“¿Por qué seguimos siendo amigos?”

Por Miguel Ángel Sosa Arzate

Foto: Edgar López

La noche suele ser idónea para algunas cosas, esas que resaltan más a la luz de la luna. Así como el silencio es una de sus peculiaridades, las buenas charlas también lo son.

Llevo poco más de dos meses habitando mi nuevo espacio en la casa donde he vivido mis 25 años. El balcón no había sido más que el lugar del asomo a mirar lo cotidiano, lo típico, y aunque la vista no es espectacular, casas y gente, la noche siempre lo es, y más aún cuando las palabras también la componen.

–¿Qué pedo chango? ¡Ábreme! ¿O me piensas dejar aquí toda la noche? ¡Mira lo que traigo!- me mostró Pablo sonriendo un par de bolsas ziploc donde suelen guardar la cannabis que compra. Bajé a recibirlo y me preguntó:

–¿A qué hora te fuiste de la escuela?- a lo que enseguida respondí: “Te esperé hasta las diez pero como vi que no llegabas ya me vine”.

Pablo es un gran amigo que conocí en la prepa y con quien he tenido de las mejores conversaciones de mi vida. Él lleva fumando menos tiempo que yo, y contrario a lo que digan y opinen las demás personas, nos hemos vuelto compañeros de aventuras, de debralles  y locuras; siempre lo hemos sido, pero recientemente hemos debatido sobre muchos temas y descubierto que a pesar de los largos periodos sin vernos, nuestra amistad es sólida y duradera, pero sobre todo que las y los buenos amigos son como las estrellas en la ciudad, cada vez menos pero siempre titilantes.

–¿Qué? ¿Armamos un porrito?– cuestionó con el ansia que muestra un niño para comer un dulce.

–Simón mano vamos a echárnoslo– le contesté mientras en mi cabeza recordaba que me había prometido no fumar entre semana porque duermo muy tarde. Pero anoche, el balcón y su compañía, la Luna y la hierba, amalgamaron una velada sin igual, necesitaba sacar algo más revuelto que el huevo de mi desayuno, más profundo que el negro manto que nos cubría y más confuso que tratar de definir lo oscuro.

La Luna hizo lo suyo, alumbró lo suficiente para limpiar la planta y una vez terminado el pequeño cigarro de tranquilidad delirante y tras el primer contacto con mi boca, Mary Jane también hizo lo suyo. Las palabras afloraron y surgieron desinhibidas,  francas y fluidas.

–¿Recuerdas que me contaste hace poco que te habías enterado que la opinión que tenían de ti en la prepa no era la que tú creías?- Le inquirí sin mirarlo a los ojos, rompiendo esa regla fundamental del periodismo de siempre observar a tu entrevistado.

–Sí, lo recuerdo- me dijo.

–¿Qué sientes de haber vivido hasta ahora creyendo que pensaban otras cosas sobre ti?- le reviré con la idea de una plática que amenazaba con extenderse.

–Es raro, al principio me saqué de onda pero con el paso de los días me di cuenta que no importaba mucho, ahora le doy más importancia a lo que yo pienso de mí- comentó después de exhalar el humo que caracteriza a una locomotora que solo encuentra dicha en sus viajes inusitados, como ese precisamente.

–¿Consideras que la manera en que la gente habla de ti y se forja una idea de tu persona sea una de las peores formas de faltarte al respeto?

–Sí claro, muchas veces no saben bien quiénes somos y a veces ni quieren saberlo, pero no es tan grave al final porque siempre habrá algunos que te conozcan bien y mejor y se darán cuenta que lo que se dice de ti no es cierto.

–Recuerdo claramente en la prepa que en un cierto punto ya no cuadraba entre los que nos juntábamos. ¿Tú consideras que yo haya hecho algo malo? ¿Crees que el hecho de que se pierdan amistades sea siempre culpa de uno?

–No– alcancé a oír todavía sin voltear y junto con la palabra los tosidos de una rasposa fumada. “Yo estaba con Diana y por eso no me decían nada, pero tú no echabas desmadre como ellos, y si eso no lo entendieron o lo tomaron a mal, quizá porque tú no querías o tenías otras cosas en mente, pues no es problema tuyo”

Volvió el porro a mis manos y sin quitar la vista de la Luna recargué baterías dándome “las tres” para volver a retomar la conversación:

–¿Qué es para ti la amistad? ¿Por qué seguimos siendo amigos?- insistí en el mismo sentido de la plática, quizá porque me estaba haciendo bien o porque necesitaba una entrevista para mi tarea.

–A mí me caes a toda madre, no siempre pensamos igual o queremos lo mismo, no siempre nos vemos pero cuando es así me late de lo que platicamos, eres alguien con quien puedo echar desmadre, cotorrear a gusto y también platicar y desahogarme, sé que puedo contar contigo-.

–Creo que me pido mucho para tratar de ser un buen amigo y que quiero tener muchas amistades pero no me pongo a pensar que quizá no todos piensan igual que yo con respecto a ser realmente un amigo, ¿Cómo ves eso? ¿Qué opinas?

–Le das mucha importancia mano, para empezar sí, no todas las personas piensan igual de una amistad o entienden lo mismo por una amistad, para ser amigos no es necesario que siempre te contemplen o verte siempre, basta con que un día digas hoy se me antojó ver al Miguelón. Pero si no se puede no te clavas, no debes darle mucha importancia a lo que piensen de ti, ve yo, pensé que era el tierno y resulta que no, y que bueno porque la neta no lo soy (risas) pero para mí un amigo es alguien como tú, que sabes qué pedo conmigo y me aguantas porque también de eso se trata de la amistad, de aceptar a la persona tal y como es.

Decidí quedarme con esa respuesta de quien ha demostrado ser un amigo como debe serlo, y no con base en un estereotipo o preconcepto de modo de comportamiento y características, pero sí como aquel que suele decirte que te relajes mientras te vuelve a pasar el porro, y toda la buena vibra que la noche y las palabras te pueden brindar.

Tuvieron lugar unos cuantos comentarios más y luego nos perdimos con la música que suele acompañar nuestras extrañas veladas.

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