Niños en la indigencia marca CDMX

Por Yeseline Trejo Miranda

Las personas van y vienen, tienen cosas en la mente. Piensan quizá en lo geniales que son sus vidas o en si llegarán tarde al trabajo. Suelen estar estresados por el tráfico de esta gran ciudad. Algunos gritan por las ventanillas de sus autos “¡Muévete idiota!” “¡Qué no vez el semáforo!” “¡Estas ciego!” Otros hacen como si nada pasara y suben el volumen al estéreo.

Hay gente por todas partes. Las calles están repletas de tanta presencia humana y eso que apenas son las 11:30 de la mañana. Aquellos van con ese traje negro que llevan a diario a sus trabajos. Para quitar esa mala cara suelen recurrir diariamente a ese “café carero” que está en la esquina del Caballito.

Viven en una burbuja. A la mayoría no les importa lo que hay a su alrededor. Los ven y nadie hace nada. Están en todas partes. No tienen casa y quizá no tienen una familia y mucho menos un hogar. La gente los mira con odio, con miedo. Cuando se acercan mucho, las personas de traje caminan más rápido, las mujeres bonitas gritan, hacen muecas y huyen velozmente del lugar.

¿Qué pasa con esta sociedad? Ellos piden ayudan. Gritan por dentro. Tienen la mirada triste. Sólo quieren llevar algo a la boca. ¿Qué pasa con la sociedad mexicana? ¿Por qué el rechazo? Ser rico o ser pobre hoy en día marca una diferencia. Hay una línea de superioridad. Todos los rechazan.

Algunos estiran la mano, piden una moneda para poder comprar algo y tener fuerzas para el día siguiente y hacer lo mismo, una y otra vez, hasta que la vida se les vaya. Es rutinario. Algunos huelen mal. Pero ¿quién no huele mal hoy en día? La gente que los humilla, los maltrata o simplemente se hace de vista ciega. Esa gente es la que más huele mal.

A veces Ramón, un indigente de edad indefinida, suele sentarse en las bancas de la Alameda Central. Pasa gran parte de su tiempo leyendo un libro de Gabriel García Márquez. Es el único libro que tiene, “Vivir para contarla”. La historia se la sabe de memoria, lleva dos años leyendo el mismo libro.

Niños dejan la escuela, esperan diariamente el color rojo del semáforo. Limpian parabrisas, venden chicles, tragan fuego y otros usan globos en las nalgas para hacer reír a los conductores. ¿Qué pasa con este país? Los niños deben ir a la escuela. Deben ser profesionistas, tener una infancia feliz. Los niños son el alma del mundo, su risa contagia y sus sueños hacen recordarle a la gente mayor que todo es posible.

Ya casi es 30 de abril, mejor conocido como El Día del Niño pero, ¿qué se festeja?, si la mayor parte de los niños están en la calle. Algunos no comen en días. Otros trabajan más de ocho horas. No se festeja nada. Se están perdiendo posibles mentes creativas. Posibles inventores de vacunas. Posibles escritores. Posibles doctores.

Como dice el músico Juan Carlos Calzada: “Los jóvenes han perdido la oportunidad de ir a las escuelas pero también las escuelas han perdido la oportunidad de tener a estos jóvenes”

Miles de personas transitan y caminan por las calles de la gran Ciudad de México. Todos tienen una historia, pero no puede ser peor que la de dormir en un parque o debajo de un puente. Simplemente no puede ser peor que tener que sobrevivir viviendo. ¿Eso es vida?

 

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