Por Irma Ramírez. Escucho cómo sus pasos rompen el silencio de la noche. Un grito agudo y prolongado estalla en mis oídos. ¡Ay, mis hijos! Su voz me oprime el corazón. Sus largos cabellos ondean al viento, y una mueca de dolor le transforma el rostro. ¡Ay, mis hijos! Es una mujer muerta de miedo, víctima del terror y la inequidad de su época. Una vida de maltrato y abandono la acercó a la locura. Su voz retumba en todas partes y se ha hecho eco en las paredes del…