Foto: Mónica Loya Ramírez
Con la siguiente historia iniciamos los relatos del segundo piso del edificio del Metro Revolución. Esta historia en especial tiene fecha y hora. Manolo, con más de 20 años de laborar en el Metro, es nuestro testigo de un hecho que le orilló a pedir un cambio de turno.
Viernes 27 de diciembre del 2013. Manolo laboraba por las tardes y en ocasiones hasta tiempo extra. Finales del 2013. Un mes y una fecha que jamás podrá olvidar.
A diferencia de las otras historias, él escribió en su muro de Facebook lo que le había ocurrido; inmediatamente después del suceso se retiró de su área de trabajo.
Una noche de invierno capitalino, fría y con aire. Una jornada a punto de terminar; el piso casi vacío por ser época de vacaciones de fin de año. Manolo se encontraba como todas las tardes-noches en su escritorio trabajando arduamente en las estadísticas de fin de año del departamento donde labora.
Por su cabeza no pasaban las historias antes relatadas, mucho menos había sido testigo de algún hecho inexplicable hasta ese 27 de diciembre del 2013. Conocía las historias, como casi todos los que trabajan en el edificio del Metro Revolución, pero esa noche lo que le urgía era terminar las estadísticas para poderse retirar a descansar a su casa.
La oficina de Manolo está ubicada junto a las escaleras de emergencia. Parece pecera, por estar hecha casi en su totalidad de cristales. Tiene una vista total del piso. Entra, sale, recoge impresiones, las revisa y acomoda para hacer su carpeta.
Un hecho extraño es que empezó a sentir que la temperatura disminuía, tal vez normal por la hora: 22:15. La puerta de emergencia estaba cerrada, las ventanas también. No le tomó mucha importancia. Enfrente de su escritorio había una silla secretarial. Algo le distrajo de su labor.
Como si la acción tuviera imán, sus ojos fijan su mirada en la silla. No da crédito a lo que está sucediendo. No lo cree. Sin presencia alguna, el asiento de la silla, que ahora hule a espuma, se empieza a sumir como si alguien se sentara. Toma la forma, el asiento, de un ser que necesitaba descansar o a lo mejor de que notara su presencia.
Impactado, quiere compartir su experiencia y la deja plasmada en Facebook. Inmediatamente y sin decir adiós, abandona su oficina. Hoy platica la historia como una anécdota, pero sigue sintiendo el mismo terror de aquel viernes 27 de diciembre del 2013.