Los medios de comunicación, vehículos de interconexión y de influencia en el antiguo régimen conservador

Por Guillermo Torres

 

Existen dos perspectivas principales en relación con lo que los partidos consideran como el papel de los medios.

La primera estaría representada por el reconocimiento de su capacidad de influencia, y abarca un punto de vista positivo, en el que se da primacía al efecto benéfico de los medios, que se evidencia al definirlos como educadores o formadores de conciencias, aún si se preserva una idea de comunicación vertical, paternalista.

La otra negativa, de fuerza contaminadora de la identidad cultural o de poder de las sombras. Como el antiguo régimen se condujo en alianza con el oligopolio de los medios masivos.

La segunda perspectiva sitúa el papel de los medios en otro contexto, al definirlos como posibles vehículos de interconexión dentro de la sociedad, basando en ellos la vigencia de una comunicación horizontal.

Esta perspectiva está presente en las menciones a la preservación de la libertad de expresión y la pluralidad de opiniones, y aquellas que exigen que los medios se abran a las organizaciones sociales, que estarían dirigiéndose a dar voz a la población.

Papel democrático de los medios de comunicación en México y la prensa como complemento

En el México de principios del siglo XXI, puede deducirse una desazón no desprovista de impotencia. La eterna lucha del Sísifo mexicano por empujar hasta las alturas la roca de la democratización.

Parece que en México, más que en ninguna otra parte del mundo, la utilización de los medios masivos de comunicación para conseguir la gobernabilidad o la “legitimidad”, pero sobre todo para consumar de manera “consensual” el fraude de las elecciones, ha llegado prácticamente a institucionalizarse en una suerte de complejo propagandístico gubernamental que reúne – según una estrategia de denominación muy clara – a periódicos, canales de televisión y emisoras de radio, tanto de la iniciativa privada como del Estado.

En esta operación tan cotidiana como irrespetuosa y antidemocrática, por su beligerancia partidista y el no uso siempre legal de los recursos estatales, la Dirección de Comunicación Social de la Presidencia de la República cumple las funciones prácticas de un verdadero Ministerio de Propaganda.

Gracias a su funcionamiento monopólico como instrumento político en México, los medios han sido herramienta del Gobierno y de los grandes grupos empresariales para imponer a la mayoría las orientaciones necesarias enfocadas a perpetuar el poder en su estructura actual. El tema de nuestro tiempo, pues, es la propaganda, como nunca antes lo había sido, particularmente en México.

La propaganda quiere controlar el futuro inmediato y, si es posible a largo plazo. La propaganda aspira a programar el porvenir.

Lo que importa de la propaganda es la repetición, el efecto de conjunto: la impresión o imagen que desea dejar grabada en lectores, teleespectadores y radioescuchas. Sus operadores tienen que hacer el mayor ruido posible y el mayor número de veces para acallar los puntos de vista discordantes.

No tiene la menor importancia lo que diga uno u otro escritor en un periódico o revista. La verdad que prevalece es la que promueve el aparato propagandístico del Gobierno: la verdad del poder.

El trabajo de sus “analistas” consiste en ir construyendo el presente histórico. El pasado lo deja a los historiadores del régimen. Y cuando no pueden controlar totalmente a periódicos y medios audiovisuales (puesto que afortunadamente existen dos o tres periódicos, una o dos revistas, uno o dos programas de televisión que escapan a la “orientación” gubernamental), por lo menos intentan fijar la “agenda”, determinar según un sistema de inclusiones y exclusiones los temas de difusión y los elementos que les dan sentido: en este proceso oculto, lo que no se dice o se calla tiene importancia crucial ya que de su silenciamiento se pasa al olvido, la marginalidad, el aplastamiento.

No puede sobrevivir una democracia hasta que el poder de la TV no sea plenamente descubierto. También los enemigos de la democracia no son del todo concientes del poder de la TV. Pero cuando se conciencien totalmente de lo que pueden hacer, la emplearan en todas las formas, incluso en las situaciones más peligrosas. Entonces será demasiado tarde. 

Piénsese entonces, a partir de estas ideas en el papel que ha jugado Televisa y TV Azteca en la postergación de la democracia en México: en el mantenimiento del sistema del partido de Estado y en los fraudes electorales (el madruguete informativo, el hacer el vacío a la oposición, la cínica celebración de triunfos no comprobados), de las elecciones presidenciales, la de 1988 y la de 1994.

Una sociedad electronizada es así mucho más gobernable y manipulable que una sociedad alfabetizada. La masa razona menos si no lee. Por ello la propaganda es más eficaz a través de los medios electrónicos, que han promovido una suerte de analfabetismo regresivo que aleja al público de la cultura gráfica.

En un país donde se lee poco como en México – y en donde no se imprimen más de 3 millones de periódicos cada 24 horas en todo el territorio nacional- este efecto puede ser peor que en países con índices de lectura más elevados, sobre todo en lo que respecta a la propaganda. La gente aprende a leer y a escribir en la escuela, pero no practica la lectura. No practica la lectura. No sabe para qué se lee, para qué es la lectura ni cuál es su sentido.

Los nuevos analfabetos son aquellos para quienes los medios de comunicación son su único canal de formación y de cultura. Sólo saben de libros, obras de teatro, cine, exposiciones, museos, a través de interpósitas personas, no siempre muy bien articuladas: los locutores de la radio y la televisión que cada día, en su infinita ignorancia del castellano, trasladan connotaciones del inglés estadunidense al español que se habla y escribe en México. Su experiencia es más bien de una cultura virtual, no de la cultura viva, real.

Es cierto que el analfabetismo desaparece: también es cierto que hoy se lee en todo el mundo bastante menos que hace 50 años; en muchos países, entre ellos México, la lectura tiende a convertirse en una costumbre exótica o una excentricidad, la reliquia del pasado.

La imagen reina en nuestro mundo y lo que nos muestra son escenas de violencia y vulgares glorificaciones del éxito fácil.

El formidable efecto de los medios audiovisuales es ya un factor de empobrecimiento en su superficialidad narrativa (noticia y folletín dramatizado), la reproducción de clichés se incrementa.

Es cierto asimismo que el periodismo escrito ha ganado en los últimos tiempos mayor credibilidad. La palabra impresa sigue teniendo ese efecto ancestral en el inconsciente, en el sentido de permanecer como si fuera tallada – ya lo decía Horacio – en planchas de bronce.

Las imágenes son mucho más aptas para comunicar acciones o desbordamientos pasionales que razonamientos: la TV por ejemplo, ofrece formas como la expresividad no verbal, los gozos y las sombras del cuerpo a cuerpo, la catarata virtual y rítmica del videoclip, pero el periodismo escrito tiene el propósito de civilizar, contrapone a la sensación el pensamiento y la imagen subyugadora del sentido.

Viene de los enciclopedistas franceses del siglo XVIII o tal vez de las primeras imaginaciones políticas platónicas y aristotélicas: lo que debe prevalecer es el interés público, el bien común y por encima de los intereses particulares o de grupo.

Esa democratización de los medios audiovisuales e impresos en México, sólo sería posible si se eliminan los poderes oligopolítcos y monopolíticos en la propiedad de los medios, si se limita legalmente su excesiva subordinación a ciertos intereses políticos y comerciales, y si se consigue una legalidad – en aras de un Estado realmente existente en la práctica- que asegure su funcionamiento plural, equilibrado y constructivo.

Los medios, ante todo, consolidan la visión del México que no es, incitan a los imaginarios a que crean, contra toda evidencia, en la realidad de su mundo, en la solidez y la viabilidad de su proyecto. Los mensajes llegan más lejos, desbordan indudablemente las fronteras del México imaginario. Pero ¿qué piensa un tarahumara si mira un video clip?

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