Mamá debió quedarse a ver los cambios

Por Gabriela Mora Rivero

 

Foto: Eréndira Negrete

 

Los espacios entre esas cuatro paredes parecían más chicos a las cinco de la mañana. Todos corriendo para alcanzar el camión de las seis. Gritos apresurados, la puerta del baño abriéndose y cerrándose mil veces, la radio sonando con las primeras noticias del día y mamá, la única persona con paz a esas horas, preparando el almuerzo para todos.

 

Nunca vi a nadie hacer con tanto amor un par de emparedados. El sonido de la cafetera de la esquina sacando vapor indicaba que ya era momento de servirlo. El aroma de los panes brincando del tostador, que era de la abuela, le abría el apetito a cualquiera en casa. Tenía todo listo para que en el momento más oportuno pudiéramos sentarnos juntos a desayunar antes de partir.

 

Verla deambular ahí tantas veces con tanto gusto y pasión es de lo más que puedo valorar. Ese era su sitio. Y no, no hablo de sexismo, hablo de amor. Los muebles naranjas, un color poco peculiar y su favorito. No sé por qué. Tan meticulosa y perfeccionista con el lugar que ocupaba cada objeto. Cucharones colgando en la pared para cogerlos más fácil al momento de cocinar en la estufa negra que todos los días lavaba. Siempre todo en orden.

 

Ese lugar que la vio tantas veces llorar y preocuparse porque era tarde y no llegábamos, pero también el que la vio sonreír otras tantas cada que le decíamos lo mucho que amábamos tus comidas, ahora parece haberse quedado sin alma.

 

Recuerdo verla sentada tantas veces en el primer banco negro del desayunador, bebiendo café mientras escuchaba todos los problemas que tenía, lo difícil que parecía la escuela y cuando mi corazón se rompía. Sus consejos, que siempre fueron los mejores, ahora no están.

 

Ya casi nadie se atreve a cocinar ahí, principalmente porque no estamos y, cuando estamos, no queremos que nada cambie del lugar que eligió por alguna razón. Se siente frío en casa. Ya no suena la cafetera ni el tostador. Mamá se fue, o se la llevaron, dicen los religiosos.

 

Hoy le cuento a mamá que papá cambió las ventanas por otras más grandes, porque le gustaba que la luz del sol entrara todas las mañanas. Pero ahora que no está no hay luz que alumbre lo suficiente. Mamá debió quedarse a verlo. Sé que le hubiera encantado disfrutarlo al despertar.

 

Lo demás sigue igual, el refrigerador grande y lleno como tanto amaba. Los platos acomodados del más grande al más chico para que ocuparan menos espacio. Todo siempre igual para mantener vivo su recuerdo y esencia aquí y en nuestros corazones.

 

No sé de destinos, pero estoy segura que mamá se adelantó muchísimo.

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