En 1994, la irrupción del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) fue uno de los sucesos más sorpresivos y relevantes del fin del siglo. Inmediatamente se convirtió en una divisa nacional e internacional de lucha y resistencia.
En 1992 la publicación del libro El fin de la historia, del filósofo Francis Fukuyama, marcaba el tono y el desencanto filosófico e histórico de la época.
El levantamiento del zapatismo puso en tela de juicio esta pesadumbre de los tiempos con su explosiva aparición a contracorriente, o mejor dicho, con la exigencia de fuego y palabra de ocupar un lugar legítimo en la historia, su lugar.
Con nuevas y viejas formas de lucha, de organización y de resistencia, los zapatistas alzaron el puño y la voz y plantearon otras formas alternativas de convivencia y otros mundos posibles.
En un comunicado memorable del 18 de enero de 1994, el Subcomandante Marcosexponía la indignación y las razones del alzamiento zapatista:
¿De qué nos van a perdonar? ¿De qué tenemos que pedir perdón?… ¿De no morirnos de hambre? ¿De que no callamos en nuestra miseria? ¿De no haber aceptado humildemente la gigantesca carga histórica de desprecio y abandono?…
¿Quién tiene que pedir perdón y quién puede otorgarlo? ¿Nuestros muertos, tan mayoritariamente muertos, tan democráticamente muertos de pena porque nadie hacía nada, porque todos los muertos, nuestros muertos, se iban así nomás, sin que nadie llevara la cuenta, sin que nadie dijera, por fin, el ¡YA BASTA!?
La palabra y la máscara de los zapatista se convirtieron en un potente símbolo de rebeldía y de algo más: la posibilidad de la construcción de políticas de vidas incluyentes y democráticas; la articulación e inclusión de sabidurías y tradiciones ancestrales enterradas y negadas, violentadas o invisibilizadas.
La voz de los pueblos originarios se escuchó con fuerza novedosa y diamantina.
A 25 años del levantamiento zapatista, la trayectoria del movimiento ha tenido distintos momentos y enseñanzas: del fuego de las armas a la palabra y el discurso político, a la defensa del territorio y la construcción de territorios autónomos, a las prácticas autogestivas.
Hoy estas experiencias buscan convertirse en derechos universales que salvaguarden a toda lengua y respeten las tradiciones y culturas y saberes; asimismo, alientan los usos responsables de los recursos naturales y la posibilidad de una vida digna para todos.
Es un trabajo arduo y cotidiano en prácticas inmediatas y de largo plazo en Municipios Autónomos Rebeldes Zapatistas (MAREZ) para hacer posible la máxima política de todos los tiempos: gobernarse por sí mismos.
La historia zapatista continua. La construcción de espacios como “ConCiencias” y “Compartes”, y foros de pensamiento como “Prohibido Pensar”, son posibilidades vitales en la construcción de pensamiento, reflexión e imaginación indispensables en los tiempos ominosos que vivimos. Al movimiento zapatistas también le debemos la histórica candidatura de la primera mujer indígena a la Presidencia de la República Mexicana.
La historia de agravios y vejaciones de más de quinientos años está viva y de múltiples muestras de resistencia y utopías como señalara el historiador Antonio García de León. El movimiento zapatistas, hito en la historia contemporánea, ha marcado un renovado lenguaje y una fuerza política que avizora la esperanza.
Al zapatismo también le debemos, entre otras muchas cosas, un modo de mirar el horizonte. Como diría el “el viejo Antonio”, al contemplar la estrella zapatista en lo alto:
Una estrella mide lo que está lejos; una mano —forma humana de la estrella— mide lo que está cerca para llegar lejos.
La sesión estuvo a cargo de Argelia Guerrero, Zenia Yébenes, Raúl Romero y Gilberto López Rivas. Todos ellos son estudiosos y comprometidos activistas que trabajan, escriben, sueñan y piensan por un mundo mejor, y se llevó a cabo el miércoles 30 de octubre en el aula magna del Plantel Del Valle de la Universidad Autónoma de la Ciudad de México (UACM).