Por Guillermo Torres Carreño
Foto: Edgar López (Archivo)
Parece que todo lo creado penosamente por los seres humanos, -desde la más remota antigüedad hasta la fecha-, hubiera envejecido, resultara periclitado o muerto o hubiera de ser sepultado o convertido en cenizas. Esta época ha entrado en la recta final de una carrera cuya meta desemboca en una crisis total, por supuesto globalizadora, enfilada hacia un punto de “no retorno” en que el desenlace sería una desintegración apocalíptica.
Todos estos síntomas habían venido siendo señalados, al menos en las últimas tres décadas por las inteligencias más lúcidas del planeta: desde Orwell y sus ominosos vaticinios, pasando por Marshall Mc Luhan y su “aldea global” hasta, ya en fechas más recientes, Humberto Eco, el británico Freeman Dyson, con su célebre libro “Trastornando al Universo”, Norberto Bobbio y, sobre todo, Noam Chomsky, crítico del poder imperial estadounidense, especialmente en su libro “Manufacturar la Aquiescencia” nos anticiparon lo que sucedería – nos sucedería a todos los humanos de continuar las tendencias autodestructivas – en este comienzo de siglo.
La palabra crisis proviene del verbo griego Crinoos, que quiere decir ‘conocer a través de’. Su aplicación derivó hacia el momento en que una enfermedad decide el desenlace: el paciente atraviesa ese punto y, o sana y se salva o muere. A ese instante ahora se le llama, con toda lógica, “punto crítico”. En el caso del fenómeno mundial que está sacudiendo a todas las conciencias, el punto crítico no solo ha llegado, sino que está convulsionándolo todo:
Están en crisis las ideologías y, consecuentemente, los sistemas políticos y los partidos. Se encuentran en plena crisis los valores espirituales y, por consecuencia, los credos religiosos y las iglesias. Entraron, en total inoperancia, las economías: desde las teorías de Adam Smith y David Ricardo, o bien sus antecesores William Petty, John Locke y David Hume, hasta llegar a John Maynard Keynes con su “Teoría General de la Ocupación, el Interés y el Dinero”; para rematar con las proposiciones delirantes de Milton Friedman y los “Chicago Boys”. Por supuesto, mostraron su absoluta vulnerabilidad sistemas económicos como el modelo soviético del socialismo y el capital del neoliberalismo.
Las filosofías desde Aristóteles y Platón, todo se reduce a especulaciones sobre estas dos grandes corrientes. Está en crisis la palabra, con varias manifestaciones: el ataque despiadado al idioma con sus tres engendros: la inutilidad de las academias, la desinformación y el lenguaje enmascarado, que con el pretexto de que sea políticamente correcto no dice lo que parece implicar.
O sea que la sacudida que recorre todo el orbe ha puesto en crisis desde las infraestructuras más elementales hasta las superestructuras que hacen culminar toda cultura. Así han entrado en un periodo de agonía conceptos como libertad, independencia, territorialidad y soberanía. Esto significa que están siendo macerados, hasta volverlos una pulpa irreconocible, desde la familia hasta el Estado; desde conceptos como el nacionalismo hasta procesos como la Historia – así, con mayúsculas – los postulados morales y, por supuesto, las costumbres. Con todo ello resulta lesionado, quizá irreversiblemente, el principio de identidad, tanto de los individuos cuanto más de los pueblos.
¿Cómo tratar de explicar esta devastación? Existen, a la vista, tres causas preponderantes: 1) El desarrollo incontenible de la ciencia y la tecnología, 2) La velocidad con que los medios de comunicación dinamizan, agreden y desarticulan a las sociedades actuales; y 3) La decisión de mundializar – también le llaman globalizar – todas las formas de convivencia humana ha sido impuesta por los centros de poder sin habernos consultado y sin dejarnos posibilidad de decisión y participación.
Estos tres factores vienen a ser la “causa eficiente” de lo que se está viviendo; pero si se quiere descomponer en sus elementos, hay que seguir el análisis que hace de los Mass Media el estudioso Arturo Santamaría Gómez: “los medios de comunicación de masas, tanto los tradicionales de las previas revoluciones tecnológico–industriales como la prensa, las agencias informativas, la radio, la televisión y el cine, como los de la más reciente revolución tecnológica: satélites de transmisión directa, ordenadores personales, televisión digital de alta definición e interactiva, videotexto y teletexto, Internet y una amplia variedad de servicios de redes telefónicas digitales”, son instrumentos imprescindibles de cualquier otro tipo de industria y a la vez son en sí una de las actividades económicas más rentables del mundo contemporáneo.
La industria de los medios es el engranaje insustituible en la gran maquinaria mundial de la producción capitalista. La creciente interdependencia económica entre los diferentes estados nacionales tiene, como fluido básico, a la industria de los medios.
La globalización de la propiedad privada de los medios de producción, del propio proceso productivo y de la división del trabajo no serían posibles sin las nuevas tecnologías de la comunicación.
Otro de los obstáculos para una mayor profundización de la globalización, es la supervivencia de los Estados “nacionales” que permiten la subsistencia de condiciones internas diferentes en cada país y que, por tanto, dificultan la homogeneización mundial. La persistencia de leyes y normas que sólo favorecen a los capitales nacionales obstaculizan que las oportunidades de inversión y la competencia sean plenamente globales. Es por ello que los grandes capitales mundiales buscan erosionar cada vez más la soberanía de los Estados nacionales. La soberanía tradicional de los Estados nacionales está siendo redefinida (este eufemismo quiere decir que está desapareciendo gradualmente) por la mundialización de la economía.
La globalización es la manifestación más contundente de un cambio de época. Es el rostro gemelo en los terrenos de la producción, las finanzas, el comercio, los problemas ambientales, la comunicación y la política, del rostro de la postmodernidad ideológica y cultural. El avance de la globalización es la crisis (definitiva) de los Estados nacionales que nacieron con la modernidad” a partir de la Revolución Francesa.
Mientras tanto, ¿cómo han sido sacudidos, como han reaccionado y cómo han abordado estos temas los intelectuales?
El filósofo Luis Villoro, en su trabajo presentado en el Colegio Nacional como contribución a la Mesa redonda titulada “los Pueblos Indígenas de México”; plantea que el futuro de su historia, en su parte principal, sostiene: “la concepción del Estado nación homogéneo y la realidad del Estado plural que reconoce, junto al derecho a la igualdad, el derecho a la diversidad y la pluralidad y que no consiste en la uniformidad sino en la equidad que se resumiría en una colaboración entre pueblos con identidades culturales diferentes. Sólo entonces, concluye Villoro, el “contrato social” que constituye la nación deja de ser resultado de la imposición de una parte, para convertirse en un acuerdo negociado entre todos los pueblos. En una frase del Ejército Zapatista de Liberación Nacional, recogida por el Congreso Nacional Indígena, se puede resumir su lema: “la nación es un mundo donde caben muchos mundos”.
Existen una serie de características que constituían el antiguo Kalpulli Mexihka, aunque sin usar el término Náhuatl, que dice: “Autonomía es la facultad de un sujeto – individual o colectivo – de elegir y realizar libremente, sin imposiciones, su propio plan de vida. El reconocimiento de la autonomía de un grupo social implica el del derecho a desarrollar su propia identidad y, por lo tanto, lo que constituya su “diferencia”, entendida como factor de diversidad.
En un segundo nivel, invita a la cooperación de cada sujeto autónomo con los demás, para sustituir un todo superior pero siempre en el igual respeto a la libertad de cada uno”.
La reivindicación de autonomía para las comunidades indígenas puede igualmente aplicarse a los pueblos, a los sindicatos, a los grupos y organizaciones sociales, a los colectivos campesinos, a los gobiernos de los estados que son nominalmente libres y soberanos dentro de la Federación. La lucha por la autonomía, ampliada a toda la sociedad, no es más que una forma de reivindicación de una democracia auténtica, las propias comunidades quieren gobernarse a sí mismas. La mayoría de las comunidades indígenas guardan un ideal de participación directa de sus miembros en las decisiones comunes. Estas se toman en asamblea moderadas por un “consejo de ancianos” (Tlahtokan, equivalente a un Senado). Los funcionarios designados responden directamente a la comunidad, deben seguir sus directrices y su mandato puede ser revocado en todo momento. Se trata de una forma de democracia directa: la unidad básica de organización social, económica y política de los antiguos Mexihka; el Kalpulli, lo que el EZLN ha instaurado bajo el nombre de Caracoles.