15/S: Un Grito de Independencia anormal en un año anormal

Por Argel Jiménez 

La tarde-noche tiene un clima nublado. El cielo gris presagia una fuerte lluvia en el Centro Histórico de la Ciudad de México. Durante el transcurso del día fue escaso el cielo despejado. El transporte público fue insuficiente y varios mercados tuvieron poca afluencia. Difícilmente algún comerciante se dio el lujo de cerrar después de pasar varios meses sin poder abrir por la pandemia. 

Es el 15 de septiembre del 2020. Día atípico para un año que resulta igual. Los usuarios del Metro en la Línea 2, la “Azul”, sólo resultan ser obreros, albañiles y oficinistas, quienes cargan sus mochilas de diferentes tamaños. 

Hoy no hay familias enteras vestidas con algún adorno alusivo a las fiestas patrias (moños, pestañas tricolores, pines o corbatas tricolores) para ir a festejar a alguna casa, ni jóvenes que se disponen a pasar la noche del grito con otros de su edad. Tampoco hay en los vagones del Metro vendedores que, con sus bocinas a todo volumen, ofertan el repertorio de siempre; las canciones con mariachi que nos “refuerzan” nuestra identidad musical. 

El gobierno de la CDMX prohibió por la pandemia del coronavirus cualquier festejo masivo en lugares públicos que, al parecer, la población ha tomado en serio. 

Entre la Avenida Izazaga y Calle Pino Suárez, en donde se encuentra la estación del metro con el nombre de esta última, el acceso está vetado a las personas que pretendan llegar a la plancha del Zócalo. Los granaderos, con escudo en mano y alguno que otro extintor –entre ellos y una valla metálica–, inhiben a cualquiera que pretenda desafiar a la autoridad. 

El aire frío se hace presente y sólo queda taparse el cuerpo con alguna sudadera o chamarra. El camino hacia Eje Central Lázaro Cárdenas, por Izazaga, se hace bajo negocios cerrados y poca luz que proporcionan las farolas de la calle. Cobijadas bajo la tenue luz, tres sexo-servidoras regordetas esperan afuera de un hotel de la avenida, algún cliente que quiera dar “el otro grito”, el del placer en la intimidad. 

Por las calles que cruzan Izazaga se encuentran policías que impiden el paso en dirección al primer cuadro del Centro Histórico. Las pocas personas caminan rápido entre penumbras y cuetes que tiran cerca. 

La llegada a Eje Central Lázaro Cárdenas se distingue por la buena iluminación. El pasar de los carros es más frecuente. Los negocios igual lucen cerrados. En las entradas de varios de ellos se encuentran personas en situación de calle que se buscan resguardarse del frío entre cartones y cobijas sucias. Varios de ellos, con el puño cerrado, protegen el papel mojado con algún solvente que inhalan profundamente. Otros, con la mirada perdida, recuerdan tiempos idos o sueños futuros. 

La afluencia de personas es poca. Sobre las calles que cruzan lo que entonces fue la Calle de Niño Perdido –en donde también hay granaderos que impiden el paso hacia Palacio Nacional–, algunos de las personas en situación de calle compran atole o tamales a un joven en un triciclo. Acuden a ese punto como en hipnosis por el peculiar carraspeo de un altavoz herrumbroso: “Ya llegaron sus ricos y deliciosos tamales oaxaqueños, acérquese y pida sus tamales oaxaqueños…”.  

El único negocio abierto es la churrería El Moro, que está a mucho más del 30 por ciento de la capacidad permitida por las autoridades.  

A esa altura, el reloj de la Torre Latinoamericana marca las 8:47 pm. Unos metros más adelante, una joven indígena habla por celular en su lengua materna. Lo hace de manera fuerte y alegre. A lado de ella, unas charolas de cartón con cascarones de huevos rellenos de harina esperan a ser vendidos para una mejor ocasión. 

Sobre la calle peatonal de Madero igual luce una fila de policías. Tres familias sentadas al pie de la Torre Latino están a la expectativa de a qué hora llegará más gente para celebrar el Grito. 

Los puestos de banderas, moños, bigotes, playeras y demás objetos patrios, que se encuentran por toda la Avenida Juárez, lucen desolados. Las pocas personas que se encuentran por la zona se optan por la tranquilidad de las bancas en la Alameda Central, platicando o echando novio. 

En uno de esos puestos, el joven Martín comenta que “desde la tarde ha estado igual de flojo, pero por lo menos salió algo. Yo creo que más tarde va estar igual. Temprano nos dijeron que vendría una marcha del feminismo, y pensábamos quitarnos por miedo a que hubiera violencia, pero nos la juagamos y gracias a dios no pasó nada”.  

Otros puesteros aguardan en silencio con sus banderas enrolladas y cubiertas con bolsas de plástico. Los que traen niños juegan con ellos o prenden alguna lucecita de pirotecnia. 

El ambiente también es desierto en el Monumento a la Revolución, que es iluminado con los con los colores de la bandera. La gente se toma fotos con la enorme estructura de concreto. Varios de ellos vienen de otros estados de la República Mexicana. 

Es el caso de una familia del estado de Sinaloa que esperaba ver algarabía. “Mmmmm… Está agüitado, mejor vamos a cenar, ¿habrá pozole a donde fuimos a comer en la tarde?”, se preguntan y caminan rumbo a Avenida de los Insurgentes. 

A los puestos de comida, de diademas y varitas con luces, nadie les hace caso. Una señora que vende chicharrones en una carriola le dice molesta a otra señora que vende esquites: “Ves, nos hubiéramos ido desde la tarde”. Luego emprende la huida en dirección al Metro Revolución. 

La lluvia perdonó y no mojó a los intrépidos que desafiaron a las autoridades y al Covid-19. En punto de las 11:00 pm un grupo de ciudadanos da el Grito en las inmediaciones de la Calle Madero. 

Los demás, desde sus casas, esperarán una antigua normalidad que, dicen, “nunca volverá”.  

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