyo, pero la impotencia de decir: `mi mundo hasta ayer era distinto, hoy ya no existe´ era fuerte. Todos los valores se trastocaron, intentamos ir a Avenida del Taller y Tlalpan, donde había sucedido lo de las costureras y el ejército ya no nos dejó pasar. Lo que hubiera sido genial es que alguien hubiera llegado a decir: `¡Los hombres de tal edad a tal edad que puedan ayudarme a trabajar, vamos!´ Había un vacío de poder, había una cierta desesperación por tratar de hacer algo y a la vez una dolencia y miedo de decir `¿esto, se volverá a repetir?´”

–¿Fue un proceso de duelo?

 

–La aceptación vino horas después del terremoto. Fue un proceso de duelo muy rápido y brutal. De ahí le achaco la manera de renacer, como de decir: `si yo la libré, tengo que ayudar a quienes no la libraron´.

“Una de las cosas es que no había agua. Los vecinos nos organizamos para distribuir el agua, cooperar para tratar que todo el mundo la tuviera, sobre todo para los servicios. Tuvimos que abrir los registros de agua y acarrear agua sucia hacia las casas. Los jóvenes comenzamos a ayudar a personas de la tercera edad que no podían llevar agua a sus casas. Fue una solidaridad muy bonita, no estoy hablando de una solidaridad fuerte que se dio en los lugares de desastre, fue una solidaridad de cotidianidad, un frente interno”.

— ¿Experiencias como esta sucedieron en toda la ciudad?

— Hubo casos de heroísmo auténtico y junto con estos casos de solidaridad local, la gente tratamos de sacar adelante a la comunidad a la que pertenecíamos. Fue una toma de conciencia brutal en ese sentido. Los vecinos que nos hablábamos, de repente estábamos platicando sobre el miedo, la impotencia…

— ¿Algún vecino tuyo fue a ayudar a alguna zona de desastre?

— No lo hicimos, porque no había forma. Nos organizamos hacia el Eje Oriente, donde la gente no dejaba pasar a las ambulancias, por ejemplo, con lámparas en la noche, servimos de semáforos vivos. Muchos de mis amigos vivían en Tlatelolco, nos fuimos comunicando para este tipo de apoyo, se unieron a las brigadas improvisadas, por ejemplo, uno de mis compañeros comenta que estuvo sacando a una persona por partes, o una tía que trabajaba en Pediatría en el Centro Médico, quien platica cómo se organizaron para tratar de identificar a los niños que estaban en cuneros con sus respectivas madres, cómo venía bajando con todos los niños que podía cargar y ver de reojo el edificio desplomándose a sus espaldas. En ese momento le dijo a las enfermeras: “¡Agarren a cuantos niños puedan, pero fíjense bien en la identificación de cada bebé!” No había jefes, les llevó casi día y medio organizarse para evacuar a todas las personas.

— ¿Cuánto tiempo tardó en normalizarse todo?

— El proceso tardó dos meses. La normalidad tardó mucho en llegar. En el caso de mis padres, quienes eran maestros, comenzaron a organizarse en sus centros de trabajo, saber si las instalaciones eran seguras. A los alumnos, en algunos casos, había niños que no sabían si tenían casa o familia a la cual regresar. Nadie quería dormir, nadie quería tener nada bajo techo. Al otro día vino la réplica más fuerte, la situación estaba seminormal y  fue el recordatorio de que situación no había mejorado mucho. En aquel entonces se decía que el 19 de septiembre había sido el terremoto y al día siguiente el “te remato.”

— ¿La gente lo vio con humor?

— Claro, como que el humor fue una especie de catarsis, una cuestión extraña, comenzaron a contar chistes como “ahora todos nos vamos a dormir con un hueso junto para que los perros de rescate nos encuentren más rápido.” Decían que cuando llegaron los grupos de rescate japoneses estaban muy enojados porque ellos trabaje y trabaje y las víctimas ahí aplastadotas. Chistes de humor negro pero que de alguna manera aligeraba el shock que era tan fuerte.

“La gente de la Balbuena era muy priista o muy panista y fue gente que se radicalizó completamente. No hay que olvidar que la situación económica era bastante fuerte y lo que le recriminaban al gobierno era la falta de acción que hizo que la gente, por sí misma, tuviera que organizarse para salir adelante, el vacío, no solo escándalos de corrupción de las construcciones. Cuando comenzaron a saberse las cosas de las costureras, cuando pudimos pasar y ver la magnitud de aquello espantoso, saber que habían encerrado con candado a 200 mujeres en un edificio que teóricamente nunca debió de haber sido construido en esa área, gente que se quedó ahí aplastada. Ya no era que te lo platicaran o que saliera publicado en algún medio de izquierda, es que lo estabas viendo”.

“Dos semanas después personalmente me tocó ver gente en la colonia Doctores que se pone en un tianguis de cosas usadas vendiendo cosas que se había robado de las ruinas. Un montón de cosas que finalmente no sólo eran el terremoto, que fue una cosa tremenda, sino que se dio en un momento de coyuntura, en medio de una crisis económica y política muy fuerte. El gobierno de Miguel de la Madrid prácticamente era un entorno muy corrupto y fue lo que se objetivó en el momento del desastre. Las Fuerzas Armadas, que poco a poco fueron más para seguridad de ciertas cosas que para verdadera ayuda: ver que las policías no sirvieron de mucho, aunque sí recuerdo que llegaron a apoyar los de la infantería de Marina en la colonia 20 de noviembre y que al contrario enfermeras, médicos, bomberos, gente de la Comisión Federal de Electricidad, todos llenos de polvo, y seguían ayudando. Eso fue algo muy significativo”.

— Mucho se ha documentado que las autoridades llegaban a desorganizar…

— En esos días nosotros en la colonia tratábamos de llegar hacia lo de las costureras. Caminando sobre Avenida del Taller y llegando a La Viga ya había edificios dañados pero más o menos en pie. Pero un poco más adelante, por San Antonio Abad, Tlalpan, ya estaban las patrullas, un piquete de soldados que nos nos dejaban pasar. Les decíamos: “Queremos echarles una mano” y la respuesta fue: “No, tenemos órdenes de no dejar pasar a nadie.” Parientes o compañeros de trabajo que preguntaban al ejército: “Quiero saber dónde esta mi hermana, ahí trabaja, déjame pasar”, y los soldados con el fusil terciado diciendo: “No”. Incluso uno de ellos hizo un ademán de comenzar a golpear gente con la culata. La gente estaba muy exacerbada, hablaba de construir escudos humanos para poder pasar encima de los policías y del ejército, quisimos en aquel entonces pensar que el ejército estaba ayudando. Después nos dimos cuenta que eso no fue cierto.

“Esa vez llevábamos macetas, cucharas de albañil, picos, herramienta que teníamos a la mano y entonces cuando vimos pasar un camión de los llamados “delfín” un camión urbano de Ruta 100, estaba lleno de muchachos que iban a Tlatelolco. A ellos les dimos las herramientas, quisimos subirnos pero el camión ya venía atascado y regresamos a nuestro entorno ya de noche. Nos dimos cuenta que no había luz de semáforos y con lámparas intentamos agilizar el tránsito de las ambulancias dirigiéndolas, incluso por la banqueta.

“De alguna manera el haberlo vivido, personas que tenemos 40, 50 años, nos dio una nueva perspectiva de la vida, y que independientemente de ser una condición de desastre natural, era una situación social, económica, política, una inflación descontrolada, un no confiar en las instituciones que se vio confirmada. También fue un renacer. Nadie confiaba en las instituciones, pero te diste cuenta que podías confiar en tu vecino.

“No solamente sucedió con las personas que estaban en los lugares de desastre, sucedió con todos, que después se disolvió o intentaron convertirlo en un asunto político, pero en ese momento sabías que reflejarte en el otro era importante para salir adelante y era importante para la identidad misma de la ciudad. En un principio la solidaridad se dio de manera natural y orgánica entre todos, políticamente se intentó aprovechar pero al no verse la fortaleza, la organización del Estado y de las instituciones, ver que no estaba preparado para ello. Nadie estaba preparado para lo que sucedió aquel día”.

— ¿Qué parte crees que no figuró en la historia o que se haya omitido de este evento?

— Desde el punto de vista social, te puedo hablar de mi experiencia, yo realmente no hice gran cosa, yo no salve a nadie de las ruinas, lo que pudimos compartir lo compartimos. Sin embargo pienso que falta de contar lo que pasó después, las consecuencias en lo social, la solidaridad de la que el gobierno se trató de aprovechar pero no pudo, porque la gente sabía que no era un concepto, que no era un slogan, la gente lo había vivido. Nadie nos dijo “tienes que ayudar al otro”, fue de una manera natural, genética.

“No podías esperar que `papá gobierno´ te sacara del atolladero. Esa necesidad de identificarte con los demás para salir adelante y eso es una constante en los relatos orales o escritos que tenemos del 19 de septiembre. Gracias a eso nacieron movimientos sociales, culturales y políticos que no habrían sido posibles sin el terremoto del 85. No podríamos hablar de una candidatura de Cuauhtémoc Cardenas en el 88. En los mítines la gente se sentía con el derecho de participar políticamente, en lo económico lo más fuerte de la crisis vino después. El 85 fue un parteaguas para un cambio de poder en el año 2000. De alguna manera fue evidente que no funcionaba”.

— ¿Si actualmente sucediera un evento así la sociedad se volverá a unir?

Hay ciertas cuestiones interesantes. Las estructuras de comunicación son complicadas. ¿Cuál sería el efecto que tendría un cataclismo teniendo, por ejemplo las redes sociales? La televisión en este momento se encuentra en desprestigio. ¿Cómo podríamos reflejarnos en el otro cuando lo que conocemos del otro son unas cuantas líneas y fotografías a través de una pantalla? ¿Cuál sería el papel de un medio virtual frente a un evento como aquel? Habría que pensar que la institucionalidad era fuerte en ese entonces, no se hablaba en México de posmodernidad, habría que pensar cuál sería el impacto a nuestra sociedad. Habría que analizar lo que ha sucedido en otros estados como Baja California después del huracán o en Quintana Roo.

Sin duda el terremoto del 19 de septiembre de 1985 ha sido uno de los más grandes eventos que ha vivido la sociedad mexicana y la población de la Ciudad de México, la generación de menos de 30 años no podemos describir esa sensación cómo la puede describir una persona que vio un edificio caer o que, como Héctor, de un día para otro vio derrumbarse su cotidianidad drásticamente.

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