2019…La mañana es más sabia que la noche

 

Por: Armando Martínez Leal

@armandoleal71

La mañana es más sabia que la noche

Está a punto de terminar la segunda década del siglo XXI. La etapa finisecular que se vive es excepcionalmente larga. Los eventos que se han sucedido durante estas dos décadas, marcan el porvenir de aquello que verán las generaciones futuras. Los jóvenes de hoy serán mañana los adultos, los viejos sin futuro. El siglo XX, escribió el historiador ERIC HOBSBAWM concluyó hace tres décadas, con la caída del Muro de Berlín. El fracaso del socialismo real, sella singularmente los entresijos de nuestro tiempo, la supuesta muerte de las ideologías, los grandes relatos, la utopía y, la conjetura del triunfo del capitalismo —en su fase neoliberal— son el desahucio de nuestra existencia pretérita.

Bajo esta presunta orfandad ideológica, de fe, creencias, utopía y esperanza… llegamos al siglo XXI, con ideas apocalípticas propias de los tiempos. Cada fin de siglo la humanidad vaticina su extinción. La socióloga, ÁGNES HELLER, —fallecida el pasado 19 de julio—, señaló en su extensa obra, que la humanidad está obsesionada con el simulacro del Apocalipsis, la destrucción total, la tortura, una existencia con enormes sufrimientos, no son más que el remedo de aquello que se supone será el infierno. Un infierno que la Ilustración eliminó como camino para pagar las culpas. ¡Dios ha muerto!; sin embargo, la necesidad de sufrimiento permanece como una constante casi neurótica.

Las tres décadas que van del siglo XXI, en términos históricos, han sido de una enorme brutalidad. El 1 por ciento de la población concentra la riqueza del 82 por ciento. Los ricos son cada vez menos y más ricos; los pobres son cada vez más y su pauperización va in crecendo. La crisis ambiental vuelve inviable al planeta mismo, no sólo el reino antropocéntrico, sino a la naturaleza misma. Los glaciares se desmoronan por segundos, durante estas tres décadas se han extinguido la mayor cantidad de especies animales, estamos acabando con el agua y la tierra misma. El abuso de la tecnología y la ausencia de una ética de la misma, hace del futuro un espejismo sólo vislumbrable en los video juegos.

Las tres décadas del siglo XXI han implicado una revolución en la forma en que la humanidad se comunica, la masificación del Internet, acompañada de las redes sociales transformaron la forma de socialización, recreación, amor, odio… hasta llegar al paroxismo de inventar una realidad, que en nada se asemeja en los hechos al espacio de lo tangible, sino como un metarrelato de lo real, ha cobrado su propia racionalidad, legitimándose como una realidad por encima de lo real. Lo que acontece en las redes parece estar por encima de la experiencia táctil de un cuerpo, el cruce de una mirada, el aroma de un ser, la piel ha perdido toda su importancia en el beligerante inicio de siglo.

El llamado fin de las utopías, de los grandes relatos y la muerte de Dios han generado una orfandad en la humanidad que ha sido cubierta por la falsa fe en el consumo. Como agonía de Sísifo, la dinámica actual del consumo genera mercancías que son desechadas instantáneamente, debido a que su proceso de producción se ha acelerado de manera demencial, por ello es necesario producir gran cantidad de mercancías para consumidores específicos que instantáneamente desecharan los antiguos productos por nuevos, con el fin último de estar a la moda. La moda aquel fantasma identificado por CHARLES BAUDELAIRE es un asesino de la tradición —por tanto del pasado—, pero también marca el reino de lo transitorio. El humano consumista se vuelve transitorio, desechable en el instante mismo en que deja de consumir. La existencia en esta época no está marcada por la capacidad del hombre de transformar la naturaleza en bienes —su recreación humana diría Marx—. El viejo sueño utópico del siglo XIX ha muerto por una transmutación del individuo en la mercancía.

La transitoriedad de nuestro tiempo está marcada por la noción de temporalidad donde el pasado ya no importa, el futuro ha sido cancelado y el presente es ese terrible espacio de lo incierto. Los jóvenes de hoy viven en el reino de la transitoriedad, no piensan en le mañana porque ello les genera una enorme angustia; más allá de la neurosis que implica vivir, esta aquella que cancela el futuro.

En su penúltima película el director francés, François Ozon: Frantz (2016) nos plantea el quiebre del siglo XX, la primera guerra mundial y la experiencia que significó la apuesta a la destrucción por parte de la humanidad. Eliminar al otro fue la jugada con la que inicia la centuria pasada; sobre esa eliminación es necesario seguir reflexionando. Frantz es un joven francés que asesinó a su coterráneo alemán. Las generaciones se exterminaron entre sí, la locura es el espacio que media como ese mecanismo de sobrevivencia. La culpa de Frantz se vuelve el leitmotiv de la película, pero también de la época y sobre todo de la centuria. ¡Heredamos la locura!, ¡heredamos la culpa finisecular!

La tecnología fue puesta al servicio de la eliminación del OTRO, ahí las reflexiones de Albert Einstein sobre la paz y la bomba atómica… ahí Alain Resnais y su Hiroshima mon amour, donde Hiroshima dejó de ser ese espacio de lo posible para convertirse en el escenario de la barbarie, desde ahí apostaba Resnais, era posible recomponer al SER, desde el delirio del colaboracionismo y la sobrevivencia, desde el delirio del amor. Ozon y Resnais se hermanan en esa apuesta amorosa, en el fracaso de la apuesta amorosa. Porque el neoliberalismo canceló las apuestas en el justo instante en que el amor había pedido la partida. ¿No hay posibilidad de revancha?

El siglo XXI, inicia justo aquella tarde que describe: “In Zeiten des abnehmenden Lichts” (2018), la película del realizador alemán Matti Geschonneck, donde inundados en una profunda melancolía. los viejos comunistas ven sucumbir su mundo; cuando miles de familias había ya huido de las garras del autoritarismo, aquel día en que Wihelm Powileit cumplía noventa años, su joven nieto traicionaba el comunismo para irse al campo de la libertad: la República Federal Alemana. El muro caía, el 9 de noviembre de 1989, en sus postrimerías aparentemente Gorbachov derrumbaba el socialismo, con su Glásnost y Perestroika ilusoriamente se abrían el camino de la libertad.

Pero Geschonneck lo sabe, no se trataba solo de la libertad, sino de la posibilidad de reconstrucción de lo humano. Porque el régimen socialista estaba acabado, porque sus ciudadanos estaban acabados, porque el presente no era gloria sino una decadencia enmascarada en los rituales de la sinrazón. Esa es la sospecha con la que amanece el reconocido Camarada y militante del Partido Comunista, Wihelm Powileit que en su nonagenario cumpleaños —interpretado por el Bruno Ganz, fallecido en febrero de este año—, quien revisa minuciosamente sus reliquias, porque lo que queda del socialismo son reminiscencias, objetos sin sentido.

Hay tiempos donde guardas delicadamente en una caja tus recuerdos, recortes de periódicos, un reloj que te acompañó toda tu vida, monedas de tus viajes… las medallas de tu estar en el mundo. ¿Qué hacer con las viejas canciones?, con los antiguos rituales, con los honores que anualmente te rinden, con las flores que por docenas te llevan, en señal de homenaje… ¡Llevarlas al cementerio!, ¡llevar la hierva al cementerio! respondes enérgicamente, al cementerio cuando hayas muerto. Sin embargo, la fila de funcionarios y camaradas para felicitarte es larga, el viejo besamanos, los antiguos rituales, de un mundo que se resiste a morir, el mundo de los viejos frente al de los jóvenes que huyen de las garras del autoritario régimen comunista, ese que en 1989 ya era solo rituales que encubrían la miseria de la existencia y la barbarie autoritaria. Era el tiempo de las luces menguantes, de la terrible oscuridad de se proyectaba sobre el futuro; sobre el siglo XXI. ¡Apagad las luces, es necesario ver la oscuridad!

Después de la guerra nadie recordaba a los nazis. Después de la guerra nadie recordaba a Stalin. Hoy nadie recuerda… porque el recuerdo es una bisutería que va a parar a la caja de los desechos. La libertad parece condicionar nuestra existencia pretérita. Vivimos el reino de la libertad pero sin imaginación, se trata de una no-libertad, de la negación de lo humano y la salvaguarda del consumo. El reino del dinero. La ideología de los sin-ideología; la humanidad sin empatía y capacidad amorosa.

Hay un cruce de caminos entre François Ozon, Alain Resnais y Matti Geschonneck… los tres convergen en una reflexión sobre el pasado, entres tiempos que marcan nuestro presente: la primera guerra mundial, la segunda y su bomba atómica y el fracaso del socialismo real, presenciamos el pasado del pasado,presenciamos el amor que es pasado, presenciamos lo humano como ese espacio de la memoria; porque es en la memoria, en los recuerdos donde está grabada la auténtica medida de la existencia, la verdad última no está en nuestra capacidad de consumo: ¡Money, money, money…! sino en la alteridad, En el ACONTECIMIENTO que implica necesariamente el desconocimiento. Hay de aquellos que siguan apostando al olvido, porque ese monstruo acabará devorándonos. Yo quería olvidar, yo quería que todos olvidáramos, olvidáramos todo. Yo quería no recordar, no saber de nada de lo que ocurrió, de aquello que vi… pero no es posible olvidar, porqué el olvido nos alcanzó.

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