Reflexiones del espíritu armamentístico estadounidense

Por Víctor Del Real Muñoz

Resulta bastante fácil condenar desde el extranjero las implicaciones éticas de la libre venta de armas en los Estados Unidos, y claro, pues a veces resulta increíble, extraño, aterrador, angustiante y tétrico (por donde se le quiera apreciar al volumen de este problema) que en aquel país comprar un arma sea tan sencillo como quien va a la agencia a sacar un auto, o la simple compra de un artilugio caro, como el adquirir una joya, por ejemplo.

Usted debe saber que, en los Estados Unidos con un simple papeleo y la comprobación de la falta de antecedentes penales, y por supuesto, con plena identificación nacional, cualquiera puede comprar un arma, incluso de grueso calibre. Y cuando le digo a usted que cualquiera lo puede hacer, le puedo asegurar que no intento ser excluyente, pero en efecto, es importante precisarlo, cualquiera en su rol de ciudadano común lo puede hacer.

¿Cómo regular el espíritu agresivo de un pueblo que desde su fundación se constituyó junto a las armas y el despojo? ¿Cómo romper la línea histórica que define la razón de ser de Estados Unidos, si parte de su conformación como País y proyecto de nación dominante es gracias a la guerra y la sangre?

No exagero al plantear que parte de la cultura moderna de aquel país, o por lo menos aquella que intentan venderle al mundo como rasgo de actualidad, modernidad, avance, progreso, leyes saludables, vida democrática, valores de consumo, slogans culturales, entre otros, tiene que ver con la huella que la guerra, las armas, el manejo de artillería, las intervenciones y el derrotero estadounidense de la ocupación y el despojo.

Todos estos factores en suma asumen como carta cotidiana de la agenda prioritaria del Gobierno de Estados Unidos, aunque parezca irónico.

Ahora, ¿cuáles son las implicaciones económicas?, desde luego que el sector armamentístico es quizás uno de los pilares que garantizan el funcionamiento de la dinámica industrial de los Estados Unidos, aquella a la que el Presidente Trump pretende devolverle el espíritu de pujanza y progreso, aquel que, en el discurso de lo meramente estadounidense, defiende el valor agregado adherido a la fabricación desde el contexto nacional.

Se tienen dos vertientes de este armamentismo, aquel tanto para la exportación (motivo por los cuales hay guerras e intervenciones donde “extrañamente” colabora Estados Unidos con una “agenda permanente por la paz”), así como los enclaves de delincuencia del mundo que compran suministros de armas a Estados Unidos y luego “otra vez extrañamente” el gobierno norteamericano emprende una “agenda de seguridad para combatirlos”.

La pregunta a sugerir es la siguiente: ¿un simple cambio de espíritu, en pro de la paz, la armonía y el sano convivio entre convicciones ciudadanas alcanza para revertir el sello específico de todo lo que engloba el mercado de armas en Estados Unidos? ¿La dinámica de uno de los mercados más grandes, oscuros, antihumanos y criminales de este planeta se cambia con consignas de paz?

¿Acaso no es posible pensar que parte de la lógica del sano desenvolvimiento del capitalismo como modo de producción es cubierta por la presencia y la garantía del funcionamiento de mercados negros, ilegales, criminales, indecentes y antiéticos como el de las armas?

Pienso que no basta con creer que el cambio regulativo, normativo, ciudadano y filosófico de las implicaciones de las armas alcanza para revertir un problema así, porque tengo la certeza, criticable y debatible por cierto, de que este tema, como el de la discriminación a las comunidades mexicanas, latinas en general en Estados Unidos, las externalidades de la migración, el narcotráfico, y todos los cánceres que dibujan este panorama de sufrimiento en el planeta, tienen que ver con la rueda de las contradicciones de este modelo de producción y distribución de bienes y servicios que demuestra, de forma progresiva y clara, signos de agotamiento y de falta de expectativas.

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