El 68, el crimen que Zabludovsky se llevó a la tumba

 

Por Alejandra Ayluardo Gómez

 

Dieron las ocho en punto. La mesera se acercó a mi mesa y deslizó un tarro con hielos, una cerveza y una tarjeta negra. Cuidadosamente tomé la tarjeta y la volteé. Un número de teléfono diminuto al centro que me intrigó por completo.

Tomé mi celular y marqué. Me contestó una voz a la que le tenía muchas preguntas y estaba esperando tener comunicación desde hace algunos meses. Sin embargo, sabía de quién se trataba.

 

“Señor Zabludovsky…”, dije en tono firme y volumen bajo. Sería un encuentro off the record y los dos sabíamos perfectamente lo delicado de las circunstancias. Aclaró la voz y dijo, “Buena noche señorita, esperaba su llamada. Nos vemos en media hora en Carmen 69…”. Colgó.

 

Me dirigí al lugar. Era un restaurante taurino en el Centro de la Ciudad llamado El Taquito. La calle: Carmen esquina con República de Bolivia, predilecto del periodista. Al llegar me reconoció inmediatamente, probablemente gracias al olfato periodístico. Nunca falla.

 

Me acerqué a la mesa. Nos saludamos efusivamente aunque con cierta reserva. Tomamos asiento. Pedí un café con doble carga. Sin poder contener más mis palabras, pregunté: “Hábleme de usted. ¿Quién es Jacobo Zabludovsky?”.

 

Con una diminuta sonrisa en el rostro contestó, “¿qué Jacobo? Existen varios…”

 

“¿Varios?”, contesté inmediatamente. “Así es, varios. Es inevitable ser diferente a cuadro que en la pluma, con mi familia o aquí, por ejemplo…”, respondió.

 

Una pequeña risa sarcástica se escapó de mi boca y le pregunté que si se trataba de cierta “hipocresía”. Me contestó –sin dejar pasar medio segundo– que no, que se trataba de seguir diferentes roles.

 

Llegó mi café. Él tomaba lo mismo que yo. Le di un sorbo a mi taza y le pedí que me hablara sobre su infancia.

 

“Bueno, mi padre llegó de Polonia en 1926 y un año después llegó mi madre con mis hermanos mayores, Elena y Abraham. Nací el 24 de mayo de 1928. Crecí en la calle Doctor Barragán 95, una vecindad de dos pisos y un patio central. Aún no estaba pavimentada la calle, incluso recuerdo vacas rondando por el vecindario, el olor a establo. La primera parte de mi vida es inolvidable, la considero especial.

 

“Gobernaba Plutarco Elías Calles. Recuerdo el patio lleno de retazos de tela que mi padre vendía en el Mercado Hidalgo. Él consiguió ese trabajo gracias al señor Suarasky, un conocido de Polonia que vivía en la misma ciudad en la que vivieron mis padres. Posteriormente, nos mudamos a Mesones 62, una casita modesta frente a una pulquería que sigue existiendo llamada La Risa. De ahí recuerdo mis primeras posadas, que a pesar de ser judíos, mis padres dejaban que fuéramos parte de las tradiciones por nuestros amiguitos y la convivencia entre vecinos.

 

“En ese momento de mi vida comencé también a ir al kinder, en El Salvador y 5 de febrero. Siempre fui a escuela pública. Tiempo después nos cambiamos a San Jerónimo 134. Ya tenía edad de ir a la primaria y mi padre me inscribió en la escuela más cercana, la Escuela Primaria República de Perú, muy cerca de mi casa de ese entonces.

 

“Ahí conocí a Felipe Ureña, un vecino que trabajaba en El Nacional como corrector de pruebas, un hombre inteligente. Me invitó los fines de semana a trabajar con él. Le ayudaba a corregir las galeras, se usaban los linotipos. Por primera vez olí la tinta de rotativa, el manejo del periódico, los textos que nos dejaban corregir, todo eso lo calificaría como una experiencia inolvidable y sin duda representativa de mi vida profesional”, comentó.

 

Cuando le pregunté acerca de las notas escolares comentó que siempre fue de notas promedio. “Entre ochos y nueves, nunca le di lata a mis padres en ese sentido, fui buen alumno, tal vez no de los sobresalientes, pero fui bueno”.

 

Hizo una pausa, tomó café y decidí preguntarle cómo percibió la situación económica de su familia. Aseguró haberse dado cuenta de la pobreza en la que vivían hasta mucho tiempo después, que gracias a la unión y comunicación constante que tenían entre ellos, su infancia fue tranquila en ese aspecto.

 

Me causaba curiosidad el por qué inició desde una edad tan temprana en una labor periodística. “¿Realmente sabía que esa era su vocación o era por mera necesidad?” Aclaró la garganta y respondió:

“Necesidad sí, siempre la hubo. Pero considero que fue una mezcla entre curiosidad, necesidad y una oportunidad que llegó y no quise desaprovechar. Una de mis mejores elecciones, diría yo…”

 

Cruzó la pierna, se acomodó los lentes y se recargó en el respaldo de la silla. Tomé un poco de café y le pregunté acerca de cuál fue el siguiente paso en su carrera periodística. Contestó que fue hacer el examen y los trámites correspondientes para sacar su permiso de locución.

 

El 3 de enero de 1945 fue la fecha en la que el periodista era oficialmente locutor de radio y decidió buscar trabajo como periodista. Trabajó en tres estaciones de radio “chicas”.

 

“Una era la XEQK, en La Hora Exacta, en donde me encargaba de leer al aire comerciales durante periodos de 60 minutos. Era una persona que se encargaba de los anuncios y otra de la hora, había una caja que contenía todos los anuncios de la hora. La intervención de cada comercial tenía que durar 50 segundos y si había algún retraso, te lo descontaban. Costaba 1 peso con 25 centavos la hora. Estuve ahí una quincena, ¡aguante 15 días!”

 

Nos reímos y continuó. “Estuve también en La Estación más Española del Mundo, la XMC, en donde duré un periodo un poco más prolongado”.

 

No pude evitar preguntarle del nerviosismo que siempre existe en las primeras transmisiones en vivo y me contestó que sin duda sentía inseguridad, las manos le sudaban, la garganta se secaba, sin embargo, con el tiempo pudo controlar eso. “Esa sensación nunca termina, se aprende a controlar, que es distinto. Pienso que cuando termine, habrá terminado mi carrera periodística también.”, detalló.

 

“Entonces, ¿Qué es ser un buen periodista radiofónico?”, pregunté. “La especialidad del periodismo radiofónico es que el oyente sepa todo de manera breve y correcta, completa…”, dijo.

 

“Usted fue narrador de hechos como el asesinato del presidente Kennedy, el funeral de Churchill, la llegada del hombre a la luna, el escándalo de Watergate, el terremoto del 85 en México, la caída del Muro de Berlín, el atentado de Colosio, el de Paco Stanley… ¿podría platicarme un poco sobre alguno de estos momentos periodísticos?”

Me recargue en el respaldo dándole un poco de espacio. Él frunció el ceño y se quedó callado por unos segundos. “Bueno, el asesinato de Kennedy lo transmití en Televisa, en ese entonces Telesistema Mexicano, en noviembre del 63, me parece… A las 11:30 de la mañana entramos al aire. Yo llevaba ya algo de tiempo en los medios, sin embargo, siempre un suceso así hace que el ambiente sea tenso.

 

“Recibí la información de los hechos a través del radio y lo retransmití en vivo con imágenes que en ese momento llegaban por medio de los primeros satélites de comunicación. No había una confirmación de la muerte del presidente, hasta después fue oficialmente un hecho. La producción estaba vuelta loca, realmente yo también. Fue un momento tenso para todos.

 

“El momento en el que Neil Armstrong pisó la Luna en 1969 fue uno de los momentos que recordaré toda la vida. Para mí fue muy emocionante. Lo narré en el momento preciso, cuando estaba sucediendo, a miles de millones de kilómetros de mí. Fue impactante pensar en que un ser humano estaba dejando huella en el espacio por primera vez mientras yo estaba en el estudio. Me sentí por un momento diminuto…

 

“Cuando fue lo de Colosio en el 94, poco antes de las elecciones, siendo el preferido por muchos para ocupar la silla presidencial… ¡Fue una gran y lamentable sorpresa su asesinato! Sin duda alguna… No me lo esperaba, en lo absoluto. Fue un momento periodístico importante para México. Lo de Paco Stanley fue en el 99 y lo cubrí en el programa Hoy, ya que al fallecer El Tigre, en enero del 98, su hijo quedó a cargo y quiso renovar la programación.

 

“Dentro de la cobertura, estuvimos varios periodistas, titulares, especialistas del programa. Fue también algo inesperado. Sucedió cuando el programa se estaba transmitiendo y tomaron la decisión de transmitir lo que había sucedido con Stanley. Ese mismo día, asistí al velorio y entreviste a Bezares, su compañero de trabajo y amigo.

 

Hablando del 85… ¿qué te puedo decir? Ha sido el momento que más me ha marcado en la vida como profesional, también en lo personal. Pero como periodista fue un reto transmitir desde el teléfono de mi automóvil. Aunque es inexplicable lo que sentí al ver una gran parte de la ciudad destruida y al llegar a Televisa, se me llenaron los ojos de lágrimas. Me quedé pasmado… No sabía qué hacer. Era, más que un lugar de trabajo, mi segunda casa. La pasaba más ahí que en mi propia casa. En ese momento era irreconocible el lugar, era impactante ver lo que mis ojos vieron esa mañana. Muchas cosas se cruzaron por mi mente. Fue un día que representó un parteaguas en la vida de muchos incluyéndome, en la vida de México”. Finalizó con el rostro desencajado y la mirada perdida.

 

Me le quedé viendo fijamente y la pregunta salió por sí sola. Le pregunté acerca del 68. Me volteó a ver lentamente y sostuvimos la mirada un par de segundos.

 

“Nunca he hablado la verdad de ese día…”, dijo sin quitarme la mirada de encima. Se acercó a mí y en voz baja dijo, “Lo que voy a contarte no puede salir de aquí a menos de que algo me pase en los próximos días. Por eso te cité aquí, por eso me tardé en contestar tu solicitud de entrevista… Promételo.”

 

Sin pensarlo le dije que sí y le pregunté que si podía grabarlo, por lo menos su voz. Me lanzó un rotundo “no.”

 

Por respeto al periodista, seguí escuchando sin mover un solo dedo. Cuando terminó de hablar recibió una llamada telefónica. Se levantó, dejó un billete de 500 pesos, se despidió y se fue.

 

Al salir de El Torito no pude evitar tener la mente saturada de más preguntas de las que tenía antes del encuentro. Era un hecho que tendríamos que tener otra sesión. Tres días después, el 2 de julio de 2015, falleció.

(Ejercicio de entrevista narrativa histórica)

 

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