Sí, sí hay narcoterrorismo en México, nació en Michoacán y opera desde hace más de 20 años

Por J. Jesús Lemus/Zenzontle400

El debate nacional que se ha comenzado a dar sobre si se deben considerar o no a los grupos del narcotráfico mexicano como terroristas, está fuera de lugar. Los grupos del narcotráfico mexicano vienen operado con tácticas terroristas desde hace más de una década. Es una modalidad que fue implantada por el cartel del Golfo cuando comenzó a utilizar al grupo de los Zetas como brazo ejecutor en su lucha por expandirse más allá de Tamaulipas.

Que hoy se quiera utilizar este debate, como mero asunto de distracción social o como el pretexto del gobierno de Estados Unidos para mantener una mayor injerencia en los asuntos de los mexicanos, es otra cosa. Pero al día de hoy ninguno de los carteles de las drogas que operan en el país está alejados de las tácticas y estrategias que utilizan los grupos terroristas en cualquier parte de mundo.

Los actos de terror que comenzaron a ejecutar los grupos del crimen organizado, que vieron en la exhibición sanguinaria y pública el conducto para ganar presencia a costa del ánimo de miedo de la población, es un hecho que ha venido en aumento, el que tal vez la sociedad mexicana ya no lo percibe como tal debido a la normalización de la violencia, en donde mucho han contribuido los medios de comunicación.

Cuatro Carteles Utilizan el Terror

Aun cuando todos los grupos del narcotráfico que operan en México, a la fecha emplean técnicas de terror para demostrar su superioridad a los carteles contrarios, pero sobre todo para mantener un estatus de respeto entre la población, son cuatro los principales carteles que sin lugar a duda pueden alcanzar la clasificación de grupos narcoterroristas: El Cartel del Golfo, el Cartel de los Zetas, El Cartel Jalisco Nueva Generación y el Cartel de los Caballeros Templarios.

En estos cuatro grupos criminales –que mantienen la mayor atención del gobierno federal- es donde más se acentúa, a manera de mensajes públicos de su supremacía violenta, el desmembramiento de sus víctimas, ejecuciones sanguinarias y públicas, uso de explosivos, mensajes de decapitaciones a través de las redes sociales, pero sobre todo un desafío permanente al Estado.

El terrorismo como herramienta del narcotráfico fue implementado en nuestro país por parte de Heriberto Lazcano, el Lazca o el Z-3, que en el 2002 arribó a Michoacán comandando el grupo de los Zetas, integrado en su mayoría eran ex integrantes del Grupo Aeromóvil de Fuerzas Especiales del Ejército mexicano, todos formados por militares israelíes y estadounidenses, especializados en el combate a movimientos insurgentes.

Los Zetas, los Padres del Narcoterrorismo

Los Zetas aplicaron una táctica de terror no solo para someter a los grupos del narcotráfico michoacano sino para hacerse respetar entre la sociedad civil –en busca de su lealtad- a la que despojaron de sus propiedades como botín de guerra, tal como lo instruyó en entonces líder del Cartel del Golfo Osiel Cárdenas Guillén.

Bajo el principio del uso del miedo, los Zetas se apropiarían de todos los bienes requisados a sus víctimas. A los ex militares se les garantizó libertad para extorsionar, secuestrar, robar, violar y matar a la población que no se ajustara a su disciplina de mando. La delincuencia común no organizada, dedicada al robo de autos, asaltos, trata de personas, prostitución y narcomenudeo, pronto tuvo que someterse a las disposiciones de los Zetas, que comenzaron por aplicar el cobro de piso y las cuotas para permitir el ejercicio de actividades ilícitas.

Los que se negaron a pagar las cuotas establecidas fueron los primeros en aparecer decapitados al lado de leyendas escritas en cartulinas, con errores ortográficos deliberados, que a través de su réplica en los medios locales de comunicación daban cuenta del nuevo orden de gobierno en Michoacán.

La Familia Michoacana, lo Perfeccionó

Fue ese código de terror y sangre el que también aplicó posteriormente la Familia Michoacana para lograr la expulsión de los Zetas. El hecho quedó marcado cuando el 6 de septiembre de 2006, en la pista de baile de un centro nocturno de Uruapan, rodaron seis cabezas de ex integrantes de la Familia que se habían pasado al bando de los Zetas, como preludio del baño de sangre que se avecinaba. Las decapitaciones que continuaron, en su mayoría fueron de michoacanos que decidieron sumarse al brazo armado del cártel del Golfo.

El acto más escandaloso de terror contra la población para alcanzar el objetivo de la supremacía entre los grupos dedicados al narcotráfico fue el que se registró la noche del 15 de septiembre de 2008, cuando desconocidos —presuntamente miembros de los Zetas— lanzaron granadas a los civiles que participaban en los festejos conmemorativos de la Independencia de México, en Morelia.

Las explosiones causaron la muerte de ocho personas y heridas a más de cien. Los detenidos por ese atentado, todos capturados por miembros de la Familia Michoacana, que actuó como órgano procurador de justicia durante el periodo de gobierno del perredista Leonel Godoy Rangel, quedaron finalmente exonerados y en libertad al reconocerse que no fue la Federación ni los organismos policiales del estado los que hicieron la captura de los acusados.

La táctica de terror fue afinada posteriormente por el jefe del Cartel de los Caballeros Templarios, Nazario Moreno González, El Chayo, El Doctor o El Más Loco, el que agregó un elemento ideológico y de disciplina a la formación de cuadros militantes a fin de radicalizar el sentido de pertenencia al grupo criminal de Los Caballeros Templarios.

Las Iniciaciones de Nazario Moreno

Esta radicalización se fundó en los actos de iniciación que a manera de rito se inició en los grupos de Los Caballeros Templarios, donde se comenzó a practicar la pena de muerte para aquellos miembros del cartel que no se sujetaban a las normas de disciplina y compromiso a que obligaba la partencia al cartel.

Las penas de muerte ordenadas en los juicios internos y sumarios de la organización criminal de Nazario Moreno eran ejecutadas por los nuevos miembros que se sumaban al grupo; por un lado constituían actos de aplicación de justicia y por otro eran ritos de iniciación como pruebas de obediencia. El sentenciado era colocado contra la pared, en una especie de paredón; el iniciado lo ejecutaba a balazos a quemarropa.

Junto con la prueba de obediencia se aplicaba una de valentía, que consistía en mirar fijamente el rostro de la víctima, sin cerrar los ojos al momento de las detonaciones. A las de valor y obediencia se sumaba también la prueba de paciencia. Todos los que ingresaban a la célula de Nazario Moreno eran llevados a un campamento ubicado en las montañas de Apatzingán.

Al iniciado se le obligaba a estar en oración y meditación durante 24 horas, tiempo en el que no recibía alimentación, solamente podía beber agua. Luego, ante el propio Nazario Moreno hacía un juramento en el que renunciaba al consumo de drogas y alcohol; la renuncia al sexo y al placer del buen comer era opcional.

El iniciado hacía también un juramento de lealtad a Nazario Moreno, además de ofrecer acercarse a Dios y servir a sus prójimos y a las personas más necesitadas de la comunidad. Especial mención merece el juramento de lealtad y defensa del suelo michoacano. Después del juramento que se hacía frente a Nazario Moreno y en presencia de todos los ya iniciados, el nuevo miembro era enterrado de pie: sólo salía de la tierra su cabeza.

Por lo general, las ceremonias de iniciación eran de noche; los enterrados permanecían así por espacio de 24 horas, “muriendo para renacer a una nueva vida”. Al término del plazo eran sacados del foso y dotados de ropa y armas, asumidos como miembros de la Hermandad de los Caballeros Templarios.

Aun cuando al principio los ritos de iniciación se daban en campamentos establecidos en las montañas, Nazario Moreno mandó construir una finca donde se hicieran las ceremonias: entre los límites de Apatzingán y Tumbiscatío, a la orilla de las veintitrés casas que tiene la población de Guanajuatillo, donde él nació, ordenó el levantamiento de su fortaleza. El rancho, con rodeo, palenque y amplias y lujosas habitaciones, tenía un área destinada al rito iniciático. El nombre de la casona en sí ya denotaba el sentido místico del lugar: la Fortaleza de Anunnaki.

Allí, en la Fortaleza de Anunnaki, en pleno corazón de la Tierra Caliente de Michoacán, es donde nació formalmente el narcoterrorismo, del que ahora se debate si existe o no en nuestro país, y si este pudiera ser motivo de una atención “especial” por parte del gobierno de Estados Unidos para proteger los intereses de los norteamericanos en suelo mexicano.

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